Colombia: Fenómeno de aluvión
El Tiempo, Bogotá
Según como se mire, lo que está ocurriendo hoy en Colombia -algo nunca visto- tiene para unos sus atractivos y para otros, riesgos muy grandes. Me refiero al ascenso vertiginoso del profesor Antanas Mockus en las encuestas y al fervor que suscita en estratos altos y medios y en una considerable franja de electores jóvenes que hasta hoy se habían mostrado apáticos a la hora de votar.
Para estos nuevos electores, Mockus -sin duda un hombre honesto- significa al fin un rechazo al mundo político tradicional de Colombia, a sus prácticas y partidos. Y hay sin duda fundamento para este rechazo. En ese mundo político nuestro el dinero se ha convertido en el gran elector. Ganar una curul en el Congreso tiene un costo muy alto. Y ese costo implica siempre una factura que tarde o temprano cualquier gobierno termina pagando con cuotas burocráticas, subsidios o contratos. Es lo habitual, por obra del clientelismo y de su compañera clandestina, la corrupción.
En América Latina, este divorcio de la sociedad civil con la clase política acaba produciendo, como respuesta, la aparición de un "outsider", ajeno a los partidos, que capta la inconformidad de esa gran franja huérfana de opinión.
Fernando Londoño lo define como un fenómeno político de aluvión. Sucedió en el Perú con Fujimori, en Venezuela con Chávez, en Bolivia con Evo Morales, en Argentina con los Kirchner, en Ecuador con Correa, en Paraguay con el obispo Lugo y hasta cierto punto en Brasil con Lula. Todos ellos llegaron al poder con vagas y generosas ofertas, sin que los electores, movidos por un impulso emocional, supieran realmente qué les esperaba.
En 1990, el Perú tenía un gran candidato: mi amigo Mario Vargas Llosa, a quien acompañé en alguna de sus giras. Pero el apoyo que le dieron grupos políticos tradicionales permitió que un casi desconocido de origen japonés, montado en un tractor (y no en un elefante), ganara las elecciones. Chávez era otro enigma, pero una Venezuela, cansada de adecos y copeyanos, corrió el albur de elegirlo sin saber adónde iba llevar al país. Igual situación ocurrió con la pareja Kirchner venida de la Patagonia, con Rafael Correa y con el folclórico Evo Morales.
Con Mockus, el enigma y los riesgos que conlleva son los mismos. Es etéreo, brumoso, imprevisible, expuesto a cada paso a rectificarse a sí mismo. ¿Adónde nos llevaría? De pronto ni él mismo lo sabe. ¿Una prueba? Recientemente confesó que tenía admiración (o respeto, según rectificó después) por Chávez por haber sido escogido por el pueblo venezolano. Olvida nuestro ilustre profesor que Hitler y Mussolini también llegaron al poder por el voto popular. Olvida que no es democrático asumir el control de todos los poderes, encarcelar periodistas, cerrar canales de televisión y expropiar a dedo, por capricho, fincas, empresas, sedes comerciales e imponerle a su país un llamado socialismo del siglo XXI que toma como modelo el régimen totalitario de Cuba.
Olvidando también la amenaza que representaba para el país el campamento de 'Reyes', Mockus llegó a condenar la operación Fénix, y en un improntus inexplicable (luego rectificado a medias) afirmó que estaría dispuesto a extraditar al presidente Uribe y al propio Juan Manuel Santos al Ecuador. Con semejantes desvaríos, toda inquietud está permitida. De pronto tendríamos que amortajar la seguridad democrática, y en vez de afrontar la guerra jurídica desatada por la subversión, de restablecer el fuero militar como ha propuesto Noemí Sanín, tendríamos un despistado profesor buscando para el país excéntricas alternativas. Es lo que ocurre siempre con fenómenos de aluvión, como el que nos está llegando por culpa de una efervescencia sin reflexión de jóvenes electores.
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