Argentina a 20 años de la Convertibilidad: Debate entre Roberto Cachanosky y Domingo Cavallo
Reproducimos a continuación los artículos de Roberto Cachanosky y Domingo Cavallo sobre el régimen de convertibilidad que Argentina implementó hace dos décadas.
Las enseñanzas que nos deja
En 1991, cuando se anunció la convertibilidad, tenía una columna los días domingos en el diario La Prensa. Luego, en 1992, cuando Maxi Gainza vendió el diario, comencé a escribir una columna semanal para El Cronista hasta el 2001. En los archivos de El Cronista están todas mis notas del período de la convertibilidad, de manera que puedo escribir con total tranquilidad las siguientes líneas sobre la tan demonizada convertibilidad.
Hoy se habla de la convertibilidad como si hubiese sido la peste, sin embargo, las críticas mezclan todo y no tienen en cuenta que la convertibilidad fue solo una regla monetaria. Que puede gustar o no, pero solo una regla monetaria que, como tal, no podía modificar la legislación laboral, el gasto público, la política impositiva, etc.
Como regla monetaria, la convertibilidad funcionaba en forma parecida a la Caja de Conversión que tuvo Argentina entre fines del siglo XIX y principios del XX. En esa época la conversión era a oro. En la convertibilidad la conversión era al dólar. Es decir, en el siglo XIX y principios del XX el respaldo de los pesos en circulación era el oro, en los 90 el dólar.
Como regla monetaria la convertibilidad establecía que el Banco Central o la Caja de Conversión entregaría tanto oro o dólares a cambio de una determinada cantidad de pesos en circulación si así alguien lo deseaba.
Y aquí viene una de las críticas que le hacía a la convertibilidad en esos años. Cuando se decidió entrar en la convertibilidad, se entró a una paridad en que se sobrevaloraba el peso. Es decir, se entró con un dólar barato. Casi al mismo nivel que tuvo el tipo de cambio al final de la tablita cambiaria que finalizó en febrero 1981. Para que tengamos una idea, si traemos el tipo de cambio real a febrero de 2011, nos da que el dólar de enero de 1981 era de $ 2,42 actuales y en abril de 1991 era de $ 2,91 actuales.
En los últimos 40 años hay tres puntos mínimos de tipo de cambio real: a) el fin de la tablita cambiaria en enero de 1981, b) la convertibilidad y c) el tipo de cambio actual. Sí, aunque Ud. no lo crea, en términos reales hoy el tipo de cambio está en uno de los puntos más bajos desde enero de 1970, junto con la convertibilidad y la tablita cambiaria.
Como decía antes, cuando uno entra en convertibilidad sabe que no va a poder emitir moneda para financiar al tesoro o al sistema financiero. La Caja de Conversión se limita a entregar pesos o dólares dentro del tipo de cambio fijo en que se estableció la convertibilidad.
El problema que tiene todo ingreso a una convertibilidad es definir el tipo de cambio al que se ingresa. Y ese fue uno de los grandes errores de ese momento. Así como Inglaterra volvió a la convertibilidad luego de la Primera Guerra Mundial con una libra sobrevaluada, sobrevaluación que luego le trajo problemas en la crisis del 29, en 1991 se optó por entrar con un tipo de cambio muy bajo a la convertibilidad. De ahí en más, por definición Argentina iba a ser cara en dólares.
El segundo gran error de esos años fue tener convertibilidad con déficit fiscal. En 1994, cuando Menem buscaba la reelección, incrementó el gasto público y entró en déficit fiscal. Como el Banco Central no podía emitir moneda para financiar el gasto por la ley de convertibilidad, el endeudamiento comenzó a crecer velozmente. De esta forma el Estado tomaba crédito en dólares en el exterior, los colocaba en las reservas del Central y contra esas reservas emitía pesos. O si se prefiere, el gobierno tomaba deuda, le vendía los dólares al Central y este le entregaba pesos que estaban respaldados por las reservas que le entregaba el tesoro. Al utilizar este mecanismo de financiamiento del déficit también crecía el gasto y aumentaba el déficit porque al aumentar el stock de deuda, automáticamente crecía el gasto público por mayores intereses a pagar y, por lo tanto, el déficit se agrandaba. Esa fiesta podía seguir mientras el ahorrista japonés, alemán, italiano, americano, etc., nos financiara con sus ahorros el aumento del gasto público. Cuando se acabó el crédito estalló el sistema porque no había forma de financiar al tesoro. Pero nuevamente, la convertibilidad, como regla monetaria, no fue la culpable del endeudamiento creciente, sino que fue el constante incremento del gasto público.
