Franklin vive
Primero, fue la montonera, armada hasta los dientes y bajo amenazas físicas, verbales y jurídicas, la que te arrebató tus tierras, aquí mismo al sur del estado Bolívar. Posteriormente, acabaron con la paz de tu familia para, seguidamente, pulverizar las pocas finanzas de las que hacías uso para sostener tu hogar.
Más adelante, te obligaron, ante el reclamo de tus derechos y a lo que te pertenecía por haberlo obtenido con el sudor de tu frente de productor agropecuario, a mutilarte el dedo meñique de una de tus manos. Por respuesta sólo obtuviste la burla del poder mal ejercido y de la justicia mal aplicada.
Luego te acorralaron, te persiguieron, te acosaron, a ti, a tu sagrado entorno y a quienes creían que tu lucha era justa. Para de inmediato, luego de que el terrorismo de Estado no llegó a amedrentar, ser secuestrado por un gobierno que se abroga el derecho de disponer de la vida de sus siervos, especialmente de aquellos que no se inclinan ante su majestad.
Intentaron acabar con lo más grande que tenías: la dignidad y la certeza convincente de que la razón siempre te asistía; por ello trataron vanamente de vulnerar tu personalidad, tu entereza, tu hombría. Insistieron en acabar con el único bien que te quedaba: tu raciocinio, empezaron a calificarte -sin siguiera aproximarse a su objetivo maquiavélico- de orate, de enajenado mental, de mantener conductas no normales y no complacientes con el “poco poderoso”, con el líder, con el único.
Ya antes se dieron a la imposible tarea de comprarte, de sobornarte, sin saber que tus acciones y tu moral estaban asidas del metal más duro que el acero: el de la verdad incorruptible. No lo lograron ni por asomo. Una vez secuestrado, ya no había quien, de tu confianza, velara directamente por tu salud. Eras tú, tu pellejo y tu esquelética figura de faquir atravesado por los pesados, corroídos e infectados clavos de un comunismo que, históricamente, sólo se sacia con sangre y muerte.
En los últimos tiempos viviste tu propio Archipiélago de Gulag, en el cubanizado y vetusto hospital militar de Caracas. La Fiscalía, la Defensoría del Pueblo, la Asamblea Nacional sólo se pronunciaron para tratar de avalar los informes siquiátricos de los cancerberos mentales del régimen, entre risas y jolgorio.
En estos momentos, siento la misma tristeza y el similar aborrecible desprecio que me conmovieron como cuando, en su momento, la imperialista Margaret Thatcher, desafiando a la comunidad internacional, dejó morir a los militantes del Ejército Republicano Irlandés (IRA), e iguales sentimientos de impotencia cobijo por la muerte de los luchadores por la libertad y justicia en la Cuba -el último, Orlando Zapata Tamayo- en manos de un criminal y de lejos el mejor imitador del nacionalsocialismo hitleriano. La historia nos da prueba de que los extremos siempre se encuentran en el camino.
Hasta llegar a arrebatarte hace pocas horas la vida. Con la prepotencia, la vanidad de creerse más allá del bien y del mal, el supremo fracasado y sus acólitos no podían rebajarse a dialogar, a negociar con un minúsculo ser que osó a desafiar con su humildad, su sencillez, su sabiduría y, sobre todo, con su razón y su verdad, los caprichos de quien se cree dueño no de una comarca sino del último respiro de sus súbditos.
Intentaron de todo hasta arrancarte tu existencia. Lo lograron. Pero lo peor está por venir. Ellos saben que acabaron con tus bienes materiales, te los robaron todos, hasta te expropiaron lo más respetable: la tranquilidad de tu lar, de tu esposa e hijos, por “tener conductas no ajustadas a la normalidad”, según la fiscal Luisa Ortega Díaz.
Normalidad que quiere el régimen para todos: convertirnos en lacayos de una bota militar con desvaríos izquierdista-nacional-socialista-totalitario. Pero ellos están conscientes, seguros y tiemblan ante esa posibilidad cada vez más fresca y tangible, de que jamás podrán acabar con tu legado, con tu ejemplo, con tu dignidad, con tu fortaleza para luchar en lo que crees, con tu honradez -algo de lo que ellos no sólo carecen sino que estoy convencido de que no saben que ese vocablo existe, mucho menos esa conducta-, con tu inquebrantable voluntad por defender tus ideales, que también son -eso los irrita, los desquicia- los sublimes pensamientos que acompañan a esa nueva mayoría de venezolanos que se está conformando.
Para mí, entras en la categoría de los grandes luchadores civiles de la historia de la humanidad. Pacifista a toda prueba, qué más muestra de pacifismo que una huelga de hambre hasta morir. Al igual que Martin Luther King y Mahatma Gandhi luchaste con y por amor, con fervor y convicción en lo que creías que era lo más correcto, con la pequeña diferencia de que a ellos los asesinaron fanáticos enceguecidos, a ti te llevó a la muerte un Estado indecente, inmoral, corrupto y criminal.
Paz a tus restos Franklin, tu legado será ejemplo para las nuevas generaciones que creen -como tú- que otra Venezuela es posible y el rescatarla de las manos llenas de sangre en la que se encuentra en esta mala hora es nuestro deber. Seguro estoy que no morirás
El autor es consultor en gerencia de imagen, comunicación integral y recursos humanos.
- 1 de noviembre, 2024
- 4 de noviembre, 2024
- 22 de marzo, 2016
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