Cuba: Todo el poder para la demencia senil
El Periódico, Guatemala
El día 13 de agosto Fidel Castro cumple 84 años. Hace pocas semanas Raúl alcanzó los 79. Dos ancianitos. Es verdad que Fidel parece haberse recobrado de la gangrena intestinal que casi lo liquidó, pero los síntomas de deterioro mental continúan vigentes.
Fidel exhibe casi todos los síntomas que describe la Clasificación Internacional de Enfermedades que publica la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tiene dificultades en el habla, coordina torpemente sus movimientos, repite ideas paranoides y ríe en circunstancias imprevisibles. Es un viejito loco y travieso con escasos momentos de lucidez que utiliza para contar antiguas batallas o deslumbrar al interlocutor con su infinita sabiduría, rasgo clásico del narcisista que ha sido siempre.
Para Raúl, el cuadro de deterioro mental de Fidel no es sorprendente. Ramón Castro, sólo diez meses mayor que Fidel, está prácticamente loco, como Angelita, la más vieja de todos los hermanos Castro Ruz. Pero lo grave no es que Fidel regresara de la sepultura, algo que Raúl no tenía en sus planes, sino que volvió dispuesto a cogobernar, pese a su penoso estado psíquico, que él no es capaz de percibir y nadie se atreve a revelarle.
Tal vez eso explique la tímida naturaleza de los cambios anunciados el 26 de julio. Todo sigue igual, como exige Fidel. Raúl afirmó que continuarán la planificación centralizada de la economía y los principios del régimen comunista, incluida la ausencia de libertades políticas y civiles. No obstante, se repliegan lentamente hacia 1968, cuando Cuba era, como hoy, una dictadura militar colectivista, pero con cierta actividad económica menor en manos privadas que hacía más llevadero el desastre marxista-leninista. En ese año, Fidel lanzó la “ofensiva revolucionaria”. De un manotazo innecesario destruyó el pequeño tejido empresarial privado que les hacía la vida más llevadera a los cubanos.
En Cuba, pues, habrá parches y no reformas estructurales, lo que provoca el desencanto en la población, incluidos los miembros del Partido Comunista que en 2007, espoleados por Raúl, pidieron cambios profundos que les devolvieran a los cubanos el control de sus vidas y la posibilidad de crear riqueza para beneficio propio y de la colectividad. Más de un millón de sugerencias llegaron a la oficina de Raúl y la mayor parte pedía apertura, mercado y libertades. O sea, un millón de “revolucionarios” frustrados con Raúl, en quien habían depositado ciertas esperanzas.
La pregunta que se hacen hoy los cubanos, los comunistas del poder y los opositores demócratas, es qué va a pasar cuándo los hermanos Castro mueran o la demencia senil los ponga fuera de combate. Es posible que Raúl crea que su hijo Alejandro pueda continuar la dinastía militar, como Kim Jong Il en Corea del Norte o Bachar Al Assad en Siria, herederos de las satrapías fundadas por sus padres, pero en Cuba difícilmente eso ocurrirá, dada la falta de legitimidad histórica del joven militar y el desaliento profundo que existe en la cúpula dirigente. ¿Por qué un partido comunista y un ejército desmoralizados por más de medio siglo de fracasos van a obedecer a un oscuro oficial de inteligencia, hijo de quien los defraudó totalmente, si lo que prevalece entre ellos es el deseo de un radical cambio de sistema? Por no hacer una reforma profunda, Raúl va a provocar el hundimiento de la Revolución. Tal vez ese sea su mejor aporte a la historia de Cuba.
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