Recuerdo que en esos años escribía mi columna en El Cronista. En un período estuvo Dardo Gasparré como director del diario y luego Néstor Scibona y los tres nos cansábamos de escribir sobre este problema del gasto público, el déficit fiscal y la inconsistencia con la convertibilidad. Casi aburríamos con el tema.
Ahora bien, como regla monetaria la convertibilidad no fue culpable del nivel de gasto público, de la presión impositiva que ya en esos años era altísima, de marcos regulatorios de privatización que en algunos casos fueron espantosos y en otros muy buenos, ni de la corrupción. Insisto, la convertibilidad fue una simple regla monetaria que tuvo dos errores de implementación: a) la elección en que se entró a la convertibilidad y b) combinar convertibilidad con gasto público en alza y déficit fiscal creciente.
Obviamente que al entrar con un dólar barato a la convertibilidad uno de los efectos inevitables fue tener déficit de balanza comercial. Si bien es cierto que la soja no estaba a U$S 550 como ahora, el tipo de cambio barato hacía que se tuviera déficit de balance comercial (exportaciones menores a las importaciones). Al mismo tiempo, al crecer la deuda pública subían el monto de los intereses en dólares a pagar y el déficit de cuenta corriente aumentaba constantemente.
Tengo la impresión que Cavallo entró en la convertibilidad porque no tuvo más opciones. Recuerdo que en enero de ese año intentó hacer una especie de convertibilidad móvil donde fijaba un tipo de cambio más alto que surgía de dividir la base monetaria por las reservas en dólares que en ese momento tenía el BCRA y otro tipo de cambio más bajo que surgía de dividir la base monetaria por las reservas en dólares más las reservas en oro. A su vez, esa banda cambiaria se movía hacia arriba en el tiempo como una especie de devaluación pautada en la que se fijaba la tasa de expansión monetaria contra las reservas del Central.
Esta especie de convertibilidad móvil no generó confianza y, si mal no recuerdo, a mediados de marzo de 1991, creo que fue el viernes 19 de marzo, hubo una fuerte corrida cambiaria. La gente quería dólares y no los australes que emitía el BCRA. El mensaje del mercado era que había elegido el dólar como moneda y no el austral que regía en ese momento. Fue entonces que se decidió entrar en la convertibilidad que, curiosamente, tuvo un impacto muy fuerte en las expectativas de la gente. Pero el dato relevante es que la convertibilidad mostró que la gente no creía en la moneda que emitía el Central y quería el dólar como moneda. Por más que hoy muchos despotriquen contra la convertibilidad, esos mismos adoptaron el dólar como moneda y no los papeles que imprimía el Central.
Recordemos que en 1989 habíamos tenido hiperinflación, que en diciembre de ese año se hizo el plan Bonex que confiscó parte de los depósitos bancarios y que a principios de 1991 la tasa de inflación estaba en el orden del 30% MENSUAL.
Una vez establecida la convertibilidad, la tasa de inflación bajó rápidamente, si bien en el primer año siguió siendo inconsistente con el tipo de cambio fijo de la convertibilidad, lo cual le sumó un problema adicional al tipo de cambio real bajo en el que se entró a la convertibilidad.
Las dos inconsistencias básicas fueron, entonces, el tipo de cambio que se eligió y en segundo lugar aumentar el gasto y tener déficit fiscal.
Ahora, también hay que reconocer que la convertibilidad, como regla monetaria, se bancó la crisis del tequila en 1995, la del sudeste asiático en 1997, la rusa de 1998 y la devaluación del real en enero de 1999. Si hoy hubiese esa seguidilla de crisis internacionales, la economía ya hubiese estallado en mil pedazos.
Pero el problema estaba en el nivel de gasto público y en el déficit fiscal. Muchos querían devaluar para licuar el gasto público y otros buscaban otro mecanismo para evitar la devaluación. Recuerdo que en la campaña electoral de 1999 Duhalde proponía abandonar la convertibilidad y De la Rúa no. Creo que el miedo a una devaluación, con la gente endeudada en dólares, fue un factor importante para que Duhalde perdiera las elecciones de ese año.
¿Era inevitable la devaluación? En rigor el problema fue el pecado original de elegir un tipo de cambio muy bajo para entrar en la convertibilidad, pero tal vez se podría haber salido de ella en un contexto político diferente y con plan económico que generara confianza. Si junto con la salida de la convertibilidad si hubiese bajado el gasto público y mejorado su calidad, flexibilizado el mercado laboral y reducido la carga tributaria, la salida hubiese sido menos traumática.
Algo de eso intentó hacer Ricardo López Murphy para evitar la devaluación, en su meteórico paso por el ministerio de Economía. Cuando lo reemplazó a Machinea propuso una rebaja del gasto en términos nominales de unos U$S 3.000 millones. La mayoría de los políticos y de los medios le saltaron a la yugular y tuvo que irse.
