La que faltaba
Las sorpresas no acaban nunca: el presidente Barack Obama acaba de promulgar una ley de libertad de prensa.
Y uno que creía que no hay mejor ley de prensa que la que no existe. Lo que no quiere decir que los periodistas cuenten con «una patente de corso'', sino que, como cualquier ciudadano, deben estar sometidos a los códigos generales sin la necesidad de "leyes especiales''. Sobre todo cuando la experiencia muestra, casi sin excepción, que las leyes de libertad de prensa son hechas para limitar esa libertad y el derecho a informarse sin restricciones que tiene cada ciudadano en una democracia.
La mejor defensa para esta tesis era hasta ahora el ejemplo de Estados Unidos, donde la Primera Enmienda prohibió la sanción de cualquier ley o norma que pretendiera limitar, reglamentar o regular la libertad de expresión. En otras palabras, se adelantó y puso freno de antemano y desde el principio a cualquier intento de aprobar ese tipo de leyes llamadas de "libertad de prensa''.
Pero eso era antes. Ya desde hace un tiempo, y en particular después de los atentados de septiembre del 2001, EEUU dejó de ser el gran ejemplo en la materia. Entre las tantas lamentables y condenables consecuencias que generó el atentado terrorista, una, quizás de las más graves a lo largo del tiempo, fue el retroceso en materia de libertades y en particular de la libertad de prensa y el derecho de la gente a saber todo lo que está pasando.
La ley promulgada por Obama, que lleva el nombre de Daniel Pearl, en homenaje y reconocimiento al periodista de The Wall Street Journal que en el 2002 fue secuestrado y decapitado en Pakistán por Al Qaida, obliga al Departamento de Estado a incluir en su informe anual sobre derechos humanos a aquellos países y gobiernos que violan la libertad de prensa e información y donde se restringe y se condiciona la actividad de los periodistas.
En realidad esto ya lo hacía el gobierno de EEUU y su Departamento de Estado, por lo que en ese aspecto se trata de una ley «cosmética''. Y eso asusta porque esa «cosmética'' es para disimular, justificar y maquillar a través de esos informes, que miran mucho para afuera y muy poco para adentro, los "vaivenes'' y el doble discurso de la política exterior de EEUU.
Y así veremos entonces, como ya se ha visto, que en materia de libertad de prensa los "niveles'' y grados no serán los mismos según se trate de Honduras o China, Argentina o Colombia, y que los fundamentos y los hechos, aunque iguales, se interpretarán de manera diferente y que incluso en algunos países las valoraciones variarán de un año a otro, aunque efectivamente no haya habido cambios en la materia específica, pero sí en el enfoque de los "intereses'' de EEUU. Hay mil ejemplos: a fines de los 90, quizás el mayor promotor de Hugo Chávez era el embajador estadounidense, y éste transformado en un especie de director de relaciones públicas del naciente líder bolivariano no disimulaba su disgusto con los que desde ya criticaban a la política en materia de libertad de prensa que anticipaba Chávez.
Más allá del justo homenaje a Pearl, esta ley de Obama por un lado no agregaría mucho a lo que ya hay, pero en cambio por el otro marca una tendencia o denuncia la tentación de recurrir a un instrumento cuyas consecuencias y derivaciones, en casi todos los casos, no han sido buenas. Es especial, para la libertad de prensa.
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