La reelección de Cristina Kirchner en Argentina: ¿con rulos o sin ellos?
Madrid. – En la solemne apertura del año legislativo en Argentina, interrumpido en numerosas ocasiones por el fervor no tan solemne de los seguidores de la presidente y los seguidores del vicepresidente, enfrentados entre si, y por el lanzamiento de papelitos multicolores, al estilo de lo que ocurre en esos templos de la democracia que son los estadios de fútbol, Cristina Kirchner tendió un halo de misterio sobre su candidatura presidencial. Con su mejor estilo retórico se preguntó si “¿Alguno me ha escuchado a mí que voy a ir por la reelección en 2011?”. Y a continuación le puso la guinda a la frase al advertir a la oposición, y a la opinión pública en general, con una expresión algo demodé que no se pusieran “los rulos”, que no se prepararan para festejos anticipados.
El discurso presidencial ha permitido centrar el debate político en torno a su candidatura, que sus seguidores ya dan por hecha. Es más, al día siguiente de que Cristina Fernández expresara su gran duda metafísica, prácticamente su gabinete en pleno, acompañado por lo más nutrido del kichnerismo, ahora devenido en cristinismo, lanzó un “operativo clamor” en aras de plasmar su presencia como candidata en las elecciones del próximo octubre. En realidad, de las grandes incertidumbres existentes en torno a dicha elección, la del candidato oficialista es la menor, por cuanto las certezas sobre la presencia en ellas de Cristina Fernández se da prácticamente por hecha. Sólo una catástrofe, medible demoscópicamente, la haría cambiar de opinión.
Hay, sin embargo, en torno al oficialismo, otras cuestiones importantes que todavía no están tan claras. La primera es si el kirchnerismo o cristinismo irá a las elecciones sin las muletas peronistas. O, dicho de otra manera, si Cristina Fernández y sus seguidores se atreverán a hacer realidad el sueño montonero de construir un peronismo progresista despojado de todo lo que huele a rancio, a caudillismo derechoso o a burocracia sindical. La tentación es grande y la tuvo Néstor Kirchner con su intento de transversalidad, que suponía reunir a lo más granado y selecto de cada comunidad política, como el vicepresidente Cobos, tránsfuga en su día del radicalismo, para impulsar lo más parecido a un frente popular.
Pese a las expectativas fundadas en el proyecto, que iba a dotar al “modelo” kirchnerista de mucha más solidez, los hados electorales no le fueron favorables y Néstor Kirchner, con la cabeza un poco gacha debió retornar a la casa madre del Partido Justicialista. Hoy se piensa que tras la muerte del ex presidente su viuda ha acumulado un caudal político importante y un grado de respaldo popular tal que podría ganar la elección en la primera vuelta sin el apoyo del peronismo, visto más como un lastre que como un respaldo fundamental.
En este punto la cuestión de fondo es el margen de resistencia de los peronistas más ortodoxos y la respuesta de la ciudadanía. Por parte de los peronistas, hasta dónde estarán dispuestos a llegar en su apoyo a la presidente contemplando que sus posiciones son relegadas y sus cuadros postergados por otros más “progresistas”. Pero lo mismo vale para la opinión pública, ¿hasta qué punto el votante medio argentino sintoniza con una opción mucho más escorada que en el pasado hacia el populismo bolivariano? En este sentido, el ascenso de algunos segmentos sociales a eso que genéricamente se llama “clases medias” podría ser un elemento que no necesariamente juegue a favor de las aspiraciones presidenciales.
Es cierto que hay en Argentina, especialmente visible en la ciudad de Buenos Aires, un segmento bastante considerable de la población que respalda posiciones de izquierda, pero hasta ahora ese respaldo iba más en la línea de la social democracia que del peronismo de izquierdas o el bolivarianismo. Si en 2007, en un escenario distinto y con una prensa mucho más favorable y con una imagen que transmitía su preocupación por la consolidación institucional, Cristina Kirchner apenas obtuvo poco más del 45% de los votos, ¿es posible repetir en 2011 una votación similar?
Desde el kirchnerismo se quiere transmitir a la opinión pública la idea de que la elección ya está ganada y que sólo hay que recoger los frutos tras la intensa siembra de los años pasados. Esto explica el discurso adanista de la presidencia en el Congreso: nunca Argentina había estado mejor que con ella y su marido. En realidad, se podría concluir que la verdadera historia argentina comenzó con la llegada del matrimonio Kirchner a la Casa Rosada y que allí comenzó la felicidad de los argentinos. Gracias a ella hoy Argentina es un país feliz que no debe envidiar a ningún otro del planeta, pese a la emergencia de cuestiones muy sensibles para el público en general como la seguridad ciudadana y la inflación.
De ahí el empeño de sus seguidores de remedar el modelo de Chávez y tener a Cristina Kirchner como presidente durante toda la vida. Así fue como pocas horas antes de la apertura del año legislativo, la diputada ultrakirchnerista Diana Conti dijo: “Con sectores ultrakirchneristas, a los que pertenezco, avizoramos a veces el deseo de hacer una reforma constitucional porque quisiéramos tener una Cristina eterna”. Al haberse hecho el anuncio a destiempo hubo que replegar velas y decir que los objetivos inmediatos no pasan por una reforma constitucional para la que no se tiene la mayoría necesaria. Sin embargo, detrás de esta cuestión descansa la idea de que si no hay reelección posible el síndrome del pato cojo emergerá rápidamnte.
La idea de la contundencia del triunfo presidencial se apoya en unas encuestas que hasta ahora dan cuenta de la falta de definición y de la fragmentación de la oposición. Este panorama es el que respalda la idea de que obtener más del 40% de los votos y 10 puntos porcentuales de diferencia con el segundo candidato más votado, sea cual sea, es algo factible. La cuestión de fondo, a falta de que la oposición asuma finalmente la responsabilidad que le compete en una situación como la actual, es saber hacia dónde y cómo se moverá la presidente. No sea que por mucho estirar la manta por su izquierda el flanco diestro quede desguarnecido y con las partes al aire.
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