Cuando llegó Cavallo, propuso una especie de salida de convertibilidad incluyendo otras monedas de respaldo al peso que creo que llamó factor de convergencia. Esa propuesta no generó confianza y al no corregirse el problema del gasto la situación se agravó. Un último intento fue el anunció del déficit cero, cuando finalmente hubo que bajar las jubilaciones, los sueldos de los empleados públicos y algún otro rubro. Pero ya la confianza en el gobierno estaba rota al punto que el Congreso sancionó una ley de intangibilidad de los depósitos. ¡La mejor forma de avisarle a la gente que los depósitos iban a ser tangibles!
Luego vinieron el corralito, a mi juicio otro error, porque hubiese sido menos costoso dejar que los bancos arreglaran con cada uno de sus depositantes la forma de devolverles los dólares, que impedir el retiro de los mismos de los bancos. Posteriormente la suspensión del pago de la deuda, la devaluación y el corralón. Pero toda esta historia es motivo de otro artículo.
Lo concreto es que, desde mi punto de vista, la convertibilidad no la impuso tanto Cavallo como el mercado al elegir el dólar como moneda. Cavallo se limitó a seguir los mandatos del mercado y cuando digo el mercado digo la gente que se agolpaba en las casas de cambio. El otro punto a destacar es que la convertibilidad fue solo una regla monetaria que frenó la inflación pero no podía corregir por sí misma las ineficiencias del resto del sistema económico.
Pero pensando hacia adelante, la convertibilidad y lo que nos pasa hoy, nos obliga a elaborar algún sistema monetario hacia el futuro. Sería impensable volver a una convertibilidad para taclear la inflación que el gobierno se empeña en negar. Nadie creería en que el Estado cumpliría con su palabra (un ejemplo concreto de para qué sirven las instituciones). De la convertibilidad pasamos a un Banco Central setentista que cree que el crédito se imprime en papeles pintados. Así como la convertibilidad sobrevivió varios años gracias al endeudamiento, este engendro económico sobrevive gracias a la santa soja.
Sin una moneda confiable, el sistema económico no puede funcionar adecuadamente. No puede haber crédito de largo plazo a tasas pagables, se hace imposible el cálculo económico y la lucha por la distribución del ingreso se vuelve salvaje.
¿Qué opciones tenemos? No muchas, pero proponer una nueva política monetaria es tema de otra nota.
A 20 años de la convertibilidad, esta nos deja dos enseñanzas: a) uno no puede fijar arbitrariamente el tipo de cambio sin consecuencias sobre el sector real de la economía y b) si el gasto público se dispara, hay déficit fiscal, y tipo de cambio fijo o casi fijo, se podrá financiar con deuda o con soja a precio alto, pero seguro que termina mal.
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Sobre un post de Cachanoski en el que habla de la Convertibilidad
Los visitantes de este sitio que leen los comentarios, van a encontrar que este post repite una de mis respuestas. Pero luego que terminé de escribir mi respuesta al comentario de Sergio, me pareció útil postearla.
Sergio me envió el siguiente comentario: Dr. Cavallo: Que lindo sería un respetuoso debate entre Ud. y el Dr. Cachanosky sobre el artículo que publica hoy en su revista virtual. Saludos – Mando nota publicada 04/04/2011. Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky. A 20 años de la Convertibilidad: Las enseñanzas que nos deja.
Esta fue mi respuesta a Sergio:
Yo lo respeto mucho a Cachanoski, pero siempre consideré que sus opiniones son, al menos, un poco ligeras y superficiales.
Yo leí sus artículos desde que él comenzó a escribir, en la época en la que yo ya había dirigido durante más de 10 años el principal Instituto de investigación económica de la Argentina, me había Doctorado en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba y en Economía en la Universidad de Harvard, había sido profesor Universitario por más de 20 años , había sido Diputado Nacional, había manejado durante un año y medio la política exterior de la Argentina y comenzaba a manejar la política económica en medio de una crisis hipeinflacionaria provocada por un un Estado ineficiente, corrupto y totalmente desorganizado.
Por lo que escribe ahora sobre la convertibilidad, está claro que él no lee lo que yo escribía entonces y lo que escribí durante los últimos 10 años. En particular, es claro que no ha leído mi libro Estanflación ni mi artículo “Régimen Monetario y políticas cambiarias” que puede ser bajado de la página “artículos en Español” de este sitio. Digo todo esto porque para que sea útil un debate respetuoso entre Cachanoski y yo, él debería al menos leer lo que yo escribo, tanto como yo leo lo que él publica en su blog y en el diario La Nación.
