Fidel o la reinvención permanente
Fidel dijo que no dijo lo que dijo. Primero le declaró al periodista Jeffrey Goldberg que el modelo cubano no solo no era exportable, sino que ni siquiera servía para su país. Dos días después, tras el escándalo mediático que se armó, aclaró que se trataba de una ironía mal interpretada por el periodista. Lo que él había querido decir era que el modelo de Estados Unidos no funcionaba y era lo que no se debía imitar.
En realidad, no estamos ante una interpretación errónea sino ante un freudian slip que el sicoanálisis ha estudiado muy bien. A Fidel se le “escapó” la frase. No fue una ironía, sino un chasquido involuntario de su subconsciente. Lo que el periodista transcribió es lo que Fidel, sin duda, sabe. Es lo que oculta en su magullado corazoncito: el sistema comunista implantado por él en Cuba es un desastre monumental que ha sumido a los cubanos en la miseria y la desesperanza.
Sin embargo, Fidel es incapaz de admitirlo públicamente, y mucho menos de tratar de mitigar el daño hecho. Por el contrario, el mayor esfuerzo realizado por él a lo largo de los últimos veinticinco años, desde la aparición de la perestroika en la URSS, ha estado encaminado a tratar de mantener el colectivismo en materia económica y la absoluta falta de libertades en el orden político, mientras reprime con fiereza a los reformistas que aparecen en su entorno. Como aquellos testarudos hidalgos españoles que confundían la terquedad con el carácter, su divisa más querida es “sostenella y no enmendalla”.
En todo caso, no es nuevo el Fidel que se dice y desdice con la más descarada facilidad. A lo largo de 1959, varias veces, enfáticamente, Fidel Castro condenó el comunismo y denunció a quienes lo acusaban de sostener esa ideología totalitaria y opresiva, como puede comprobar cualquiera con una simple visita al prodigioso Google. Sin embargo, el 2 de diciembre de 1961, en un discurso “definitivo”, afirmó que “era marxista leninista desde muy joven y lo seguiría siendo hasta el último día de su vida”.
Es una vieja historia. Hace cincuenta años, el notable periodista italiano Valerio Riva fue a Cuba a escribir la biografía de Fidel Castro. Se la había encargado la Editorial Feltrinelli y todo estaba previamente arreglado con el Comandante. Valerio viajó a La Habana, se reunieron varias veces durante un buen número de horas, pero muy pronto renunció a la tarea, regresó a Roma y le explicó a su editor que era muy difícil escribir la vida de una persona que constantemente alteraba su historia e ignoraba o escamoteaba documentos clave, o los reescribía esgrimiendo la curiosa teoría de que si esa era una experiencia personal, él tenía derecho a modificarlos.
Fidel se empeñaba en negar que había sido un matón durante sus años universitarios, pese a su participación en varios hechos de sangre totalmente comprobados. Quería construirse un pasado de líder estudiantil de primera línea, que no había sido. Deformaba los datos relacionados con la expulsión del poder del primer presidente de la revolución, Don Manuel Urrutia, la prisión del comandante guerrillero Huber Matos, la alianza con los comunistas y el enfrentamiento con los norteamericanos. Para Fidel, la realidad y la verdad eran elementos dóciles y moldeables que adaptaba a la construcción de un discurso permanentemente al servicio de su leyenda personal de gran líder de la humanidad. Fue en aquellos años cuando en las bibliotecas y hemerotecas comenzaron a esconder todas las publicaciones que desmentían parcialmente la gloriosa versión oficial de su vida ejemplar de revolucionario intachable comprometido con el comunismo desde su más tierna infancia. No hay duda de que está decidido a que lo entierren envuelto en ese disfraz.
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