La suerte, al servicio de la política antiterrorista
WASHINGTON.- Hay quien afirma que la buena suerte no es azar, sino trabajar el propio destino.
Puede ser. En todo caso, en materia de terrorismo, la gestión del presidente Barack Obama empieza a dar muestra de una combinación de ambas cosas. Por un lado, persevera con la obstinación del que ve más allá del tropiezo cotidiano y cree en un destino histórico.
Y por el otro, es un hombre bendecido por la suerte. Como, en cuestión de meses, lo ha demostrado el hecho de que los dos últimos intentos terroristas masivos contra ciudadanos norteamericanos se hayan evitado poco menos que por los pelos.
Eso ocurrió clarísimamente el 25 de diciembre último, cuando no fue otra cosa que la impericia del novel terrorista Umar Farouk Abdulmutallab la que, en definitiva, impidió que el nigeriano detonara la bomba que llevaba oculta en su cuerpo y, con ello, matara a las 300 personas que viajaban con él en un avión comercial de la compañía Northwest.
Lo único que logró el malogrado Umar -hoy sentenciado a cadena perpetua- fue sembrar el pánico y revelar hasta qué punto es vulnerable un sistema de vigilancia con agencias de inteligencia incapaces de cruzar datos con la velocidad necesaria.
En aquel entonces, Obama pidió públicamente perdón por tanta ineficacia investigativa y prometió mejoras. "Yo asumo la culpa", dijo.
Pues bien, la mejora llegó -nuevamente- por los pelos: el avión en el que pretendía huir el frustrado terrorista de Times Square se aprestaba a despegar. "¡Detengan ese avión!", fue el grito de la policía en el aeropuerto Kennedy.
Hubo mucha suerte. Y hubo mucha torpeza en el paquistaní Faisal Shahzad, que optó por quedarse 48 horas más en el lugar de los hechos en lugar de huir despavorido. Y que, en su apuro, construyó un coche bomba que fue capaz de soltar demasiado humo antes de activarse.
Fue esa pequeña voluta gris la que, paradójicamente, no encendió la bomba pero sí el instinto de alarma en un vendedor callejero. Fue él quien frenó la matanza al dar aviso a la policía. ¿Y si no decía nada de ese humo raro? Podría haber sido un desastre. Y hubiese sido el fracaso de una de las campañas callejeras más potentes en los Estados Unidos, que a diario pide a todo ciudadano que "si ve algo raro o sospechoso, no lo calle: dígalo a la policía".
"Fue suerte y fue vigilancia", concedía ayer un editorial de The New York Times al ponderar esa campaña de concientización contra la que, a veces, tanto se protesta.
Obama tiene suerte y la gente con suerte cae bien. Pero necesita más que eso ante el extenso abanico de desafíos que se generan con el correr de los meses. Heredó la peor crisis financiera del siglo y dos guerras sangrantes. Su gestión se enredó con el desgaste de la reforma de salud y, si bien no lo buscó, ahora se hunde una plataforma petrolera y genera un drama ecológico, mientras los atentados se evitan por los pelos.
"Demasiado para un presidente", decía ayer, por televisión, Andrew Kohut, presidente del Centro Pew, una de las encuestadoras más reconocidas de este país. "Ya de por sí hay descontento económico y todo se agrava en la percepción de la gente con el derrame de petróleo y estos oscuros episodios con coche bomba", añadió.
Fuentes de la Casa Blanca admiten que hay preocupación por transmitir un mensaje de reacción eficaz ante las emergencias. Del otro lado, si algo molesta es la sospecha de que, en ese intento, las primeras reacciones públicas del gobierno hayan sido minimizar lo ocurrido.
"¿Cómo podían afirmar, tan temprano, que lo de Times Square era un ataque solitario y no parte de un plan? ¿Cómo alguien podía saber semejante cosa apenas desbaratado el intento si, al mismo tiempo, la policía admitía la existencia de varias pistas abiertas?", evaluaba ayer The New York Times , al poner en entredicho afirmaciones iniciales de funcionarios del gobierno demócrata, con la secretaria de Seguridad, Janet Napolitano, a la cabeza. A la gente no le gusta que le mientan. Y lo percibe, aunque no lo diga.
Por lo demás, no hay presidente de país alguno que no sea presionado a diario con problemas múltiples. Sin escapar a la norma, lo de Obama parece, sin embargo, un curso intensivo. Y en eso, es de agradecer que esté favorecido por la suerte.
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