Sorprendente giro de Kirchner: se apropia del papel opositor
La Prensa, Buenos Aires
El jueves pasado en un acto partidario en la Boca Néstor Kirchner le pidió inesperadamente a su "amigo el gobernador Scioli" que dijera quién le ataba las manos para combatir la inseguridad.
La frase le cambió la cara a Scioli y a todos los presentes que no entendían qué estaba pasando. La razón de tan duro embate contra la propia tropa. En particular, contra un dirigente disciplinado aun en las circunstancias más adversas. Gobernadores como José Luis Gioja e intendentes como Julio Pereyra se retiraron del acto confusos y enojados.
Un mandatario que se hizo eco del malestar reinante comentó: "Para esto nos convoca "el flaco". Para dañar (el verbo utilizado fue otro) a uno de los nuestros. Yo la próxima vez no vengo, aunque se enojen. Ahora me tengo que ir a tomar un lexotanil".
Pero, más allá de la contrariedad, lo que prevalecía en el estado mayor kirchnerista era la confusión y la elaboración de hipótesis para entender qué estaba ocurriendo. Lo que resultaba más sorprendente era que se buscaba debilitar al gobernante de la provincia más grande del país, aquella en la que se jugará la suerte electoral del oficialismo el año próximo.
¿Qué estrategia puede incluir semejante jugada? se preguntaban. La reacción de Kirchner fue interpretada como la señal de que ya no llega al 40% de votos en la primera vuelta y que decidió cambiar de estrategia. El primer paso es desentenderse de las acciones de gobierno más cuestionadas, transferir la responsabilidad a terceros y no dejar que las críticas sean munición usada sólo por los opositores. Su conducta frente al problema de la inseguridad encaja perfectamente en ese esquema: acreditarse los supuestos éxitos -el crecimiento económico- y endilgarle los fracasos a los demás.
El problema es por supuesto para los demás. Los intendentes del conurbano, por ejemplo, tienen que dar la cara ante los vecinos cada vez que se produce alguna tropelía delictiva especialmente trágica. La reacción del ex presidente los deja en el peor de los mundos posibles. Todos los condenan; no sólo Elisa Carrió o los radicales.
El opositor real que se dio cuenta más rápido de la estrategia de la Casa Rosada fue -como de costumbre- Eduardo Duhalde que dijo 24 horas más tarde con todas las letras: el que le ata las manos a Scioli es Kirchner.
Otro hecho significativo es que Kirchner estrecha cada vez más la alianza con quienes le permiten mantener más o menos controlada la calle: Hugo Moyano y los piqueteros oficialistas. El mismo día del acto en la Boca el ministro del Interior dio la razón al camionero en el peligroso conflicto con Siderar que había derivado en el bloqueo de las plantas de la metalúrgica entre el 17 y el 24 de agosto. El funcionario le pidió a los dueños de Techint que "regularicen" la situación de los trabajadores como reclama el jefe de la CGT.
Antes el ministro Carlos Tomada había adoptado idéntica posición. Si la empresa no cede, los bloqueos se retomarán esta semana y toda la cadena industrial se verá afectada. Pero no es únicamente el grupo Techint el que sufre el asedio de Moyano.
Kirchner respaldó el proyecto de la CGT para otorgar a los trabajadores el 10% de las utilidades de las empresas y lo hizo con un argumento digno de un opositor, de alguien que no estuvo en el poder los últimos siete años: "La Argentina debe volver a 1974 cuando la distribución (de la riqueza) era del 50 y 50. Los trabajadores deben poder ver el balance de las empresas".
Al margen de que en 1974 el ingreso no se dividía ni de lejos en esos porcentajes (había una inflación galopante que destruía los salarios y se encubría con precios máximos irreales) pretender que el futuro está en el pasado, 36 años atrás para ser más precisos, revela una lógica que no es la del poder. Durante la época dorada del poder K los empresarios comieron de la mano del gobierno. Pero la historia está cambiando.
El enfrentamiento comenzó con una foto del "establishment" junto a Héctor Magnetto. Siguió con la amenaza del proyecto cegetista para compartir ganancias y tuvo su tercer round con la queja del presidente de la Unión Industrial, Héctor Méndez, exagerando que la Argentina "se parece a Cuba". Nadie que quiera ejercer el poder sin sobresaltos genera conflictos gratuitos de esa magnitud. O perdió la brújula o piensa en replegarse con las banderas del "modelo", la lucha contra las corporaciones y la "redistribución de la riqueza" a la espera de tiempos electorales más propicios.
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