¿Y esto era la revolución?
Hace siete años que no regresaba a Cuba. En este nuevo viaje, en febrero pasado, podría dar miles de ejemplos tomados de la realidad cotidiana para demostrar que allí no ha llegado la modernidad en ningún sentido.
Es una isla cercada por murallas. Es vivir prisionero toda una vida en un lugar donde se le obliga a uno a no poder viajar a ninguna parte del mundo. No tener ni las mínimas comodidades. Tener que ganar en pesos cubanos porque lo mejor está en «cuc» o pesos convertibles (equivalente a dólares). Esta última moneda es con la que pagan los turistas y con la que se compra las mejores cosas, incluida la mejor comida, ropa, celulares, etc. Un peso convertible es igual a 22 pesos cubanos. Un cubano gana cerca de 360 pesos cubanos: más o menos 14 dólares al mes. Un jeans cuesta 120 dólares. Unas zapatillas made in China, 80 dólares; una camiseta, 14 dólares; una lata en conserva de porotos y carne, de 8 a 4 dólares. Una pechuga de pollo congelada, 5 dólares y alcanza para una sola persona.
No hay prensa internacional por ninguna parte, ni siquiera en los hoteles: cada día se regalan allí las ediciones en portugués, inglés, francés y español del “Granma”. Sólo en los hoteles hay cable, pero al que intente poner una parabólica en su propia casa se la tumba la policía. O sea, nadie debe ver otros canales o información del resto del planeta. Pero sí es posible ver el canal en directo donde habla Hugo Chávez todas las noches. Es una gentileza del régimen cubano a Chávez porque ahora está reemplazando a la ex Unión Soviética en ayuda petrolífera. Hasta un terminal exclusivo tienen en el aeropuerto de La Habana sólo para aviones venezolanos. Allí no se puede tomar fotos ni ir a hacer un reportaje (¿y eso no puede llamarse también una “base” venezolana en territorio cubano?).
Internet es para los turistas y para los adictos al régimen. Cuesta 4 dólares por media hora conectarse (para turistas). Al cubano normal que pillen entrando a internet en los hoteles internacionales, lo despiden cordialmente y que se vaya del hotel. Menos puede subir a visitar los cuartos de los turistas (aunque vi que un anciano podía llevar a una muchachita cubana a su cuarto luego de darle 10 dólares de propina al hombre que trabaja en el lobby).
Hace dos años Raúl Castro autorizó que los cubanos pudieran tener celulares. Pero cuestan desde 60 dólares para arriba. Y entonces hay que comprar una tarjeta de 10 dólares para usar el teléfono (nada de eso se vende en pesos cubanos, sino en pesos convertibles). O sea, el uso de la tecnología es otra vez un apartheid para una minoría que incluye a personas del gobierno u otras instituciones, y a los que en Cuba pueden obtener los milagrosos pesos convertibles o reciben ayuda de fuera de la isla que les envían sus familiares.
Los turistas más avispados ya saben la realidad cubana. Pero, en general, ellos sólo van a las bellas playas y son recibidos en un terminal especial en el aeropuerto, donde los recogen rápidamente unos bellos buses modernos y los llevan directamente a los hoteles. Estos son enclaves donde se come y se bebe lo mejor y que no existe en la mesa del cubano normal. Aquel que gana 15 dólares (o 15 pesos convertibles o cuc) al mes, ¿cómo puede ir a comer a un restaurante para turistas donde el buffet cuesta 15 cuc y hay que pagar sólo en esa moneda? La ironía es que esta situación de apartheid en la Cuba actual es lo que la revolución quería destruir en 1959 al sacar al dictador Batista.
Pero esta vez noté que los cubanos, los millones que deben vivir encerrados en su isla, hablan abiertamente en la calle con cualquier extranjero de lo mal que se vive en ese país. Son ellos los que me decían, y se decían a sí mismos: “¿Y esto era la revolución prometida?”.
(Tiempo después de mi viaje apareció la noticia de la muerte de Orlando Zapata, encarcelado en 2003 por opinar distinto. Hizo huelga de hambre protestando por las condiciones inhumanas en que están esos presos políticos, pero el gobierno lo dejó morir. Lo curioso es que cuando Fidel Castro estuvo en prisión por orden de Batista, éste le permitió defenderse y lo dejó en libertad).
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