Títere de las FARC
El duro trajinar de doce años en cautiverio, parece que lo hizo fanático de la jauría terrorista. El sargento Pablo Emilio Moncayo, salió con una sonrisa de excursión mirando a la libertad con los sibilinos ojos del planteamiento ancestral de la guerrilla. En sus palabras ningún sesgo de reproche, menos alguna expresión de animadversión para sus captores; parecía el regreso de un niño que alargó sus vacaciones en la espesura del bosque. Se quedó de pronto jugando barajitas con los uniformados y los días y sus noches se transformaron en más de una década de cambios inesperados. De repente, su agreste opresor, se convirtió en héroe para endulzar la lejanía de la familia.
Parece olvidar el sargento Pablo Emilio Moncayo, las miles de víctimas de estos energúmenos. Seguramente conocerá de primera mano, los espeluznantes acontecimientos en donde las cadenas atan de un árbol algún ciudadano cargado de dignidad. Aquellos momentos en donde el recipiente de la orina sirve de día para obtener los escasos alimentos. Muchas veces tienen que cargarse de valor para comer con sabor a excretas recientes. En algunas oportunidades cazar un buen ratón que los haga recordar que la carne existe. Toda una odisea para sobrevivir ante la barbarie de seres convertidos en pirañas humanas. Un enfermizo esquema político-ideológico, que lo hace creerse con derecho a destruir personas por el simple hecho de no compartir sus planteamientos alejados de la realidad. Son máquinas que destilan odio hacia la sociedad y las personas. Traficantes de drogas que enferman el alma y el cuerpo.
Los pies atravesados por hondas grietas mientras marchan descalzos por vastas serranías en donde muchas veces acompaña la muerte. Un desolador desenlace que se escribe todos los días, en cada historia que avanza con sus huesos apretujados con la carne flácida por el hambre que acogota. En la noche esperan los grilletes que se pegan al huesudo tobillo. En el fondo, hierven los frijoles que servirán de cena para un grupo de seres atrapados en la mentira. Seguramente las FARC se deleitarán de sembrar tanta maldad en la familia colombiana, tal como lo hacen cuando mueren inocentes bajo el estruendo de sus bombas. Su código genético es instaurar la muerte en todas sus formas y aberraciones. Un de ellas es su respuesta ideológica que hace que muchos tontos útiles prediquen sus teorías traída de los cabellos. Ese tipo de aniquilamiento “cerebral” es tan pernicioso como el olor de la pólvora.
¿Qué pensará de esto el sargento Pablo Emilio Moncayo? En sus primeras declaraciones mantuvo un silencio cómplice con respecto a la guerrilla. Parece no recordar las penurias que vivió alejado de su hogar. ¿Será que olvidó cómo mueren sus hermanos en manos de la jauría?
Las cartas de las FARC están echadas. Detrás de la propuesta de paz, deseada por todos, se encuentra el interés de la guerrilla y sus amigos en sembrar dudas sobre el gobierno de Colombia. Quieren limpiar su imagen internacional, además de lograr vía acuerdo, la liberación de más de quinientos guerrilleros presos en cárceles neogranadinas y de Estados Unidos.
Detrás del gran viraje diplomático está la droga. El mercado norteamericano tambalea entre políticas fiscales y la enorme persecución de los grupos. Las FARC buscan resguardo financiero en Europa y el sudeste asiático, para ello necesitan de algunos títeres que se disfracen de apóstoles de la redención social. Cabe preguntarnos ¿Quién financia los costosos viajes de la senadora Piedad Córdova? Cuentan que le gusta comprar ropa de marca y pernoctar en los hoteles más lujosos.
Esperemos qué sucede en lo adelante. Ojalá que Pablo Emilio Moncayo siga defendiendo la Constitución y las leyes de la república de Colombia. De lo contrario, será un nuevo diplomático encubierto de la guerrilla, en la búsqueda de nuevos adeptos que financien sus proyectos de expansionismo terrorista.
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