La intolerancia de los intelectuales
Extraído de
The Anti-Capitalistic Mentality (1954)
Un observador superficial de las ideologías actuales podría fácilmente dejar de apreciar la predominante intolerancia de los formadores de la opinión pública y las maquinaciones que hacen inaudibles las voces de los disidentes.
Parece haber desacuerdo en relación con asuntos considerados como importantes. Comunistas, socialistas e intervencionistas y las distintas sectas y escuelas de estos partidos están luchando entre sí con tanto celo que se distrae la atención de los dogmas fundamentales con respecto a los cuales hay un acuerdo total entre ellos.
Este dogmatismo “no ortodoxo” es una mezcla contradictoria y confusa de distintas doctrinas incompatibles entre sí. Es el peor de los eclecticismos, una ristra confusa de conjeturas tomada de mentiras y errores explotada desde hace mucho. Incluye cosas de muchos autores socialistas, tanto “utópicos” como “marxistas científicos”, de laEscuela Histórica Alemana, de los fabianos, de los institucionalistas estadounidenses, de los sindicalistasfranceses y de los tecnócratas. Repite errores de Godwin, Carlyle, Ruskin, Bismarck, Sorel, Veblen y una serie de hombres menos conocidos.
El dogma esencial de este credo declara que la pobreza es el resultado de instituciones sociales inicuas. El pecado original que privó a la humanidad de la vida feliz del Jardín del Edén fue el establecimiento de la propiedad y la empresa privadas. El capitalismo sirve solo a los intereses egoístas de los duros explotadores. Condena a masas de hombres honrados a un progresivo empobrecimiento y degradación.
Lo que se necesita para hacer próspera a toda la gente es controlar a los avariciosos explotadores por medio del buen dios llamado Estado. La búsqueda del “servicio” debe sustituir a la búsqueda del “beneficio”. Por suerte, dicen, ni la intriga ni la brutalidad por parte de los infernales “realistas económicos” puede sofocar el movimiento de la reforma. La llegada de una era de planificación centralizada es inevitable. Entonces habrá abundancia para todos.
Quienes ansían acelerar esta gran transformación se llaman a sí mismos progresistas, precisamente porque pretenden estar trabajando para la realización de algo que a la vez es deseable y está de acuerdo con las leyes inexorables de la evolución histórica. Menosprecian como reaccionarios a todos los que se comprometen en el vano esfuerzo de detener lo que ellos llaman progreso.
Desde el punto de vista de estos dogmas, los progresistas defienden ciertas políticas que, según dicen, podrían aliviar inmediatamente a la mayoría de las masas sufrientes. Por ejemplo recomiendan la expansión del crédito y aumentar la cantidad de dinero en circulación, salarios mínimos decretados e impuestos por el gobierno o por la presión y la violencia de los sindicatos, el control de los precios de productos y rentas y otras medidas intervencionistas.
Pero los economistas han demostrado que todos esos remedios no consiguen alcanzar esos resultados que sus defensores quieren obtener. Su resultado es, desde el mismo punto de vista de quienes los recomiendan y recurren a su ejecución, incluso menos satisfactorio que el estado de cosas previo que se pretende alterar. La expansión del crédito genera la recurrencia de crisis económicas y periodos de depresión. La inflación hace que aumenten los precios de todos los productos y servicios. Los intentos de forzar al alza los salarios respecto del mercado no intervenido habrían resultado producir un desempleo masivo prolongado año a año. Los límites de precios generan una caída en la oferta de productos afectados. Los economistas han probado estos teoremas de una forma irrefutable. Ningún pseudoeconomista “progresista” ha tratado nunca de refutarlos.
La acusación esencial de los progresistas contra el capitalismo es que la recurrencia de crisis y depresiones y desempleo masivo es una característica esencial de éste. La demostración de que estos fenómenos, por el contrario, son el resultado de los intentos intervencionistas de regular el capitalismo y mejorar las condiciones del hombre común da a la ideología progresista el golpe de gracia.
Como los progresistas no están en disposición de presentar ninguna objeción sostenible a las enseñanzas de los economistas, tratan de ocultarlas de la gente y especialmente de los intelectuales y los estudiantes universitarios. Cualquier mención de estas herejías está estrictamente prohibida. Sus autores son insultados y se disuade a los estudiantes de que lean sus “locuras”.
Tal y como ven las cosas los dogmáticos progresistas, hay dos grupos de hombres diputándose qué parte de la “renta nacionales” deben apropiarse. La clase los propietarios (los empresarios y los capitalistas a los que se refieren a menudo como “directores”) no está dispuesta a dejar al “trabajo” (es decir, salariados y empleados) más que un mínimo, solo poco más que la mera subsistencia. El trabajo, como puede entenderse fácilmente, ante la avaricia de los directores, se inclina a escuchar a los radicales, a los comunistas, que quieren expropiar completamente a aquéllos.
Sin embargo la mayoría de la clase trabajadora es lo suficientemente moderada como para no caer en un excesivo radicalismo. Rechazan el comunismo y están dispuestos a contentarse con algo menos que la confiscación total de las rentas “no ganadas”. Buscan la solución intermedia en la planificación, el estado de bienestar, el socialismo.
