Ignorancia + prepotencia = presidente boliviano
Si se puede resumir en una sola palabra la causa de los males de este mundo, esa es “ignorancia”. Si a la ignorancia le sumamos condimentos tales como, incompetencia, insensibilidad, despotismo, altanería, resentimiento, y juntamos esos elementos en un solo individuo, tenemos un cavernícola peligroso.
La imagen que recorrió el mundo mostrando al presidente boliviano Evo Morales dándole un rodillazo en la ingle a un jugador de fútbol del equipo contrario al suyo, mientras éste se encontraba desprevenido, es la muestra más elocuente de la clase de sujeto traicionero y abusivo que es el mandatario.
Obviamente el árbitro ni se atrevió a sacarle la tarjeta roja, porque Su Excelencia podría enviarlo al cadalso si osase cometer semejante atropello. Sus serviles dijeron, “son cosas del fútbol”. Pero esas no son cosas del fútbol, son cosas de una mente enferma.
El rudo gobernante es un típico megalómano que no tiene control de sus impulsos, se cree encima de las reglas y por supuesto de los demás. Es más, ni siquiera le importan las reglas. Así obran los más desalmados dictadores y asesinos.
La incurable enfermedad parece ser epidémica, se nota en diferentes grados y matices en Hugo Chávez, Rafael Correa, Cristina Kirchner, Barack Obama. La dolencia aparece repetitivamente en distintos lugares del mundo simultáneamente y parece manifestarse aproximadamente cada 70 años. Los últimos en presentarla fueron Hitler, Stalin, Mussolini, Mao, Perón. Son las corrientes progresistas las que hacen que estos anómalos ejemplares de la fauna humana se sientan endiosados.
La megalomanía es un estado psicopatológico caracterizado por delirios de grandeza, poder, riqueza u omnipotencia. A menudo el término se asocia a una obsesión compulsiva por tener el control.
Sigmund Freud postula esta conducta como un mecanismo de defensa a infancias con abusos físicos e incluso sexuales. También la asocia a personas con problemas de imagen; obesos, deformes, feos. Igualmente, son víctimas de este trastorno, individuos que padecieron en grandes etapas de su vida complejos de inferioridad, polo opuesto a la disfunción megalómana.
Observando a los actuales presidentes populistas, no es difícil encontrar alguno o varios de estos componentes en su vida personal y familiar. En Morales la perturbación es notoria porque sufre de un cargado complejo de inferioridad, hoy transformado en superioridad.
No es de extrañar entonces, que haya promulgado una ley antidiscriminatoria y antirracista que condena con penas de prisión a los periodistas o autores que emitan algún comentario que pueda ser considerado ofensivo.
Siendo el presidente un sujeto irascible, es imposible saber a qué niveles de autoritarismo puede llegar aprovechándose de la medida que es subjetiva en su interpretación.
¿Es racismo decirle ignorante? ¿Puede demostrar ser lo contrario? ¿Es discriminatorio decirle prepotente? Las evidencias están filmadas para sustentar ambos apelativos.
En un país como Bolivia donde existen marcadas diferencias raciales y culturales, y millones de complejos exudan a flor de piel, la nueva ley es un arma que puede ser usada por el gobierno para aniquilar la crítica y la oposición. Ese es precisamente su objetivo.
Miles de periodistas se encuentran reclamando por la anulación de la norma, porque como bien declararon, donde no hay libertad de expresión no hay democracia.
Lástima que muchos de los que hoy temen ver sus medios clausurados o ser apresados, recién se den cuenta del error que cometieron al adular a este siniestro alborotador callejero, apoyándolo en sus desmadres y en su candidatura presidencial, mientras pocos indicábamos que Bolivia estaba eligiendo a su Hitler.
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