Los presupuestos estilo Luis XV de Obama
Cinco días antes de su investidura, el Presidente electo Obama decía al Washington Post que la reforma de lo social ya no podía ser aplazada. A continuación pasó los dos años siguientes aplazando – añadiendo 3 billones de dólares en deuda nueva por el camino – con la excusa de que el masivo gasto deficitario temporal era imprescindible para impedir otra Gran Depresión.
Para poner de relieve sus credenciales en la materia, más tarde nombraba una comisión de reducción del déficit. Ésta daba a conocer sus conclusiones el pasado diciembre, cuando la economía había dejado atrás la recesión, anunciando solemnemente que "la era del revisionismo de la deuda pública ha terminado".
Eso ha durado dos meses escasos. Los primeros presupuestos post-conclusiones de la comisión del presidente, presentados el lunes, marcan el regreso al olvido. Hasta Erskine Bowles, el secretario Demócrata de la comisión de deuda de Obama, dice que "distan mucho del extremo al que tendremos que llegar para resolver nuestra pesadilla fiscal".
Los presupuestos vaticinan a los cuatro vientos una reducción del déficit de 1,1 billones de dólares durante la próxima década.
¿Por dónde empezar? Hasta tragándose esta cifra, los presupuestos de Obama añaden 7,2 billones en deuda nueva durante esa misma década.
Pero hay una trampa. La administración está dando por sentados ritmos de crecimiento más altos que los proyectados por economistas privados y la Oficina Presupuestaria del Congreso. Sin este escenario halagüeño — según las estimaciones de crecimiento de la Oficina Presupuestaria del Congreso — 1,7 billones de dólares de la recaudación fiscal desaparecen y la deuda estadounidense se incrementa en 9 billones durante la próxima década. Es casi 1 billón de dólares al año.
Suponga que nos tragamos el escenario color de rosa. ¿De dónde salen estos 1,1 billones de reducción del déficit? ¿Dolorosos recortes? Vuélvalo a intentar. Salen de 1,6 billones en subidas tributarias, mas 328.000 millones de dólares de origen poco claro en una misteriosa financiación bipartidista a una sociedad de transporte (impuestos a los combustibles, es de suponer) – haciendo un total de casi 2 billones de dólares en impuestos nuevos.
Reducción clásica de la deuda Obama: se suman 2 billones en impuestos nuevos, a continuación se añade otro billón en gasto público nuevo y, al momento, tiene usted 1 billón de dólares de reducción de la deuda. Es la misma contabilidad deficitaria demencial del Obamacare: se reduce la deuda añadiendo 540.000 millones de dólares en gasto nuevo y sumando a continuación 770.000 millones en impuestos nuevos. Al momento: 230.000 millones de dólares en "reducción de la deuda". La cuenta de la vieja.
¿Y qué hay de aquellos "dolorosos recortes" que hace Obama en los programas que realmente le importan? El truco está en que estos "recortes" se hacen a márgenes de referencia nuevos enormemente inflados generados a través de la orgía de gasto público de los dos primeros años de Obama. Se suponía que eran medidas de emergencia contra la depresión que evitarían la catástrofe. Pero post-recesión siguieron ahí. Como resultado, los niveles de gasto administrativo independiente de la defensa son hoy un 24% superiores a los que había antes de Obama — 84% superiores si se añaden los fondos del estímulo.
Lo cual es el motivo de que los recortes presuntamente dolorosos produzcan un gasto público a niveles todavía estratosféricos. Después de todos los recortes, la financiación del Departamento de Educación sigue siendo un 35% más elevada que la del último ejercicio pre-emergencia pre-Obama, el 2008. La Agencia de Protección Medioambiental: 18 por ciento superior. Departamento de Energía: 22 por ciento superior. Considere hasta la publicidad del "recorte doloroso" más grande de todos, el recorte del 50% en los subsidios a los combustibles destinados a las rentas modestas. Bárbaro, ¿no? Menos por el hecho de que los subsidios se habían duplicado con respecto a los niveles de 2008. El recorte draconiano no es sino el retorno a los niveles normales pre-recesión.
Pero todo esto son transacciones a una escala trivial. El dinero de verdad está en los derechos sociales. Y el verdadero escándalo de estos presupuestos es que Obama no los toca. Ni la Seguridad Social. Ni Medicaid. Ni Medicare.
¿Qué pasa con la reforma fiscal, la otra gran recomendación de la comisión del déficit? Nada.
¿Qué tal solamente un subconjunto de eso — la reforma tributaria corporativa, a tenor de la cual los Republicanos han indicado estar dispuestos a colaborar? La fórmula es simple: cerrar las lagunas para ampliar la base impositiva, luego reducir los tipos a todos, promoviendo la eficiencia económica y la igualdad de condiciones en la misma medida. ¿Qué hacen los presupuestos Obama? Eliminan las deducciones — y a continuación conservan el tipo en el 35%, entre los más altos del mundo industrializado (más del doble que los de Canadá, por ejemplo).
Pero a pesar de todos sus trucos, estos presupuestos dejarán al país al final de la década lastrado por una deuda en manos públicas del triple de la que heredó Obama.
Unos presupuestos más cínicos son difíciles de imaginar. Estos ignoran la crisis de la deuda que se avecina, desplazan la responsabilidad de los recortes presupuestarios serios a los Republicanos — para los que los Demócratas están preparados con un ataque demagogo de dos años de artillería de todos los calibres — y sitúa a Obama perfectamente de cara a la reelección en 2012.
Obama se figura que su optimismo sin contenido negando la deuda es Reaganista. Es más Luis XV. Reagan engendró un cuarto de siglo de prosperidad; Luis, la catástrofe.
Además, a diferencia de Obama, Luis tuvo la decencia de admitir que estaba renunciando al futuro por el presente. Nunca simuló estar ganándolo.
© 2011, The Washington Post Writers Group
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