Cahanoski dice que la convertibilidad no podía resolver todos los problemas de la Argentina porque era “sólo” una regla monetaria que yo no impuse sino que impuso la gente al elegir el dólar como moneda para proteger sus ahorros. Tiene razón, aunque lo que la gente había elegido era la dolarización, no la convertibilidad.
Pero su falta de experiencia lo lleva a subestimar todo lo que la convertibilidad permitió hacer en la década de los 90s, al menos mientras yo estuve en el Gobierno.
Sin convertibilidad no podríamos haber eliminado las retenciones agropecuarias para ser reemplazadas por recaudación efectiva del Impuesto al Valor Agregado y a las Ganancias, no podríamos haber abierto la economía al mundo, tanto para el comercio como para la inversión y la importación de tecnologías avanzadas, no podríamos haber privatizado y transformado en unidades productivas eficientes a las viejas empresas del Estado.
Cachanoski dice que en aquellos años aumentamos el gasto público. Craso error. Desde 1990 hasta 1996 al menos, el Gasto público se redujo en casi el 10 % del PBI (tanto como ha vuelto a aumentar desde 2003 en adelante) y desapareció el déficit fiscal, gracias, precisamente, a la privatización de las empresas públicas. Las inversiones (muy ineficientes, mal planeadas y plagadas de corrupción) y el alto costo operativo de las viejas empresas del Estado eran las principales responsables del descontrol del gasto público durante las décadas del 70 y del 80. Todo el déficit fiscal estaba explicado por la ineficiencia y la corrupción de las Empresas del Estado. Esto no se podría haber revertido de no haber sido posible eliminar la inflación de cuajo y si no se hubiera conseguido el respaldo político que significó para el Gobierno de Menem el éxito de la convertibilidad.
La inconsistencia del análisis que hace Cachanoski salta a la vista cuando menciona como error el que el tipo de cambio se hubiera fijado a 10.000 australes (o un Peso convertible) por dólar y nó a un tipo de cambio nominal más alto. A renglón seguido dice que la inflación no bajó a cero de inmediato sino que, durante el primer año de la convertibilidad, fue del 20 %, argumentando que esto era inconsistente con el tipo de cambio fijo. Si el tipo de cambio se hubiera fijado a 20.000 australes por dólar (a 2 pesos convertibles por dólar) cualquiera que entienda cómo funciona una economía monetaria de mercado debería saber que en el primer año la de esa convertibilidad la inflación hubiera sido del 120 %!. Esto es lo que ocurrió precisamente cuando Ecuador dolarizó su economía con un Sucre inicialmente extremadamente devaluado. Y esto ocurre, porque el tipo de cambio real nunca es decidido por el Estado sino por las circunstancias reales por la que atraviesa una economía.
Quienes han estudiado cuáles son los determinantes del tipo de cambio real, en todas las economías, como lo hicimos varios de mis colaboradores y yo durante la década de los 70 y de los 80s, en la Fundación Mediterránea, sabe que el tipo de cambio real depende al menos de las siguientes variables reales: los términos del intercambio externo, la política comercial externa del país (retenciones, aranceles, restricciones cuantitativas al comercio exterior), el nivel y composición del gasto público, el tamaño del déficit fiscal y su fuente de financiamiento, la liquidez internacional y el grado de confianza que inspira la economía (como determinantes de la entrada o salida neta de capitales).
Hoy por ejemplo, el tipo de cambio real no es bajo en Argentina porque el Banco Central haya decidido no sostener el tipo de cambio nominal. Todo lo contrario, el Banco Central ha estado comprando dólares casi continuamente. Hoy el tipo de cambio real es bajo porque los términos del intercambio del país son muy favorables, porque hay mucha liquidez externa y porque el gasto público es muy alto. Pero sería más bajo aún si el gobierno no cobrara las retenciones a las exportaciones, si hubiera confianza en la economía Argentina y si el gobierno no financiara subrepticiamente su déficit fiscal con emisión monetaria. No es difícil descubrirlo. Los países de América Latina que gozan de la misma bonanza externa que Argentina, pero tienen políticas monetarias y fiscales más ortodoxas y no han creado desconfianza, tienen hoy monedas mucho más apreciadas, en términos reales, que la moneda argentina. Me refiero a Brasil, a Chile, a Perú, a Colombia, a Uruguay y a México.
