Barack Obama versus Washington
Ni un presidente electo con un gran entusiasmo, una participación electoral elevada y un notable sentido de liberación de una mala presidencia -la de George W. Bush, probablemente la peor en la historia de los Estados Unidos- está en condiciones de ejercer su poder de una manera totalmente equivalente a sus seductoras promesas electorales. Los norteamericanos suelen criticar los presidencialismos que los latinoamericanos imitaron de ellos, casi integralmente, pero haciéndolos funcionar tirando a mal. Sin embargo, después no son todo lo conscientes que deberían de los inconvenientes de funcionamiento de su propio sistema político-constitucional.
Obama tiene cierto espacio de maniobra en la escena internacional, pero debe ajustar las cuentas con los lobbies militares-industriales. A nivel interno, resolvió por el momento en forma positiva, pero no plenamente equivalente a sus promesas, el escándalo de un país rico que no era capaz de garantizar una salud decente y no dramáticamente costosa a sus ciudadanos. La reforma de la salud se configura como una solución buena, no óptima, aceptable pero mejorable.
Los republicanos, compactos en el Senado y en la Cámara de Representantes votaron en contra, sin proponer ninguna alternativa decente. Prometen continuar la batalla después de las elecciones de mitad de mandato, en noviembre, en las cuales esperan además reconquistar el control de la Cámara de Representantes y modificar, aunque no saben cómo, la reforma. Si los republicanos ganaran la mayoría de escaños y por ende se llegara a un "gobierno dividido", cualquier tentativa reformadora de Obama, por ejemplo, con respecto a Wall Street y los voraces bancos estadounidenses, se volvería dificilísima, casi imposible.
¡Qué presidencialismo "imperial" ni "arrogancia de poder"!: estaríamos en la impotencia del poder. No gobernaría el presidente, por no tener mayoría. No gobernaría el Congreso puesto que el presidente ejercería su poder de veto. Más preocupante todavía para todos los que saben que una presidencia estadounidense progresista tiene efectos positivos tanto en la economía como en la política del resto del mundo (China puede seguir creciendo pero la diferencia, para bien y para mal, respecto de una recuperación del crecimiento económico, sigue marcándola Estados Unidos), es que el Partido Demócrata continúa estando, a diferencia de los republicanos, dividido internamente.
Poderosos senadores y muchos representantes demócratas siguen votando como ellos quieren y como afirman, de manera más o menos convincente, que quiere su colegio electoral. No sienten y generalmente no tienen ninguna obligación hacia Obama, neo-presidente, quizá bueno, pero inexperto, piensan ellos, destinado de todos modos a durar, como máximo, ocho años, mientras que muchos de ellos están ahí en Washington desde hace por lo menos doce años y resistirán todavía un buen tiempo.
De hecho, un promedio de 80 % de los senadores son reelectos y además el 90% de los representantes suele volver a ganar su escaño. Por lo tanto, un montón de tiempo el presidente y sus colaboradores deben pasarlo al teléfono, pero también en almuerzos de trabajo para conjurar y convencer a sus "parlamentarios" poderosos y cambiantes de que voten lo que el presidente desea, quizás a cambio de algo que los colegios electorales de esos parlamentarios agradecerían, mucho.
Por último, la guerra en Afganistán no da ninguna garantía de avances positivos rápidos, o sea que el verano se anuncia delicado. El presidente debe designar un nuevo juez de la Corte Suprema que, de todas maneras, tendrá durante mucho tiempo una mayoría (cinco contra cuatro) de jueces nombrados por los republicanos, muy disciplinadamente conservadores. Los republicanos han prometido obstruccionismo para cualquier candidato progresista, pero el presidente no puede permitirse elegir a alguien insípido que no enoje ni a los progresistas ni a los extremistas reaccionarios.
Por el contrario, debe elegir a una persona cuyo elevado perfil jurídico y cultural va a excitar la oposición de los republicanos y del nuevo Tea Party Movement. Mientras tanto, también gracias a un sistema de comunicaciones que, pese a ser pluralista y competitivo, no siempre es excelente, el índice de popularidad del presidente Obama, que se mantiene alto en el exterior, pasó a estar por debajo del 50% en su país.
Significa que muchos, incluso entre quienes lo votaron, no están contentos con estos dos primeros años de su Administración y este descontento puede traducirse en el "no voto", con considerables riesgos para los candidatos demócratas en noviembre. En suma, para decirlo con el título de una famosa comedia de Tennessee Williams (llevada luego al cine), se anuncia "un largo y cálido verano". Qué difícil se ha vuelto en Estados Unidos, que sigue considerándose pese a todo un país especial y donde el adjetivo más usado hoy es "indispensable", inaugurar un ciclo de reformas económicas y sociales necesarias y duraderas.
Traducción: Cristina Sardoy.
Gianfranco Pasquino es Profesor de Ciencia Política, Universidad de Bolonia.
Copyright Clarín y Gianfranco Pasquino, 2010.
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