El payaso del terror
A muchos les parecía ya un simple payaso inofensivo. Había abandonado aquellas ínfulas de líder revolucionario mundial que le llevaron a inundar occidente con petrodólares para promocionar su patético Libro Verde. Había renunciado al programa de armas químicas y biológicas que a finales del siglo XX todo buen sátrapa árabe creía tener que desarrollar para mayor gloria, capacidad de chantaje y efectividad criminal. Incluso aceptó reprimir su obsesión por apoyar a cualquier terrorismo que quisiera matar en Occidente. Y acabó revelando datos muy valorados por los servicios de información occidentales sobre las redes del terrorismo revolucionario socialista del pasado.
En Europa todos estaban deseando perdonarle al esperpéntico caudillo nómada sus barrabasadas, desvaríos y crímenes. Como mayor productor de petróleo del norte de África, sus cerca de millón y medio de barriles diarios, dan para mucha inversión y negocio. En Londres, hasta Tony Blair se volcó en el esfuerzo de olvidar el pasado de Gadafi y se presentó en 2007 a besar al beduino, mientras los tribunales escoceses hacían piruetas legales para liberar al terrorista que quedaba preso por el terrible atentado del avión de la PANAM sobre la localidad de Lockerbie en el que murieron 259 pasajeros en vuelo desde Frankfurt a Nueva York. En muchas capitales europeas se dio la bienvenida al personaje, para muchos cada vez menos siniestro y más divertido. Se le abrieron los parques públicos para instalar sus «jaimas» y congregar a la prensa para presumir de escoltas tetonas color cobalto y de los nuevos caballos que viajaban con él. Nadie hacía demasiado caso a sus tediosas cantinelas megalómanas, pero todos están atentos y prestos cuando sacaba la pluma para firmar un proyecto o una concesión. Todos toleraban con infinita condescendencia las astracanadas del vejete revolucionario, como se aguantan las de Fidel Castro. Con buen humor y comprensión. Y por supuesto también las de sus hijos, que solían tener
altercados en todas las capitales europeas por comportarse allí como lo hacían en casa.
Pues ahí tienen al payaso viejete y a sus hijos. Aviones de combate libios disparaban contra la población concentrada en manifestaciones por la capital, Trípoli. Partes del ejército aun leales hacían fuego desde blindados y carros de combate contra todo lo que se movía en diversos barrios y otras ciudades del país. En Benghasi, la capital de la región oriental, la matanza de varios centenares de civiles desarmados no han impedido que la insurrección se haya hecho con el control al menos parcial de las calles. Pero la orgía de sangre no hacía sino empezar. Mercenarios extranjeros recorren las calles allí y en otras localidades dedicados a causar el mayor número posible de víctimas entre los ciudadanos desarmados.
El régimen cuenta con mercenarios desde hace tiempo por su falta de confianza en un ejército siempre movido por obediencias tribales. Pero ayer llegaban noticias alarmantes de la llegada de vuelos de más mercenarios que el régimen habría contratado para una guerra total. Es la que había anunciado su hijo Saif Gadafi, el segundo, muy viajado y pulido en universidades europeas. Fue en un discurso televisado en la madrugada que recomiendo ver. Porque ni en su traducción simultánea al inglés pierde el terrorífico mensaje del que juega con la maldad y el miedo pero ya en lucha por la supervivencia propia. Hiela la sangre. Exige sumisión y obediencia. Y amenaza con ríos de sangre, con hambre, con larga guerra civil. Y advierte que lucharán hasta el último hombre, hasta la última bala.
El tsunami de la juventud arrastra ahora a uno de los personajes más siniestros del muy concurrido escenario árabe. Ya no hay vuelta atrás. Pero el payaso ya ha decidido que dejará en su hundimiento un paisaje de espanto.
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