De paros, rumores y sotanas mal llevadas
Dicha carencia institucional termina siendo un problema que contagia a todos, seamos sufridos pasajeros, arriesgados transeúntes o automovilistas acostumbrados a cuidarnos de violentos motoristas. Esa situación juega a favor de unos pocos. Pero al resto de la sociedad, incluyendo a muchos transportistas, le juega absolutamente en contra.
Los habituales decretazos de la política que postergan ad-infinitum la renovación de flotas, la volátil vigencia de licencias, y la insólita situación de no poder asegurar la flota, son muestra palpable de una precariedad que invita a los transportistas a moverse en la mencionada informalidad, quitándole previsibilidad al negocio. Y afectándolo. Un perfecto círculo vicioso.
Y eso sin hablar de rentas ni de extorsiones, los evidentes síntomas de que el Estado no cumple con su función de brindar seguridad. Como es su obligación, pues ejerce el monopolio del uso de la fuerza. El que la sociedad le ha delegado. Los rumores, por su parte, tal como los describió Ricardo Chacón (EDH), son "afirmaciones que adquieren sentido ante la experiencia de los receptores". No necesitan demostrar veracidad: les alcanza con ser creíbles. Desafortunadamente las extorsiones son creíbles. Sería ingenuo, claro, suponer inocencia entre quienes hacen circular rumores. Al menos no en este planeta.
El único método efectivo de combatirlos es eliminar las condiciones que les dan credibilidad. No es un asunto ideológico: tanto en la socialista Suecia como en el capitalista Estados Unidos, países ambos donde nadie cuestiona la soberanía de la ley por sobre las conductas ilegales, ningún rumor sobre presuntas extorsiones tendría eco: simplemente no sería creíble. ¿Consecuencia? Un perfecto círculo virtuoso.
Hablando de conductas ilegales, resultó sorprendente ver a un sacerdote presentarse como representante de las maras, y no negarlo ante la re-pregunta del conductor, hecha como tendiéndole una mano para que corrigiera la estupidez que acababa de decir. El entrevistado nada corrigió. Orgulloso, quizás, de decir estupideces.
También estuvo mal, todo hay que decirlo, darle cámara a quien se sabía la utilizaría para dañar la cultura de la legalidad. Al ver en vivo ese cuadro surrealista vinieron a mi mente los acordes del tango Cambalache: era la biblia junto al calefón. Dándole la razón a Discépolo en aquello de "allá en el horno nos vamo' a encontrar". Y bien cocinados.
La libertad de prensa no incluye micrófonos para delincuentes. Ni para sus representantes. No es censurar tener criterio para impedir, o sacar del aire, apologías del delito e inaceptables condicionamientos (¿o extorsiones?…) al primer mandatario para que vete tal o cual cosa. Así no es.
¿Qué escucharemos mañana?, ¿los condicionamientos del representante de algún "pobrecito" narcotraficante?, ¿o de algún "abnegado" asesino? (preocupadísimos, eso si, por la canasta básica…).
Ese sacerdote, en verdad, es un impostor. Aunque esté ordenado. Abusó, nada inocentemente, de la confianza que las cosas del espíritu inspiran en la gente: escudándose en una sotana mal llevada se burló no sólo de la fe religiosa de quienes creen, sino también de la buena fe de quienes, aún no siendo creyentes, respetan investiduras. Defraudó a todos al pretender legitimar la fuente de los rumores.
La Iglesia no debiera defenderlo. Fue triste ver a monseñor Rosa Chávez hacer en Canal 12 un vano intento por explicar lo inexplicable. Sin convicción, nervioso, y cabizbajo. Bebió un trago amargo por alguien que no lo merecía. Una pena.
El desafío es abandonar los círculos viciosos, como los que comienzan obstaculizando la previsibilidad en los negocios y terminan contagiando de problemas a todos. Y pasar a círculos virtuosos, de esos que les quitan credibilidad a los rumores. El combate a la pobreza, el verdadero, lo requiere. Y con urgencia.
Hasta la próxima.
El autor es ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 5 de junio, 2015
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- 3 de julio, 2015
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