Zelaya retó a su jefe Chávez en el regreso
La madrugada del 28 de junio de 2009, Zelaya había sido «arrancado», en pijamas, de la Presidencia hondureña y llevado a Costa Rica. Intentó volver a su país el 5 de julio de ese año, en un avión del Gobierno de Venezuela, en el que iba Cristina de Kirchner, pero Roberto Michelleti le impidió que aterrizase.
El 24 de julio, Zelaya lo intentó otra vez, cuando acampó en Las Manos, Nicaragua, en la frontera con Honduras. El canciller venezolano, Nicolás Maduro, estaba al volante de la camioneta en la que buscaba pasar la frontera. Pero tampoco pudo ser.
Fue en la tercera cuando Mel pudo concretar la vuelta, aunque como polizón: el 21 de septiembre de 2009, en un confuso operativo (con participación conjunta de brasileños y venezolanos), llegó para refugiarse en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa. Estuvo allí hasta el 27 de enero de 2010, cuando el flamante presidente electo Porfirio «Pepe» Lobo le dio un salvoconducto para que se exilase en República Dominicana.
Y llegó la cuarta, la vencida, la de este sábado. Mel Zelaya, el itinerante hondureño, volvió a su país luego de que el domingo anterior, en la colombiana Cartagena, firmase con el presidente Lobo el acuerdo de nueve puntos que le permitió regresar con garantías de paz y de que no iba a haber revanchismos. Lo de Cartagena pudo darse sólo por el empeño y la cintura diplomática de los testigos y avales del mismo, los presidentes Juan Manuel Santos y Hugo Chávez (y, desde ya, de sus cancilleres Holguín y Maduro).
Curioso, aunque Zelaya agradeció a los Gobiernos de Colombia y de Venezuela por su decisiva intervención en la solución del conflicto, prefirió volver con un séquito de oportunistas que hicieron de su regreso una orwelliana puesta en escena. En un principio, se había pensado que el canciller colombiano y el venezolano, que habían intercedido exitosamente por la Pax Hondurae, acompañarían al ex y depuesto presidente a Tegucigalpa. Pero Zelaya, por su parte, ya había armado su propio circo: de Santo Domingo se trasladó, con su familia, a Managua (Nicaragua). ¿Su intención? Subir al avión al presidente Daniel Ortega, un convidado de piedra de último momento.
Una llamada, furiosa, de Chávez (quien aportó el avión que, con el canciller Maduro a bordo, voló después de Managua a Tegucigalpa) lo hizo desistir de la idea. Pero Zelaya, en su afán de darse el barniz de revolucionario de izquierda que ahora necesita para hacer política en Honduras (recordemos que en 2005 fue electo por el Partido Liberal de centroderecha, y recién en 2008 se hizo «socio» de Chávez), insistió con su lista de pasajeros. Con él viajaron la exsenadora colombiana Piedad Córdoba (siempre ávida de cámaras y flashes), el expresidente de Panamá Martín Torrijos, además del canciller boliviano, David Choquehuanca. También algunos excolaboradores de Mel: el exministro de la presidencia Enrique Flores, la excanciller Patricia Rodas y el sacerdote Andrés Tamayo. Brasil, aunque envió a Marco Aurelio García, asesor especial de la Presidencia, optó por el perfil bajo.
Zelaya festejó su regreso como una victoria, que compartió con su nuevo partido, el Frente Nacional de Resistencia Popular (FNRP), y algunos «importados» del Frente Farabundo Marti salvadoreño y del Frente Sandinista de Liberación nicaragüense, que se congregaron para recibirlo. Por su parte, el secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, tampoco quiso quedar fuera del triunfo y se arrogó que su organismo «había supervisado» las negociaciones que condujeron al acuerdo de Cartagena.
El único que, todavía, sigue con los tapones de punta es el ecuatoriano Rafael Correa. Su país no aprobaría el regreso de Honduras que se votará este miércoles en la OEA. ¿La razón? Simple: Correa quiere que se castigue a los «golpistas» que depusieron a Zelaya. Serviría de antecedente para condenar, en Ecuador, a los que Correa acusa de haber encendido la asonada policial-militar de fines de septiembre de 2010.
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