Come, reza, ama… y huye
Confieso que me siento culpable. Hace unos años, cuando salió a la venta el mega bestseller Come, Reza, Ama –una mezcla de dietario y crónica viajera escrita por la estadounidense Elizabeth Gilbert– lo leí con momentos de agrado pero, también, con la premura de pasar página en ciertos pasajes cargados de aforismos New Age.
Es verdad que la búsqueda de sí misma que Gilbert ha vendido con tanta habilidad ha resultado fatigosa por el overkill mediático de Oprah Winfrey y una segunda parte, Committed, que ya no me apeteció leer por repetitiva. Se trataba de la continuación después de que la popular escritora conociera en la paradisíaca Bali a un príncipe azul importado de Brasil. Pero se acaba de estrenar la esperada versión cinematográfica de este roman a clef y sentí curiosidad por ver cómo se comprimía en el filme este peregrinaje culinario-espiritual-amoroso.
Pues bien, el Come, reza y ama de la gran pantalla ha sido una experiencia que osciló entre el sonrojo y el tedio frente a una trama predecible y llena de embarazosos clichés. Lo cierto es que la cinta, dirigida por Ryan Murphy, condensa en unas 2 horas que se eternizan las lecciones que Gilbert aprendió durante un año (falsamente) sabático en el que vivió en Italia, la India y Bali para recuperarse de un divorcio traumático y un romance fallido. Y lo de falso tiene que ver con un dato que ahora, tiempo después, se ha difundido: al leer el libro el lector tiene la impresión de que el periplo parte de una iniciativa personal de la autora, en busca de respuestas a sus angustias existenciales. Sin embargo, resulta ser que emprendió el viaje tras firmar un jugoso contrato con una editorial. En medio de la avalancha de obras espirituales que prometen abrirnos los horizontes del Ohm universal, Come, reza y ama no concluye en el desierto de Atacama con la protagonista sola, sin nuevo compañero sentimental y con más dudas de las que tenía antes de iniciar su turné. Los de la editorial le habrían exigido la devolución del anticipo, Oprah no la habría invitado a su programa y nadie en Hollywood habría querido filmar un anticlimático chick flick.
Pero volvamos a la película protagonizada por una Julia Roberts siempre luminosa pero a ratos cargante. La prosa de Gilbert tiene la suficiente agilidad y gracia periodística para disimular la superficialidad de la corriente New Age y atenuar una personalidad narcisista que tiene urgencia de resultarle encantadora incluso a sus ex. En cambio, en el celuloide quedan al descubierto las costuras de un relato que hace agua por banal y obvio. De las tres partes de un filme al que le sobra al menos media hora, la dedicada a su estancia en Roma, donde Gilbert se dio gusto engullendo pastas y pizzas, es la más penosa por caer en ridículos topicazos. Los italianos son puro estereotipo: amantes del dolce far niente, ruidosos, imprudentes y apasionados ante la mirada bovina y naive de la viajera americana. En la India debemos dejarnos seducir por el espiritualismo de una gurú que maneja el millonario negocio de un Ashram al que extranjeros de todas partes del mundo llegan extraviados y con angst. Y en Bali, conocida por sus sensuales masajes y la vida relajada de los expats que se han refugiado en la exótica isla, la protagonista finalmente encuentra el amor de un hombre que la salvará de sus reticencias de neoyorquina neurótica a pesar de su éxito profesional y su indudable charme. En el libro Gilbert nunca aclara que el tal Felipe de sus amores es un sesentón que le lleva unos 20 años. En el cine la distorsión es aún mayor cuando aparece un irresistible Javier Bardem encarnando al caballeroso brasileño que garantizará un final feliz.
La sala estaba repleta de mujeres que en su día leyeron Come, reza y ama con la esperanza de escapar durante un año para resolver sus cuitas amorosas en fondas romanas, centros de meditación y resorts balineses. Lástima que no aclararon lo del contrato previo y el guión pre-cocinado. Las amables y huecas recetas de Come, reza y ama caerán en el olvido del tiempo.
(C) Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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