Fidel Castro y el Dr. Francia
Pero no fue así. Cuando Latinoamérica se independizó y por cincuenta años más, sólo había un país industrializado: Inglaterra. Durante los últimos treinta años del Siglo XIX se industrializaron Estados Unidos, Alemania, Francia y otros países europeos, y Japón se encontró ya muy avanzado en el proceso. En la segunda mitad del Siglo XX, se industrializaron Singapur, Corea del Sur y Taiwán, mientras que Tailandia y Malasia avanzaron significativamente en su proceso. En el cambio al Siglo XXI, China e India sorprendieron al mundo con sus rápidas tasas de crecimiento. Y la América Latina sigue estancada.
Hay gente que cree que este estancamiento ha terminado. Últimamente la región ha comenzado a crecer rápidamente, y la economía más grande de la región, Brasil, ha sido identificada como el foco de un nuevo milagro como el chino o el indio. La idea de que Latinoamérica ya está despegando nos conviene a todos porque atrae inversiones. Sin embargo, todo indica que el despegue no se está dando.
Como ha pasado tantas veces en los últimos doscientos años, el alto crecimiento está basado en el boom de los precios de los productos primarios que el crecimiento de China ha generado. Este boom va a terminar cuando el crecimiento de China se nivele. En ese momento todos los países de Latinoamérica verán revertidas sus tasas de crecimiento y pueden experimentar serias crisis, como tantas que ha habido en circunstancias similares. Es decir, la economía de la región no se ha independizado de los productos primarios y permanece igual que lo que era en 1810. Ha crecido, pero no ha evolucionado hacia la industria y los servicios que llevan a grandes aumentos en productividad, que son la fuente del desarrollo y la riqueza. En esta dimensión, estamos como empezamos.
Ya está mal que estemos estancados económicamente. Pero también estamos estancados en términos del desarrollo político. Los gobiernos de las nuevas repúblicas latinoamericanas se caracterizaron por ser liderados por caudillos que subían al poder prometiendo paraísos sólo para perpetuarse en el poder en tiranías que reprimían el progreso. Esos caudillos, que comenzaron a principios del Siglo XIX, todavía están con nosotros. Juan Domingo Perón, Fidel Castro, Hugo Chávez, Rafael Correa, Daniel Ortega, Fernando Lugo y los Kirchner, para mencionar sólo algunos de los populistas de las últimas décadas, no son muy diferentes en esencia y aun en estilo de los tiránicos caudillos del Siglo XIX. Algunos son peores. Por ejemplo, Fidel Castro sólo puede compararse en destructividad y totalitarismo al siniestro Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, quien, al igual que Castro ha hecho en Cuba de 1959 hasta ahora, cerró Paraguay al progreso de 1814 a 1840, aunque lo hizo por bastantes menos décadas que Castro.
Esto nos diferencia radicalmente de otras regiones, en donde los sistemas políticos evolucionaron enormemente en los últimos doscientos años, mientras que en Latinoamérica seguimos lidiando con los mismos tiranos. Hay mucha gente que culpa a los tiranos por este problema. La culpa, sin embargo, es de nosotros, porque somos todos nosotros los que abrimos la puerta para estos caudillos al andar perpetuamente buscando al gran líder que va a resolver todos nuestros problemas, sin que nosotros tengamos que hacer nada.
Esa adicción a un sueño que no tiene nada que ver con la realidad —ese líder perfecto, que nos va a llevar él solito al desarrollo— es lo que crea la oportunidad para que surjan los farsantes. La falsedad no nace de los farsantes mismos, sino de nosotros que pedimos que nos mientan para engañarnos a nosotros mismos, creyendo que vamos a tener desarrollo sin los trabajos que el desarrollo requiere.
La adicción a este falso sueño también nos ha convertido en un continente de quejosos, que le echan la culpa a los caudillos que nosotros mismos hemos buscado y a varios factores externos —Estados Unidos es un favorito— por no hacer nosotros lo que deberíamos de hacer para desarrollarnos.
Finalmente, esta adicción evita que hagamos lo que han hecho todos los países desarrollados. Ellos se han desarrollado porque no se sentaron a esperar que un gran líder los llevara al desarrollo, sino que tomaron su destino en sus propias manos. Su ejemplo nos enseña que lo que necesitamos no son líderes mágicos sino instituciones que aseguren la libertad, el control del gobierno por la ciudadanía y la formación de capital humano. Si no entendemos esto, vamos a pasar otros doscientos años en el mismo estancamiento.
El autor es Máster en Economía, Northwestern University y columnista de El Diario de Hoy.
- 28 de diciembre, 2009
- 8 de junio, 2012
- 21 de noviembre, 2024
- 21 de noviembre, 2024
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