Chismes, pero con cierto nivel
SALAMANCA. - De todo lo que he leído en las últimas semanas, lo que más me ha impactado es la aparición de los famosos y mal llamados “papeles del Pentágono” gracias a una persona, una sola persona en este mundo de unos siete mil millones de habitantes, que ha puesto en jaque a más de una potencia; las más grandes y las más poderosas. Si alguna vez tuvo sentido explicar algo a través de la historia bíblica de David venciendo al gigante Goliat nada más que con una honda, es esta vez. Solo que no fue una honda, sino un teclado de ordenador.
Lo que ha hecho Assange ha sido un golpe magistral al develar la correspondencia mantenida por los embajadores de los Estados Unidos de Norteamérica en todo el mundo con su oficina central. Vale decir, el Departamento de Estado. Son los papeles del mundo diplomático que causó la ira de muchos. Unos, porque creen que se pone en peligro la vida de quienes están trabajando en favor de la democracia. La izquierda, porque es la prueba más flagrante que los Estados Unidos nos espía.
Pongámonos de acuerdo. Desde que se crearon las embajadas y se enviaron embajadores de un sitio a otro, el objetivo principal no era organizar recepciones, intercambiar regalos y condecoraciones. Esta es nada más que la parte más vistosa y mejor vestida de la diplomacia. El verdadero objetivo ha sido siempre reunir la mayor cantidad posible de información del país en el que se está asignado para enviársela a su gobierno. Hace como tres semanas vengo leyendo todo lo que aparece al respecto en la prensa española –y realmente es mucho– pero hasta ahora no he descubierto nada que no sea esto: chismes del mundo oficial, las cosas que le dijeron los políticos de aquí y de allá a los embajadores y las cosas que los gobiernos querían saber de estos políticos.
Creo que todo el ruido que se ha creado en torno a estas “filtraciones” de los súper ordenadores del Departamento del Estado, que se creían inviolables, se justifica ya por algunas de las cosas que nos hemos enterado: el concepto que tenían los diplomáticos americanos de José María Aznar, un “político mediocre” que se siente consubstanciado con la nación misma, la chatura de Rajoy (que aspira a la presidencia de Gobierno de España) carente de carisma, las opiniones que les merece Hugo Chávez, la preocupación por la salud mental de Cristina Kirchner, el grado de formación intelectual de Evo Morales y un largo etcétera.
Todo esto ya lo sabíamos. Eran comentarios que hacíamos, y los seguimos haciendo, en nuestras columnas semanales, pero que adquirieron otra dimensión por el simple hecho de que ahora vienen con el membrete del Departamento de Estado. Pérdida de tiempo dedicarle tantas horas a la lectura que no nos informa de nada nuevo, no nos enseña nada atractivo, no nos hace estar mejor informados. Días pasados le decía a un amigo de aquí de Salamanca que el tema de los “papeles de Washington” era una versión más o menos política del programa de televisión “Dónde estás corazón”, un sitio donde se ventila la vida y la privacidad de las figuras de la farándula.
Lo que sí me parece sorprendente, ha sido la habilidad que ha tenido Assange de poder llegar a los ordenadores mismos del Departamento de Estado y descargar toneladas de documentos, miles y miles de páginas de las que solo conocemos una pequeña parte ya que existe un paquete, debidamente encriptado, que será puesto en circulación si a él le llega a pasar algo. Por lo tanto, todos los que tengan la cola sucia, a vigilarle a Assange las veinticuatro horas del día para que no le pase nada, ni siquiera caerse accidentalmente en la bañera que es el accidente más común que ocurre en la vida cotidiana.
Pero no solo nos ha abierto las puertas de un mundo que tendría que haber sido transparente si queremos perfeccionar nuestra democracia, sino ha movilizado a todo un ejército de sombras, porque son figuras anónimas que están poniendo en juego la estabilidad de lo que hasta ahora creíamos, no sin cierta soberbia, que era una expresión perfecta de la mente humana: las comunicaciones por internet. Hoy, el mundo es menos seguro. Nuestras tarjetas de crédito, nuestras comunicaciones, nuestras relaciones con una institución bancaria, se han desmoronado.
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