El único gasto público que aumentó como porcentaje del PBI mientras yo fui ministro, es el que corresponde al pago de Jubilaciones y Pensiones. Y aumentó porque desde septiembre de 1992 comenzamos a cumplir con las leyes que habían sido aprobadas muchos años antes y que habían creado derechos adquiridos. No sólo aumentaron esas erogaciones en 2 % del PBI, sino que a partir del año 1994, cuando las empresas privatizadas comenzaron a pagar sueldos mucho más altos a sus gerentes, los jubilados de las viejas empresas del Estado que aún mantenían sus beneficios como porcentaje de los sueldos cobrados por el personal en actividad, recibieron enormes aumentos. Tuvimos que discutir la Ley de Solidaridad Previsional para poner límites a ese aumento del Gasto, cosa que es muy difícil de hacer en cualquier democracia, como se está viendo hoy en Europa y en los propios EEUU. Cumplir con los Jubilados significó también reconocer la deuda que estaba escondida, pero que había sido devengada durante la década del 80 y tenía sentencia firme de la Justicia que obligaba a su pago. Todo el endeudamiento público contabilizado desde 1991 hasta fines de 1995 se originó en el reconocimiento de ese tipo de deudas devengadas con anterioridad.
El origen de la crisis Argentina está en el aumento del gasto público y del déficit de las provincias desde 1997 en adelante, aumento que fue financiado con préstamos a tasa flotante del sistema financiero argentino y que fueron garantizados con los recursos de la coparticipación federal de impuestos, algo que las provincias no podían hacer cuando yo fui Ministro, porque se lo habíamos prohibido por decreto. No recuerdo que Cachanoski haya argumentado contra ese fenómeno, al menos no con el énfasis con que yo lo hice en aquellos años, cuando fui el principal crítico del Gobierno de Menem.
Cachanoski cree que no es posible volver a un régimen de convertibilidad monetaria. Yo creo que no sólo es posible sino que será imprescindible hacerlo cuando la inflación se haya transformado en un fenómeno insoportable para la gente. Ya no será convertibilidad con tipo de cambio fijo, sino convertibilidad con tipo de cambio flotante, acompañado por la regla monetaria que se denomina de “metas de inflación”.
Cuando ello ocurra, si los términos del intercambio siguen siendo tan favorables como ahora, la liquidez internacional tan abundante, pero al mismo tiempo, un gobierno comprometido con la estabilidad elimina subsidios y retenciones, crea confianza, disminuye el nivel de gasto público y deja de financiar déficit fiscal con emisión monetaria, el Peso Argentino, en términos reales, estará mucho más apreciado que ahora, es decir el precio del dólar en términos reales será tan bajo como lo es hoy en Brasil, en Chile, en Perú, en Uruguay y en México. Claro que, por entonces, tendremos también la baja inflación que hoy beneficia a los ciudadanos de esos países. Igual que durante los años 90s.
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Continuando el debate con Cavallo
En la nota de Al Inicio de la Semana de la semana pasada escribí sobre la convertibilidad dado que pocos días atrás se cumplieron 20 días de su implementación. El lector puede ver la nota en el archivo.
El viernes pasado un amigo me mandó un mail con una nota que Domingo Cavallo había escrito en su blog contestando a mi nota. La leí y consideré que valía la pena responderle algunos puntos, por lo tanto escribí mis primeros comentarios en su blog. Dado que el tema cambiario da para mucho es que decidí escribir esta nueva nota, que tiene dos objetivos: a) analizar algunos puntos de interpretación sobre lo que dije y 2) pensar hacia el futuro.
Como creo que Domingo Cavallo y yo tenemos el mismo problema: los dos somos demasiados impulsivos a la hora de defender nuestras ideas y eso nos lleva a poner demasiados adjetivos calificativos en nuestras notas. Por eso, voy a intentar controlar el teclado y no dejarme llevar por el fervor del debate al punto de agregar adjetivos que puedan ofender. Creo que Domingo Cavallo y yo no tenemos intención de intercambiar ideas al estilo K, donde el otro es el enemigo porque piensa diferente. Por lo tanto, el desafío es mucho más interesante porque uno debe concentrarse en esgrimir argumentos y no en etiquetar al otro de tal o cual cosa, una triste realidad que hoy vivimos los argentinos.
El otro punto es que no pretendo en esta nota ganar la discusión, sino intercambiar ideas, y de ese intercambio lograr alguna propuesta de solución hacia el futuro para una Argentina que me niego a que sea un país inviable.
