Con cada revés, el «círculo de Chicago» está más en la mira
WASHINGTON.- "Adivine cuál de los colaboradores de Obama se irá primero", proponía en una nota, días atrás, The Washington Post .
La humorada del diario más influyente de esta ciudad aludía a lo que se ha vuelto la comidilla en este corazón del poder. Y esto es, castigar al "círculo íntimo" del presidente norteamericano por el desgaste del gobierno. Y sugerir que Barack Obama está poco menos que "secuestrado" por lo que aquí se llama "la mafia" de Chicago.
Y cuando aquí se habla de "mob" (mafia), por supuesto, ya nadie piensa en aquellos escurridizos gángsters a los que perseguían Los Intocables , del jefe policial Eliott Ness, sino en los cuatro nombres más poderosos del círculo íntimo del mandatario.
Quienes frecuentan la Casa Blanca aseguran que la confianza del presidente descansa en cinco personas. Ellos son Rahm Emanuel, su jefe de gabinete; David Axelrod y Valerie Jarrett, sus principales asesores personales, y su jefe de prensa y vocero, Robert Gibbs, a los que se suma la esposa del mandatario, Michelle.
Ellos son "la mafia" política para la terminología de esta ciudad. Y como de los cinco cuatro son de Chicago, el asunto ya se decantó como "el círculo de Chicago", aunque ello -en rigor- no debería alcanzar a Gibbs, que es de la sureña Alabama.
En la última semana, el desempeño del clan con mayor poder dentro de la Casa Blanca ha pasado a ser tema de interés de la prensa local. Como un virus, no hubo medio que no fuera contagiado por el súbito interés de castigarlos.
A Emanuel, tal vez el hombre más fuerte del equipo presidencial, se lo censura por autoritario y por su visión "sionista" de la política, tanto interior como exterior. Y, más concretamente, se le reprocha haberse dirigido a la oposición republicana como "esa parva de retrasados mentales". Fue en una reunión a puertas cerradas. Pero la cosa trascendió y, más allá de hipocresías, en el país de lo "políticamente correcto" el error le está costando caro.
Dicen que su situación se ha vuelto tan precaria que ya se da por seguro que dejará el cargo después de las elecciones de noviembre. "No se irá sin pelea, porque el presidente necesita a Emanuel en el equipo", decía días atrás Dana Milbank, en su habitual columna de The Washington Post .
Es que aquí ya se da por hecho que habrá cambios en el gabinete. Pero nadie los imagina sino hasta después de los comicios legislativos, en los que Obama juega un partido decisivo, ante la alarmante celeridad con que pierde apoyo su gobierno.
Críticas
A la hora de buscar culpables, esta curiosa "mafia" ha venido como anillo al dedo. "Salvo en la administración del ex presidente Richard Nixon, es difícil pensar en un gobierno de Estados Unidos que haya dependido de tan poca gente", decía, días atrás, un demoledor artículo del Sunday Times .
Las críticas van de lo político a lo social. Y es que hasta la escasa prensa de este país especializada en lo mundano reprocha que "los chicos de Chicago" se mezclan poco en la actividad social de la ciudad.
"Si los Obama van a comer afuera, lo más seguro es que vayan a la casa de Valerie Jarrett", la amiga de la familia de Chicago, dijo Karen Sommer Shalet, editora de la revista DC , una de las publicaciones sociales más seguidas en la ciudad.
Y eso suma cierta sensación de clan. Es que, justamente, el problema del club de Chicago es que es de Chicago. O sea: que se ciñe a lo que Obama prometió durante la campaña: traer aire nuevo a Washington.
Lo que se le reprocha al presidente es que, a la hora de tomar contacto con la dificultad política de gobernar en Washington, el "círculo cerrado" no lo ayuda a eso. Algo parecido a lo que en España se denomina "el síndrome de la Moncloa", esto es, una suerte de encierro en el poder que dificulta la toma de contacto con la realidad. Con las inquietudes cotidianas de la población.
Hay quienes recuerdan ya lo ocurrido en 1976, con la llegada de Jimmy Carter a la Casa Blanca. Proveniente de Georgia, tenía poca experiencia en Washington y, al igual que Obama, mucha esperanza de renovación. Su grupo de confianza, encabezado por los sus aesores Hamilton Jordan y Jody Powell, creó un círculo cerrado. En su mayoría provenían de Georgia, y se los denominó "los maniseros", en alusión a la industria con la que había prosperado Carter. El poder del mandatario se erosionó con celeridad y no llegó a ser reelegido.
En el caso de Obama, su círculo íntimo se ha convertido en el blanco de las críticas. Y se le atribuyen no sólo errores del gobierno, sino también haber asumido tal protagonismo que los miembros del gabinete apenas si tienen oportunidad de comparecer en público.
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