Sustituir importaciones: movida de apuro para cuidar las divisas en Argentina
Después de siete años largos de kirchnerismo y como si fuese posible aplicarla de un día para el otro, el Gobierno ha desempolvado la consigna de la sustitución de importaciones . Baja desde la Presidenta hasta Amado Boudou, la ministra de Industria Débora Giorgi y Guillermo Moreno. Y está presente en cuanta reunión con empresarios haya.
No hace falta mucha ciencia para encontrarle al menos una explicación al operativo. Las importaciones vuelan y amenazan con achicar el superávit comercial, que debe ser necesariamente robusto y alimentar el stock de reservas del Banco Central. Las divisas son imprescindibles ante cualquier contingencia y también es útil tenerlas a tiro de un DNU presidencial .
El problema es que estos años no se avanzó en la reindustrialización, ni en la integración de la producción local. Existe una estructura desarticulada y, por lo mismo, muy dependiente de los bienes del exterior .
También se profundizó el proceso de concentración y extranjerización de la economía. Nada de esto cambió desde 2003, sino todo lo contrario.
Actualmente, sólo cinco ramas industriales reúnen más del 60 % la producción, una magnitud aún mayor a la que existía en los años 90. Y las ventas de las empresas transnacionales “puras” representan alrededor del 43 % del total, contra el 27 % que había en 2002.
Este cuadro revela la ausencia de políticas destinadas a corregir la estructura fabril. O, a la inversa: lo que hubo tendió a acentuar el perfil que venía de antes .
A los empujones, Guillermo Moreno exigió a las empresas de la alimentación que recortaran importaciones, aunque el grueso fuesen consumos de las capas de altos recursos. Y lo mismo reclamó a los laboratorios medicinales, en este caso un sector siempre deficitario, muy atado a los bienes extranjeros: no está mal, si es posible lograrlo y si eso no genera faltantes.
Aun cuando tampoco resulte ninguna novedad, Débora Giorgi ha dicho estos días que el problema con la industria automotriz es que cuanto más crece más aumentan las importaciones . Despliega una seguidilla de reuniones con autopartistas y directivos de las terminales y ofrece incentivos, en un intento por achicar semejante desequilibrio.
Aparece, nuevamente, la desintegración de la producción local. Apenas el 20 % de las piezas que se usan para fabricar un auto son nacionales: el resto viene de afuera. La ministra promueve subir el nivel al 50 %, aunque sabe de sobra que, en el mejor de los casos, alcanzar esa meta demandará mucho tiempo.
Por de pronto, este año habrá un déficit comercial en autopartes de por lo menos 6.000 millones de dólares .
La bandera detrás de todos los esfuerzos es agregar valor y trabajo nacionales. Nunca es tarde, sólo que hoy la participación del PBI fabril en el PBI global es casi la misma que había en 2002 . La industria creció, como toda la economía, pero ha perdido terreno frente a otras actividades, pese a que es archiconocido que ocupa mucha mano de obra.
El balance comercial puede explicar qué inquieta y moviliza a los funcionarios. O, más precisamente, la tendencia que muestran las cuentas .
En el primer semestre, el superávit se redujo un 25 % respecto del año pasado. Es considerable y de momento seguirá así, pero mientras las exportaciones marchan al 18 % las importaciones corren al 43 % . Además, en junio las compras al exterior estuvieron apenas 2 % por debajo de las de junio de 2008, una base de comparación mejor que el recesivo 2009.
Entretanto, la realidad canta que el superávit está completamente “sojicizado”. Según el economista Carlos Melconian, este año el complejo sojero dejará alrededor de 19.000 millones de dólares , 5.000 millones más que el superávit global.
Es de lejos la principal fuente de divisas. En los cálculos de Melconian, entre 2008 y 2010 las exportaciones de soja habrán rondado los US$ 50.000 millones. Bancan, de hecho, tanto la fuga de capitales como los dólares que se necesitan para pagar deuda.
Por las retenciones, el sector también contribuye fuerte a la recaudación impositiva. Ni hace falta decirlo: la Argentina tiene una dependencia enorme de un solo producto , así la demanda internacional siga firme.
Tampoco se precisa demasiada ciencia para entender el avance importador, notorio desde 2007 . Cuando la demanda interna crece, se tiende a reemplazar producción nacional por producción extranjera, entre otros motivos porque traer de afuera es una apuesta menos riesgosa.
No implica embarcarse en grandes deudas, ni salir a buscar mano de obra calificada que escasea o lidiar con el cuello de botella de la energía. Es un juego de puro corto plazo . Y encima los empresarios conocen de sobra este paño.
La contracara sería invertir, comprometer dinero. Eso agregaría valor y empleo nuevo, pero exige un horizonte de certidumbre política y económica que según ellos está ausente.
Así, es bastante más sencillo levantar la bandera de la sustitución de importaciones que llevarla a la práctica. Por mucho que ahora se la agite de apuro .
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