Sobre la nota de Cavallo solo quiero pedirle dos cosas. La primera con todo el buen humor posible, pedirle que escriba bien mi apellido: no es Cachanoski, sino Cachanosky. Ya bastante tengo con lo mal que lo escribieron en migraciones cuando mi abuelo llegó de Ucrania a principios del siglo XX, como para seguir cambiándolo. Segundo, una aclaración: Cavallo dice: “Yo leí sus artículos desde que él comenzó a escribir, en la época en la que yo ya había dirigido durante más de 10 años el principal Instituto de investigación económica de la Argentina, me había Doctorado en Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba y en Economía en la Universidad de Harvard, había sido profesor Universitario por más de 20 años , había sido Diputado Nacional, había manejado durante un año y medio la política exterior de la Argentina y comenzaba a manejar la política económica en medio de una crisis hipeinflacionaria provocada por un Estado ineficiente, corrupto y totalmente desorganizado”. Estimado Domingo, yo empecé a escribir regularmente en 1985 todos los domingos en el diario La Prensa, cuando lo dirigía mi estimado amigo Maxi Gainza Paz. De todas maneras, tener publicadas notas desde mucho antes no me da la razón, pero sí hay un dato relevante en las fechas mencionadas. Cuando salió la convertibilidad la primer nota al respecto la escribí justamente en La Prensa y defendí el fondo de la idea de ir a la convertibilidad, lo cual, por cierto, me trajo bastantes debates con amigos economistas que compartían mis ideas principales de libertad económica y gobierno limitado. En ese momento pensaba en la convertibilidad como un sistema similar al del patrón oro de fines del siglo XIX y principios del XX cuando rigió la Caja de Conversión.
Pero todo lo anterior son anécdotas que no hacen al fondo del problema y no le agregan nada al lector. Me interesa más concentrarme en otros puntos del debate.
Primer punto a aclarar, que creo que se debe a que Domingo se le pasó por alto. El dice que yo sostuve lo siguiente: “la inflación no bajó a cero de inmediato sino que, durante el primer año de la convertibilidad, fue del 20 %, argumentando que esto era inconsistente con el tipo de cambio fijo”. Yo no digo eso en la nota, digo textualmente: “Recordemos que en 1989 habíamos tenido hiperinflación, que en diciembre de ese año se hizo el plan Bonex que confiscó parte de los depósitos bancarios y que a principios de 1991 la tasa de inflación estaba en el orden del 30% MENSUAL”, agregando inmediatamente: “Una vez establecida la convertibilidad, la tasa de inflación bajó rápidamente, si bien en el primer año siguió siendo inconsistente con el tipo de cambio fijo de la convertibilidad, lo cual le sumó un problema adicional al tipo de cambio real bajo en el que se entró a la convertibilidad”. Puesto en otras palabras, lo que digo es que ANTES de entrar en la convertibilidad había una inflación muy alta, que la convertibilidad logró bajarla fuertemente (un mérito de la misma) y que a pesar de bajar en forma abrupta, por un tiempo siguió siendo alta para la convertibilidad. No es una crítica, sino una simple descripción de los datos del INDEC, cuando esa institución era creíble. De paso debo reconocer que durante la gestión de Cavallo y también Roque Fernández se mejoró bastante la información económica, se la mantenía al día y no estaba distorsionada. Por ejemplo, en los años de Alfonsín no se publicaban los movimientos de tesorería y luego sí comenzaron a publicarse con regularidad. Pero que quede en claro, en ninguna parte digo que la inflación fue del 20% durante la convertibilidad, digo que antes de entrar estábamos en niveles muy altos y que luego siguió, a pesar de haber disminuido, siendo alta para un esquema de convertibilidad.
El otro punto a aclarar es el siguiente. Yo digo en la nota que uno de los errores de esos años fue aumentar el gasto público, y Domingo Cavallo me dice que él bajó el gasto en 10 porcentuales del PIB. Recurro a los datos de ASAP (Asociación Argentina de Presupuesto y Administración Financiera Pública), institución que creo que vamos a convenir con Domingo que es muy seria, y los datos indican que el gasto relevante, que es el gasto público consolidad del sector público argentino, se mantuvo en el orden del 31% y empieza a crecer en 1995 pero se acelera en el 2000 al 33,8% y llega al 35,7% en 2001.
Yo no personalizo el gasto público y la convertibilidad en Cavallo, dado que él estuvo hasta 1996 y la convertibilidad siguió aún después que él se fue del gobierno y luego volvió. Lo que digo es que el gasto aumentó y esto generó déficit fiscal. Recurriendo nuevamente a ASAP, el déficit fiscal aparece en 1994 y va aumentando en los años siguientes, lo cual llevó a un endeudamiento creciente. La misma fuente de información dice que la deuda pública pasó del 30,4% del PIB en 1992 al 53,7% en 2001. Si la deuda creció es que porque el gasto subió más que los ingresos. De manera que el punto no es si Domingo Cavallo subió la deuda o no. El punto es si habiendo convertibilidad creció la deuda. Dejemos las personas afuera y concentrémonos en los hechos y en los conceptos. Y los datos dicen que sí. Las explicaciones de por qué subió la deuda son para otra nota, pero lo concreto es que hay una inconsistencia entre convertibilidad, aumento del gasto y de la deuda.
