El secreto mejor guardado de la Calle Ocho
Para los aficionados al cine Miami puede resultar una urbe frustrante. Salvo el multicine de Lincoln Road, las proyecciones en el Bill Cosford o las incursiones a la cinemateca de South Beach, hasta hace poco la cartelera dejaba mucho que desear, abrumada por los estrenos de Hollywood y con escasas ofertas de cine europeo o retrospectivas interesantes como las que todavía se pueden disfrutar en Nueva York.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte el cine Tower, situado en el tramo final de la pintoresca Calle Ocho, se ha transformado en una suerte de oasis que alivia la sed de los cinéfilos en busca de un refugio que los salve de los megacines instalados en malls y al gusto de las hordas de adolescentes.
El Tower puede pasar inadvertido, con su arquitectura Art Deco desdibujada entre el ruido de las fichas en el parque del Dominó y la música salsera que se escapa de los locales colindantes. En medio de una estética tropical donde abundan los murales con palmeras y bohíos, se erige la graciosa torre de este edificio, que abrió en 1926 para proyectar películas silentes. Desde entonces el cine ha sufrido sus vaivenes y en otras épocas incluso llegó a permanecer cerrado. Afortunadamente hace unos años lo rescató el Miami Dade College, y bajo la dirección del laborioso Orlando Rojas, ahora hay sesiones de maná donde antes sólo había un desierto para los amantes del cine.
Como todo cine de barrio que se precie, parte de su interés y encanto es que se trata de un negocio a pequeña escala, donde el propio Rojas, además de encargarse de la programación, es quien corta los boletos a la entrada de las salas.
Los programas del Tower han mejorado notablemente y, además de proyectar viejos filmes, cada vez cuenta con más estrenos recientes, como pases de Crazy Heart o La Cinta Blanca, dos películas presentes en la ceremonia de los Oscar este año. Es aquí donde se ha podido ver de nuevo la obra de Pedro Almodóvar, el nuevo cine independiente español, divertimentos de Chabrol, gratas sorpresas de Argentina, el último escándalo de Von Trier o revelaciones de Oriente Medio. Todo un respiro que anima los fines de semana.
Pero los cinéfilos siempre quieren más porque nunca tienen suficiente. El cine es la ventana a otras vidas y otros mundos que nos permiten escapar de la grisura diaria. El país de Nunca Jamás para quienes se niegan a crecer del todo y se refugian en las fantasías proyectadas al calor de la oscuridad. Por eso soñamos con que el Tower suba el listón y ofrezca más ciclos temáticos y de autor: tandas de Truffaut y su alter ego, Antoine Doinel. El Bertolucci más erótico con su Ultimo Tango en París y, años después, The Dreamers. Los provocadores de la Nueva Ola Francesa. Un revival de Louis Malle. La memoria de Antonioni. La fecundidad de Fellini. Los dioses caídos de Visconti. El neorrealismo italiano. Un tributo a Berlanga. Un homenaje a Buñuel. El adiós a Rohmer. Y así hasta el infinito para rescatarlos del olvido en estos tiempos en los que los muchachos no saben lo que es una sala de arte y ensayo y jamás han oído hablar de Cahiers du Cinéma.
Me sorprende que al Tower no vayan más jóvenes y gente interesada en la vida cultural. ¿Será que sus promotores no han conseguido anunciarse mejor en esta era de los Facebook, los Twitters y otros guiños de la red social? Hasta ahora, continúa siendo una pequeña joya a la que acuden casi siempre los mismos, como si se tratara de una secta. El secreto mejor guardado de la Calle Ocho tiene marquesina y las mejores palomitas de la ciudad.
(C) Firmas Press
- 23 de julio, 2015
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