El mismo Obama con distinto disfraz
Los comicios de noviembre trasladaron un mensaje claro a Washington: menos gobierno, menos deuda, menos gasto público. El Presidente Obama sin duda lo escuchó, pero a juzgar por su discurso del Estado de la Nación, no se cree una palabra de él. ¿Que la gente dice que quiere recortes? Claro que sí — en abstracto. Pero cualquier formación que se atreva a llevarlos a cabo realmente será severamente castigada. A eso, Obama se apuesta su reelección.
No se puede sacar ninguna conclusión distinta de un discurso que ni siquiera aborda la cuestión de la deuda hasta transcurridos 35 minutos. ¿Y qué ofrece entonces? La congelación del gasto administrativo nacional que él mismo admite afecta tan sólo a la octava parte de los presupuestos.
Obama parecía impresionado, no obstante, de que ello diera lugar a 400.000 millones de dólares en ahorro a 10 años. Sale a una media de 40.000 millones al año. Solamente el déficit del último ejercicio es del orden de 30 veces esa cantidad. Y el gasto federal total es más de 85 veces ese importe. Un ahorro anual de 40.000 millones de dólares para una administración que acaba de añadir de golpe 3 billones de dólares en deuda nueva los dos últimos años es profundamente informal. Son las migajas, un error de redondeo.
En cuanto a lo social, que es donde está el dinero de verdad, Obama no dijo prácticamente nada. Estará encantado de debatir, pero si los Republicanos se atreven a quitar algo a la abuelita, él hará de Horacio sobre el puente.
Toda esta pantomima de la reducción del déficit llegaba tras la primera mitad de un discurso dedicado íntegramente a, sí, nuevos gastos. Casi siento admiración por la temeridad de Obama. Su batería de estímulo de 2009 y su reforma sanitaria revientapresupuestos es precisamente lo que desató la revuelta popular que hizo realidad su paliza en noviembre. Y aun así vuelve a por más.
Es como si Obama estuviera desafiando a los votantes — y a los Republicanos — a demostrar que realmente quieren una administración más reducida. Acude a las barricadas del Obamacare y allí aguarda con otra salva de gasto público indiscriminado — perdón, inversión. Para responder al reto de esos exigentísimos asiáticos, Obama quiere dilapidar más fondos públicos en un mantenimiento de infraestructuras todavía mayor y más profesores subvencionados federalmente — con un toque de alta velocidad ferroviaria dispuesto por motivos ornamentales. Eso enseñará lo que es bueno a los chinos.
Y por supuesto, una vez más, está el cebo mágico de una economía verde creada por la brillantez de los expertos y los políticos de Washington. Esto va a ser nuestro "momento Sputnik", cuando el temor al extranjero nos empuje a la innovación y la grandeza del tipo que hizo posible la NASA y la llegada a la luna.
Aparte de la ironía de que este gancho sea utilizado por el mismo presidente que acaba de tumbar del programa espacial tripulado de la NASA, está el hecho de que desde la fantasía de los combustibles de fermentación de Jimmy Carter, Washington ha destinado miles de millones de dólares del contribuyente a manos llenas a una quimera en vana búsqueda de energías renovables económicamente competitivas.
No es sino un refrito de lo que solía llamarse antes legislación industrial, la administración elige a los ganadores y los perdedores. Salvo que en un terreno que no está tecnológicamente preparado ni de lejos para rivalizar con los combustibles fósiles, nosotros elegimos a un perdedor tras otro — desde el etanol, un despilfarro de 6.000 millones de dólares que hasta Al Gore reconoce un error, al Chevy Volt de 41.000 dólares que sólo las rentas más altas se pueden permitir (por supuesto, con sus rebajas fiscales Bush ampliadas).
Tal vez todo esto sea de esperar de los Demócratas — el partido de la administración pública — y de un presidente que desde su primer discurso al Congreso ha mostrado audazmente su fanatismo a la hora de transformar radicalmente el contrato social estadounidense y reemplazarlo con "Nuevos Cimientos" (un eslogan Obama que nunca llegó a calar). Ha salido lo bastante escarmentado de los comicios de 2010 como para hacer guiños al centro. Pero el discurso del Estado de la Unión revela a un caballero ideológicamente erguido y nada amedrentado. Presentó un insignificante recorte del gasto, otro estímulo más (si bien modesto), y la promesa de combatir cualquier tentativa Republicana de reducir significativamente el tamaño de la administración.
De hecho, fue más allá. Trató de presentar este más-de-lo-mismo dentro de un llamamiento a la grandeza nacional, citando a dos hermanos de Michigan que fabrican células solares en tejas como vibrante ejemplo del inminente momento Sputnik.
"Hacemos grandes cosas", afirmaba solemnemente Obama al final de un discurso que fue, por el contrario, el ejemplo más refinado del minimalismo Clintonista en ofensiva desde los tiempos de los uniformes escolares y los partidos nocturnos de baloncesto.
De la llegada a la luna a las tejas solares. ¿Hay mejor ejemplo de la decadencia norteamericana?
© 2011, The Washington Post Writers Group
- 28 de diciembre, 2009
- 23 de julio, 2015
- 10 de junio, 2015
- 16 de junio, 2013
Artículo de blog relacionados
- 8 de septiembre, 2006
Por José Raúl González Merlo Prensa Libre La seguridad alimenta-ria es tema de...
24 de junio, 2008El Nuevo Herald Oliver Sacks publicó un artículo extraordinario en The New York...
23 de febrero, 2015Infobae - Economía Para Todos En algunos medios se lee que el Gobierno decidió aplicar...
2 de diciembre, 2020