Zapatero no renunció
Se dirá que José Luis Rodríguez Zapatero se sintió príncipe y siguió los consejos de Maquiavelo e hizo rodar las cabezas de varios ministros –incluso eliminó ministerios– y hasta la de una vicepresidente. En realidad, la que el pueblo pedía era la suya, pero Zapatero ni renunció ni llamó a elecciones anticipadas, simplemente entregó el poder a su ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, sin duda el hombre más popular de su gobierno, al que le sumó los cargos de vicepresidente primero y portavoz del Gobierno. Esa fue la fórmula-maniobra de Zapatero para salir del apuro y esperar que pase el huracán, pero también de hecho cedió su ya casi perdido liderazgo y Rubalcaba quedó en carrera como candidato seguro del PSOE para las próximas elecciones presidenciales, a realizarse en diecisiete meses, si no antes.
“Zapatero deja España en manos de Rubalcaba”, tituló la prensa madridista, y es así. Ahora, menuda tarea le dejó a su colaborador. Y mientras el presidente no renunciante, mas aliviado, comienza a competir con los otros príncipes en labores mas protocolares y menos estresantes, el nuevo hombre fuerte habrá de hacerse cargo de una situación en que uno de cada cinco españoles es pobre y en que seis de cada diez familias no llegan a fin de mes. Rubalcaba tiene prestigio, su gestión en el ministerio del Interior y los éxitos ante la ETA han fortalecido su imagen, pero no basta, los problemas son de índole variado y de los que a la gente de a pie tocan más de cerca: una encuesta dada a conocer dos días después de los cambios consignaba que el 74,5% de los españoles no creía que el nuevo equipo de Zapatero pudiera sacarlos de la crisis.
En lo que hace a América Latina, la reestructura ministerial española trajo buenas noticias: la caída del canciller Miguel Angel Moratinos, el gran defensor de “demócratas” de este continente como Fidel y Raúl Castro y Hugo Chávez. No es que Moratinos haya sido un innovador, pero ha sido el más soberbio y agresivo. Mucho menos elegante que el propio Aznar. Para el otro lado, por supuesto; pero no olvidemos que también el hombre el PP hacía sus buenas migas con Fidel y hasta con Chávez, el que hoy no se priva de insultarlo en cuanto ocasión se le cruza.
La caída de Moratinos de todas formas obliga de alguna manera a una cierta revisión de la política exterior española –siempre errática para un lado o para el otro–, que notoriamente ha perdido peso y cada vez es menos respetada por sus condicionamientos a lo económico y los intereses de sus empresas, lo que se ha visto acentuado por la crisis que atraviesan, lo que además ya no se molestan ni en disimularlo.
Hagan lo que hagan, a la nueva canciller Trinidad Jiménez, le han dejado una brasa ardiendo con el caso del etarra funcionario del gobierno venezolano, que desafía e insulta a toda España, del que la Justicia española pide su extradición y a la que el señor Chávez hace oído sordos, mientras negocia acuerdos nucleares con Rusia.
En tanto, aquí en América no sería malo tomar nota de todas estas reestructuras y ver si no sería buena cosa darle de baja a algún clon de Moratinos que hay por ahí en alguna organización internacional defendiendo a ciertos demócratas y a unas novedosas formas de democracias sin separación de poderes y sin libertad de prensa ¿No?
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