La fatal atracción del término socialismo
Y fíjense que
menciono al término y no al concepto socialismo. Cuando el empresario británico
Robert Owen popularizó en 1834 el uso de esta palabra, se hallaba muy lejos de
atisbar siquiera las interpretaciones nocivas que se le atribuirían a su
invención.
Porque debemos
partir de un hecho cierto, toda persona o agrupación que merezca denominarse
socialista reconoce una historia en común que tiene sus raíces en los siglos
XIX y XX, entre las luchas de los trabajadores industriales y agricultores,
fundados en los principios de solidaridad, y vocación a una sociedad
igualitaria, con una economía capaz de beneficiar a las mayorías.
Partiendo del anterior
esbozo es que llegamos hoy día a la siguiente definición de socialismo,
comúnmente aceptada y como tal aprobada por el diccionario de la Real Academia
Española: sistema de organización social y económico basado en la propiedad y
administración colectiva o estatal de los medios de producción y en la
regulación por el Estado de las actividades económicas y sociales, y la
distribución de los bienes.
Una vez
puntualizados los términos del análisis vale iniciar la reflexión de rigor. Si
a la fecha presente la humanidad hubiere alcanzado la plena comprensión del
prenombrado concepto, debidamente concatenado a los resultados históricos de su
real implantación, la pervivencia de su "fatal atracción" no tuviera
razón de ser.
Estimamos que
tan grave inopia tiene su origen en el primitivo atractivo del igualitarismo,
ideario connatural al socialismo, lo que ha dificultado la plena supresión de
éste como otra falacia política, azote de la humanidad.
Resulta
inconcebible y del todo reprochable, que un horror como el causado
históricamente por el socialismo resulte olvidado incluso por sociedades que lo
han llegado a padecer. Tal es el caso de españoles y chilenos, donde aún
mantienen el desatino de identificar con tan infausto vocablo a algunos de sus
importantes partidos ideológicamente socialdemócratas.
En ambos
países, han considerado de mayor trascendencia el quimérico atractivo del
término socialismo por sobre el grande aporte de la socialdemocracia a favor de
la humanidad y de sus propios pueblos en lo particular. Es la socialdemocracia
una ideología política cuyo fundamento primigenio se remonta a 1899, cuando el
político alemán Eduard Bernstein logra el deslinde con el socialismo a través
de su obra Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia,
argumentando que: "… la extensión de derechos democráticos a las clases
desposeídas, específicamente el derecho a voto a quienes no son propietarios,
cambia las reglas de la política: la democracia se ha transformado en conquista
y herramienta popular y por lo tanto supera la necesidad de una insurrección
y/o guerra civil a fin de instaurar una dictadura del proletariado".
Qué sentido
tiene entonces más allá de la miopía y la indolencia, el que hoy día, luego de
exitosos gobiernos como los de Léon Blum, Francois Mitterrand, Tony Blair,
Felipe González, Ricardo Lagos, entre otros, se siga permitiendo la confusión
entre el fracasado y destructivo socialismo y la reconocida eficiencia de la
socialdemocracia.
Es cuestión de
responsabilidad política el cerrar de una buena vez ese oscuro capítulo en la
historia de las ideologías, pues no solo dañan quienes permiten al socialismo
usurpar los éxitos de la socialdemocracia, brindando entonces oportunidad para
la irrupción de tiranías como la vigente hoy en Venezuela, sino que además la
sola tolerancia de esa inmoral connivencia genera solidaridades repugnantes
como la observada recientemente por parte del gobierno "socialista"
español, que en boca de su ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación Trinidad
Jiménez, tuvo el atrevimiento de negar públicamente la existencia de
prisioneros políticos en la Venezuela de Hugo Chávez; o dando pie por otro
lado, para las injustificables aquiescencias que en relación a ese mismo
régimen tuvo siempre a bien mantener el recientemente finalizado y muy
"socialista" gobierno de Michele Bachelet.
"La verdad
os hará libres" (Jn 8,32). "Esta frase evangélica establece una
estrecha relación entre la verdad y la libertad. El hombre es un ser
inexorablemente moral por el carácter libre de su persona. Pero estar en la
verdad es un requisito imprescindible para que la actuación humana sea
verdaderamente libre". Cita tomada de la Instrucción Pastoral de la
Conferencia Episcopal Española sobre la conciencia cristiana ante la actual
situación moral de nuestra sociedad.ORA y LABORA.
- 23 de julio, 2015
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