Huellas rojas
En la localidad de Xiaogang, en la provincia oriental de Anhui, la vida era dura e incierta. Era un pueblo de agricultores, pero no lograba ni alimentarse a sí mismo. Se le conocía como “el pueblo de las tres dependencias”, pues no podían sobrevivir sin los subsidios oficiales de grano, préstamos para atender sus necesidades básicas y ayudas para lograr los recursos necesarios para mantener una producción miserable. Cada año, tras la cosecha del otoño, las familias se desplazaban a localidades cercanas a pedir comida. En la primavera de 1978, la situación empeoró a causa de la sequía. La situación era desesperada. A muchos les esperaba la muerte por inanición, y lo sabían.
Antes de que la muerte diese sus pasos, 16 agricultores, demacrados por las huellas del hambre, se reunieron en secreto la noche del 24 de noviembre. Sabían que no podían continuar así. Y sabían, también, qué hacer al respecto. Habían vivido bajo el sistema Da guo fan, algo así como “la gran olla de arroz”, según el cual todos recibían la misma cantidad de alimento, sin relación alguna con cuánto había aportado cada uno. Eso iba a cambiar esa noche. Mancharon sus dedos de rojo y con sus huellas sellaron un papel que contenía un acuerdo. Ahora, en contra de las directrices del régimen, resolvieron parcelar el terreno común, repartírselo, y cambiar la responsabilidad comunal por la individual. Lo llamaron Da bao gan, un “contrato amplio”.
El periodista Wu Xiabo lo llama “sistema de responsabilidad contractual personal” que, sin duda, es mucho más descriptivo. Resolvieron que si les encarcelaban por el crimen que estaban a punto de cometer, los pueblos vecinos se harían cargo de sus hijos hasta que éstos cumpliesen 18 años. Estaban dispuestos a ser encarcelados o ejecutados antes de seguir con el sistema comunal. Amaneció al día siguiente y todo pareció volver a la normalidad, como si no se hubiese producido una pequeña revolución.
La siguiente cosecha, estos agricultores produjeron 90.000 kilos. ¿Es eso mucho o poco? Era lo mismo que habían producido en los veinte años anteriores. Comenzaron a pagar sus deudas. Dejaron de mendigar alimentos para vivir. El éxito no se podía esconder y llegó a oídos de Wan Li, primer secretario de Anhui, que promovió el ejemplo de Xiaogang por toda la provincia. Hoy se reconoce que ese pacto secreto es el origen de la reforma agraria que ha permitido a China alimentar a una población creciente y exportar a tasas sorprendentes.
Xiaobo se hace eco de esta historia, por lo demás bastante conocida, en la China emergente. Hoy, ese documento con las huellas rojas sobre los nombres de los firmantes del acuerdo de Xiaogang forma parte del Museo Nacional de China, antes Museo de la Revolución China. La historia tiene varias lecturas: cómo la amenaza de la muerte puede llevar a unos pobres campesinos a rebelarse ante la autoridad o la diferencia entre el sistema comunal y el de la propiedad privada. Pero es también interesante que, según Xiaobo, “si hacemos una retrospectiva sobre los treinta años de reforma en China, descubrimos con frecuencia que es el pueblo el que provoca los cambios más relevantes”.
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