Ensayos (fallidos) de persuasión
Uno de los puntos negros de quienes se autodenominan liberales (incluyo a los libertarios) es la expresión. Es paradójico que sea tan difícil la persuasión cuando lo que se defiende es una idea tan "vendible" como la libertad: todos apreciamos la nuestra.
Y, sin embargo, son los líderes cuyas propuestas más constriñen la libertad de los individuos quienes se han llevado el gato al agua. Empezando por los apelativos. A unos se les llama "fachas", que proviene de un régimen dictatorial como el fascio italiano, ideología prima hermana del nazismo alemán. No voy a profundizar en las connotaciones negativas del término. Pero desde luego no son comparables con las que inspira el apelativo del otro bando: progre. Viene de progresista, que indica al menos un avance en el camino. Si alguien hace una crítica al sistema socialista mundial en que vivimos, es un facha; si defiende el saqueo al bolsillo del contribuyente, es progre. ¿No resulta paradójico?
Estos sesgos en el lenguaje empleado por unos y otros es máximo en todo lo que tenga que ver con lo artístico y, últimamente, con los temas dos punto cero. Si se cuelga de internet un vídeo sobre lo que sea y el conferenciante es conservador americano, un progre no resistirá la tentación de criticar el sesgo neocon, ya que el conferenciante es republicano; incluso si dentro del partido republicano el ponente está situado en la esquina más centrista y suavona. Pero suponiendo que fuera al contrario, que se tratara de un ponente que pertenece al partido demócrata, lo normal es que se haga caso omiso de su filiación. Las críticas de libertarios y liberales van a dirigirse no tanto a su pertenencia a un partido como a los argumentos defendidos. Es más, muchos son los libertarios que, igual que rechazan el intervencionismo, venga del partido que sea, por la misma razón aceptan las medidas liberales, provengan de donde provengan.
Otra asimetría que nos perjudica es que un liberal o un libertario acusará los eslóganes demagógicos y espurios tanto dentro de sus pares como en los contrincantes intelectuales, mientras que los socialistas de todos los partidos, pero especialmente los de izquierdas, son maestros de la demagogia y la manipulación. Y de esta forma, nos vemos expuestos a ser tachados de mil y una vilezas referidas a los débiles (niños, enfermos, ancianitos…, pobrecitas mujeres…) a sabiendas de que no vamos a caer en lo mismo, sencillamente por escrúpulos.
¡Lo social vende tan bien! ¿A qué capitalista malévolo se le ocurre quitarle a esa niña necesitada el pan de la boca? Pero nadie recrimina a los socialistas que le roban el futuro a esa misma criatura al aumentar la deuda del Estado, o que trata de irresponsables y tontos a los padres de los niños pobres cuando se aboga por la enseñanza gratuita y obligatoria. Nadie cae en la cuenta de que la paridad es una falta de respeto a la mujer y que se pone en duda su capacidad para fijarse los objetivos que le vengan bien y de encontrar el camino que le lleve a su consecución. Nadie piensa que, además de mi bolsillo, son los bolsillos más precarios los que se ven afectados por los derroches de los gobiernos socialistas.
Eso sí, ninguno de los críticos del liberalismo puro y del libertarianismo se piensa dos veces tachar de radical, facha, ultra y lo que haga falta a quienes lo que pedimos es que se nos deje buscar nuestro modo de llevar nuestra vida, incluyendo nuestra forma de ser solidarios, de relacionarnos como seres sociales que también somos. Y ésta es una cuestión importante que proviene de uno de esos errores convenientes de los intervencionistas. Los defensores de la libertad individual no creemos que hay que vivir aislados, ni somos necesariamente egoístas (o más que los socialistas). Tenemos amigos, creamos empresas, damos trabajo o trabajamos en ellas, pertenecemos a clubes, vamos o no al fútbol… somos normales. Eso sí, creemos que hay que respetar la responsabilidad individual como punto de partida irrenunciable para vivir armónicamente en sociedad. Y en eso consiste la libertad. Lo contrario fomenta irresponsabilidad (porque el que la hace no la paga), obstaculiza el planteamiento de metas y la búsqueda de caminos para su consecución, porque lo colectivo está por encima de lo individual. Como si lo colectivo no procediera de lo individual, como si no estuviera ligado el buen funcionamiento de ambos niveles, y como si alguno de ellos fuera ajeno a la naturaleza humana.
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