La barbarie de siempre
SALAMANCA. A mediados del siglo XVI, el dominico Francisco de Vitoria, que vivía en Salamanca, afirmaba, a propósito de la conquista de América, que ninguna nación, por sentirse superior a otra, tiene el derecho de apoderarse de ella para imponerle sus adelantos, sus conocimientos científicos, sus principios estéticos, su organización política. En definitiva: su propia cultura.
Doscientos sesenta años transcurrieron desde entonces, y la obra de Vitoria parece no haber trascendido el monumento que tiene en la explanada que precede al convento de los dominicos o la pequeña calle que desemboca frente a la Catedral Nueva. Muy bien le hubiera venido a George W. Bush haber leído a Francisco de Vitoria antes de mandar sus ejércitos a tratar de imponer sistemas democráticos a países que nunca los conocieron y se organizaron en teocracias a veces beneficiosas, la mayor de las veces sanguinarias y crueles. En Occidente también existieron hasta los años setenta del siglo pasado.
El dominico salmantino tenía razón. Pero hay ocasiones en que nuestros principios se estremecen y amenazan con derrumbarse.
La Caixa Forum de Madrid, en su edificio del Paseo del Prado, expone las fotografías premiadas en su concurso internacional Foto Pres “La Caixa” 09. Nada más entrar, en la primera sala, una colección de diez fotografías nos corta el aliento. Son de gran tamaño, retratos de mujeres sobre un fondo negro o gris oscuro. Emilio Morenatti creó esta escalofriante galería en Pakistán, donde fotografió a mujeres cuyos rostros fueron desfigurados con ácido, por su pareja, por su padre, por su madre, por un primo celoso que se creía con derecho a casarse con ella y terminó casándose con otro. Diez rostros que nos enfrentan con la barbarie. Son como figuras de cera que están derritiéndose por el calor y la piel se desliza hasta el cuello. Algunas sufrieron diez operaciones, otras quince. Hay quienes tuvieron ya veinticinco operaciones. Pero también hay quienes no tuvieron ninguna, por problemas económicos.
Un amigo de Madrid, que no se siente atraído por la exposición, me dijo: “Es su cultura. Es el nivel en que se encuentra su civilización. ¿Acaso en Europa no se cometieron también atrocidades en el pasado, durante la Inquisición, las guerras de religiones? Tuvieron que pasar seis o siete siglos para que llegáramos a este punto. Ellos tendrán que esperar seis o siete siglos para que sigan evolucionando”.
“Sí, cometimos atrocidades”, dije asumiendo una responsabilidad que es de todos. Pero no nos hemos desprendido del todo de aquello que calificamos como atroz. La fotógrafa Lourdes R. Basolí presenta la serie “Caracas. La sucursal del cielo”, un título más que irónico, hiriente, pues muestra una ciudad de lujosos rascacielos hacinados en una isla. El mar que la rodea está hecho de casas de cartón, de lata, de alambre, de pedazos de plástico negro y sus habitantes viven –¿se le puede llamar vida a eso?– con la falsa esperanza de que algún día les lleguen las conquistas del socialismo del siglo XXI prometidas por Hugo Chávez, mientras la inflación es la más alta de Latinoamérica.
Aleix Plademunt se decidió por Dubái, en los Emiratos Arabes, pero no por sus fastuosos edificios, sino por un paisaje para nosotros poco conocido: una especie de Disneyland, pero en serio.
El primero es un juguete gigantesco para que se diviertan los niños. El segundo, la caricatura de un mundo chillón para que se diviertan los magnates petroleros. ¿Tendremos que esperar seis o siete siglos para superar la barbarie de hoy del mismo modo que superamos hoy la barbarie de aquel entonces?
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