En esta polémica, los intelectuales que supuestamente no pertenecen a ninguno de los dos bandos opuestos se dice que actúan como árbitros. Ellos (los profesores, los representantes de la ciencia, y los escritores, los representantes de la literatura) deben rechazar a los extremistas de cada grupo, tanto a aquéllos que recomiendan el capitalismo como a quines apoyan el comunismo. Debemos alinearnos con los moderados. Debemos estar con la planificación, el estado de bienestar, el socialismo; y ellos deben apoyar todas las medidas pensadas para acabar con la avaricia de los directores e impedir que abusen de su poder económico.
No hay necesidad de entrar de nuevo en un análisis detallado de todas las falacias y contradicciones implícitas en esta forma de pensar. Baste con señalar tres errores fundamentales.
- El gran conflicto ideológico de nuestro tiempo no es una lucha acerca de la distribución de la “renta nacional”. No es una disputa entre dos clases, cada una de las cuales está ansiosa por apropiarse de la mayor parte posible de una suma total disponible para distribuir. Es una disputa respecto de la elección del sistema más adecuado de organización económica de la sociedad.
La cuestión es cuál de los dos sistemas, el capitalismo o el socialismo, proporciona una mayor productividad al trabajo humano por mejorar el nivel de vida de la gente. La cuestión es asimismo si el socialismo puede considerarse como un sustitutivo del capitalismo, si cualquier gestión racional de las actividades de producción, es decir, gestión basada en el cálculo económico, puede realizarse bajo condiciones socialistas.
La intolerancia y el dogmatismo de los socialistas se manifiestan en el hecho de que se niegan tercamente a entrar a examinar estos problemas. Para ellos que el capitalismo es el mayor de todos los males y el socialismo la encarnación de todo lo bueno es una conclusión decidida de antemano. Cualquier intento de analizar los problemas económicos de una comunidad socialista se considera un crimen de lesa majestad. Como las condiciones de los países occidentales no permiten aún la liquidación de esos delincuentes al estilo ruso, les insultan y vivifican, generan sospechas sobre sus motivos y les boicotean.
- No hay diferencia económica entre socialismo y comunismo. Ambos términos, socialismo y comunismo, denotan el mismo sistema de organización económica de la sociedad, es decir, el control público de los medios de producción frente al control privado de los medios de producción, el capitalismo. Los dos términos, socialismo y comunismo, son sinónimos. El documento que todos los socialistas marxistas consideran como el fundamento inamovible de su credo se llama el Manifiesto Comunista. Por otro lado, el nombre oficial del imperio comunista ruso es la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
El antagonismo entre los actuales partidos comunistas y socialistas no afecta al objetivo último de sus políticas. Se refiere principalmente a la actitud de los dictadores rusos de subyugar tantos países como les sea posible, en primer lugar Estados Unidos. Se refiere además a la cuestión de si la consecución del control público de los medios de producción debería alcanzarse por métodos constitucionales o por un derrocamiento violento del gobierno en el poder.
Tampoco los términos “planificación” y “estado de bienestar” tal y como se usan en el leguaje de economistas, estadistas, políticos y otra gente significan algo distinto del objetivo final del socialismo y el comunismo. Planificación significa que el plan del gobierno debería sustituir a los planes de los ciudadanos individuales. Significa que debería privarse a los empresarios de la capacidad de emplear su capital de acuerdo con sus propios designios y debería obligárseles a cumplir incondicionalmente las órdenes emitidas por una oficina central de planificación. A esto se suma la transferencia del control de empresarios y capitalistas al gobierno.
- El capitalismo y el socialismo son dos patrones distintos de organización social. El control privado y el control público de los medios de producción son ideas contradictorias y no simplemente ideas contrarias. No existe una economía mixta, un sistema que pueda estar a medio camino entre el capitalismo y el socialismo.
Quienes defienden lo que se cree erróneamente una solución intermedia no recomiendan un compromiso entre capitalismo y socialismo sino un tercer patrón que tiene sus propias características particulares y debe ser juzgado de acuerdo con sus propios méritos. Este tercer sistema que los economistas llaman intervencionismo no combina, como dicen sus defensores, algunas de las características del socialismo con algunas del socialismo. Es algo completamente distinto de ambos.
Los economistas que declaran que el intervencionismo no consigue esos fines que sus defensores quieren alcanzar sino que empeoran las cosas (no desde el propio punto de vista de los economistas, sino desde el mismo punto de vista de los defensores del intervencionismo) no son intransigentes ni extremistas. Simplemente describen las consecuencias inevitables del intervencionismo.
Cuando Marx y Engels defendían en el Manifiesto Comunista medidas intervencionistas concretas, no querían recomendar un compromiso entre socialismo y capitalismo. Consideraban esas medidas (por cierto, las mismas medidas que hoy son la esencia del New Deal y el Fair Deal) como primeros pasos en el camino hacia el establecimiento de comunismo completo. Ellos mismos describían estas medidas como “económicamente insuficientes y no sostenibles” y las pedían solo porque “en el curso del movimiento se sobrepasan, exigen más avances al viejo orden social y son inevitables como medio de revolucionar completamente el modo de producción”.
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Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.
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