El mensaje es simplemente advertir que no hay sistema monetario que pueda resistir si el Estado gasta más de lo que le ingresa. Y me animaría a agregar un punto importante. Tal vez lo relevante no sea el nivel del déficit fiscal sino el nivel de gasto público y su calidad. Y este comentario no corre para la convertibilidad sino para casi todos los gobiernos argentinos desde hace décadas y cualquier política cambiaria. Los gobiernos no solo aumentan el gasto, que genera ineficiencia en la asignación de los recursos, sino que además crece con una calidad cada vez más alarmante. Diría, y esto ya fuera de la convertibilidad, que si un país tiene un gasto de, digamos, el 10% del PIB y un déficit fiscal del 0,5% del PIB es mucho más sostenible y eficiente que tener un gasto del 45% del PIB sin déficit fiscal. ¿Por qué? Porque en el primer caso un déficit de ese nivel no haría explotar la economía ni le quitaría competitividad y en cambio un gasto del 45% y encima ineficiente, produce fenomenales problemas de eficiencia y asfixia impositivamente al sector privado. Algo que hoy ocurre y sin piedad.
Pero ahora voy a ir a otro punto, que a mi juicio es el más relevante en este intercambio de ideas con Cavallo y que tiene que ver con el tipo de cambio en el cual se entró en la convertibilidad. Creo que Domingo Cavallo me reconocerá que no es indiferente el tipo de cambio que uno elija para entrar en una convertibilidad. Si uno elije un tipo de cambio muy bajo, distorsiona un precio relativo que es, justamente el tipo de cambio, y puede hacer que los precios en dólares internos sean artificialmente altos. Si uno elije un tipo de cambio muy alto, también distorsiona los precios relativos porque cierra la economía a la competencia externa y va hacia un modelo de sustitución de importaciones, algo, desde mi punto de vista, totalmente ineficiente. Definir un tipo de cambio para entrar en convertibilidad no es tan sencillo.
En alguno de sus comentarios Domingo Cavallo afirma que la convertibilidad se inspiró en Hayek, entiendo que se refiere a su libro Desnacionalización de la Moneda. Yo tengo la edición de la Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aries, 1980. En realidad Hayek propone, como también lo dice Cavallo en su comentario, una competencia de monedas. Hayek dice que incluiría a los bancos como oferentes de sus propias monedas. Es decir, los bancos podrían emitir su propia moneda en competencia con la estatal. Y sobre este punto Hayek dice que si él tuviera un banco que emitiera una moneda, emitiría esa moneda respaldándola con una canasta de bienes. Es decir, la oferta al público de la moneda de ese banco privado sería tener una moneda en la que le aseguraría a la gente que, con su moneda, podría comprar siempre la misma cantidad de bienes de esa canasta, pero el corazón del libro de Hayek es la inclusión de monedas privadas y competencia entre ellas. La posibilidad de la gente de hacer contratos en la moneda que le venga en ganas.
Formulada esta aclaración sobre Desnacionalización de la Moneda de Hayek, vuelvo a un punto que para mí es el más crucial del debate. El nivel del tipo de cambio. Como sería imposible ponerse de acuerdo sobre cuál era el número exacto para definir la convertibilidad en ese momento, voy a encarar el tema por otro lado. En primer lugar, al igual que Cavallo, yo no creo que los problemas estructurales puedan resolverse con una devaluación. Como lo he dicho en infinidad de oportunidades, las devaluaciones solo buscan esconder detrás de un tipo de cambio “alto” las ineficiencias de la política económica. La productividad de la economía no la definen su tipo de cambio sino la calidad de la política económica, es decir, mercados desregulados, legislación laboral flexible, bajo nivel de gasto público, reducida carga tributaria, un modelo impositivo que no distorsione la asignación de recursos o que la distorsione lo menos posible, apertura de la economía (ya sé que hoy decir esto en Argentina es un sacrilegio) y sobre todo estabilidad en las reglas de juego. Previsibilidad en las políticas públicas y rule of law.
Por lo tanto, cuando en mi primera nota digo que se eligió un tipo de cambio bajo para entrar en la convertibilidad, lejos estoy de proponer que la solución a los problemas estructurales argentinos sean las devaluaciones. O que hubiese sido preferible tener un dólar caro para cerrar la economía. Solo digo que la elección del tipo de cambio para entrar en convertibilidad es muy complicada y que puede cometerse el error de entrar muy bajo o muy alto, distorsionando la asignación de recursos. Optar un tipo de cambio de convertibilidad implica evitar distorsionar los precios relativos.
Y aquí viene otro punto. Supongamos que un país tiene tipo de cambio flotante libre, libertad de monedas, un mercado desregulado, respeto por los derechos de propiedad, etc. Ese país atraería inversiones, ingresos de capitales y su moneda se fortalecería, algo que sería bueno para la población. Yo soy partidario de una moneda fuerte respaldada por políticas eficientes y rechazo tener políticas ineficientes y esconderlas cada tanto con devaluaciones para tener una moneda débil que perjudica a los asalariados y beneficia a unos pocos que sustituyen importaciones y, de paso, en vez de corregir el exceso de gasto público se lo licúa con inflación y devaluación a costa de los sectores de menores ingresos.
En mi humilde opinión, cuando se entró en la convertibilidad, se optó por un número que asumía que todas las reformas estructurales ya estaban hechas y en rigor eso todavía no había ocurrido. Y si bien las privatizaciones, la desregulación de la economía y otras medidas tendieron a fortalecer el peso, pienso que el flanco del gasto público le quitó fortaleza neutralizando parte de la eficiencia que se ganaba con las otras medidas, aumento del gasto que no le corresponde solo a la gestión de Cavallo en el ministerio de Economía dado que la convertibilidad siguió hasta el 2001.
También digo en mi primer nota que hoy sería impensable volver a otra convertibilidad y Domingo Cavallo dice que sí es posible bajo otra forma. Es para el debate, pero, creo que Cavallo va a coincidir conmigo, que en Argentina, el Estado, y este gobierno en particular, ha roto toda la base del ordenamiento económico que es el respeto por los derechos de propiedad y las reglas de juego. La devaluación con la pesificación fue un primer paso, pero lo que ha hecho este gobierno en materia de derechos de propiedad y arbitrariedad en las reglas de juego nos quita credibilidad como país. Aún teniendo un buen precio de la soja y con políticas públicas eficientes y estables, el mundo y nosotros mismos esperaríamos bastante antes de invertir en un país que tiene una tradición de no respetar las reglas de juego. No es gratis cometer tantos destrozos institucionales. A este punto me refiero cuando digo que no veo viable una nueva convertibilidad hacia el futuro porque nuestro pasado, y en particular nuestro presente, ha destruido la confianza en la Argentina. Y recuperar ese activo es algo que lleva mucho tiempo. Supongamos que yo presto dólares y que luego viene un juez y me dice que mi deudor puede pagarme con chapitas de gaseosas, se rompe la credibilidad en los contratos que imperan en un país y resulta muy difícil convencer a la gente que vuelva a traer sus ahorros y los preste para consumir o invertir, porque no se tiene seguridad jurídica sobre los derechos de propiedad y el respeto por los contratos.
Si se acepta este punto de vista, es crucial al momento de pensar en qué hacer para recuperar esta Argentina decadente, que lo principal es imaginar el marco institucional en el que se implementarán las políticas económicas. Los economistas sabemos que no hay política económica viable si detrás de ella no hay seriedad en la dirigencia política y si la población sigue demandando populismo donde el objetivo es gastar sin generar los ingresos para realizar ese gasto y el negocio es vivir a costo del ingreso del vecino.
En síntesis, en primer lugar no creo que las devaluaciones sean el mecanismo de corregir los problemas estructurales de la Argentina y mucho menos la forma de ganar competitividad. La competitividad se consigue con políticas públicas eficientes. En segundo lugar, es altamente posible, y esto es una simple especulación, que si en abril de 1991 se hubiese comenzado por las reformas estructurales con tipo de cambio flotante, y esas reformas estructurales hubiesen generado confianza e ingreso de capitales, el peso se hubiese ido fortaleciendo (dólar barato) tal vez hasta llegar al nivel en que se entró en la convertibilidad (para horror de los partidarios de las devaluaciones). Con lo cual no hubiese sido necesario tener convertibilidad. Eso nunca lo vamos a saber. Pero la realidad es que primero se optó por un tipo de cambio para entrar en la convertibilidad para frenar la inflación y luego se implementaron reformas estructurales que, a mi juicio, no alcanzaron para corregir el tipo de cambio de inicio, particularmente por el lado del gasto público. Pero también puedo aceptar como contra argumento que en ese momento particular de la Argentina primero había que frenar la inflación para poder luego avanzar en otros temas. Es para el debate. Cavallo tendrá su posición, otros colegas economistas la suya y yo la mía. Mientras haya honestidad intelectual en el debate todos nos podemos enriquecer confirmando nuestras ideas o bien advirtiendo nuestros errores. En ambos casos salimos ganando porque el debate sincero nos permite confirmar o corregir nuestras posturas.
Tercero, el kirchnerismo ha generado una patética política en la que o se piensa como ellos o se es enemigo. El espíritu de esta nota y de la del lunes pasado, va en sentido contrario. Debatir con respeto los caminos para tener una Argentina mejor, donde el que piensa diferente no es mi enemigo.
Cuarto y último punto, ruego a quienes participan en este foro que las opiniones sean con todo el respeto tanto a Cavallo como a mi persona. Si queremos cambiar la Argentina, el primer paso es respetándonos cuando intercambiamos ideas.
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