Después del Día del Juicio Final, ¿qué?
Tenemos buenas razones para preocuparnos por la economía, con Washington experimentando déficits superiores al billón de dólares y la amenazante eclosión de los beneficios sociales de la generación del “baby boom” en el horizonte. Pero no deberíamos dejar que nuestras comprensibles inquietudes caigan en el tremendismo.
Algunos de mis amigos parecen inclinados hacia dicho pesimismo. Es casi como si no pudiesen esperar a que la catástrofe llegue—tal vez porque ello probará su presciencia o demostrará que el orden político existente es demasiado corrupto, irracional y malévolo como para sobrevivir.
Otros tienen motivos más mundanos. Están vendiendo algo—metales preciosos, asesoramiento de inversión, bienes para la “supervivencia” o publicaciones agoreras—y esperan que las ventas se incrementen a medida que aumenten los temores de los consumidores.
Algunos pesimistas consideran que el colapso será disparado por el desenfrenado gasto gubernamental, los impuestos excesivos, la regulación opresiva, la escasez de alimentos, los faltantes de combustible o los desastres naturales como las pandemias mortales o letales cambios en el clima del mundo. Aún debo toparme con la afirmación de que estamos condenados debido a una inminente escasez de cerveza, pero estoy seguro de que tarde o temprano este escenario se hará público.
Sin embargo otros agoreros están anticipando la hiperinflación cuando, como lo observaba el economista austríaco Ludwig von Mises en su libro “Acción Humana”, el sistema monetario colapse, “todas las transacciones en el dinero en cuestión cesan; [y] el pánico hace que su poder adquisitivo desaparezca por completo”. Mises observó tal calamidad en Austria y Alemania tras la Segunda Guerra. Colapsos similares han ocurrido en otras partes en distintas ocasiones, incluidos los Estados Confederados de América aproximadamente en el último año de la Guerra Civil.
No obstante, aún en el peor de los momentos, la calamidad económica no marca el final de la vida económica. Alemania, Austria, Alemania y el sur de los EE.UU. no desaparecieron como resultado de la ruina de sus monedas. Aunque mucha gente sufrió, la mayoría encontró una manera de sobrevivir, la vida continuó y finalmente la actividad económica se reanudó tras la adopción de un medio de intercambio “reformado” o foráneo. La mayor parte de la gente sobrevivió incluso a la reciente hiperinflación en Zimbabue, a pesar de los mejores esfuerzos del gobierno de Mugabe para matarla de hambre.
Un aspecto que virtualmente todos los relatos sobre un inminente mega-infortunio tienen en común es que los mismos finalizan con la catástrofe: El día del juicio finalmente llega, el evento temido ocurre y la historia concluye.
Sin embargo, las historias terminan de esa forma sólo en las películas, cuando la pantalla se queda en negro. En la vida real, la gente sigue adelante. Incluso durante la época de la Peste Negra en el siglo 14, cuando entre el 30 y 60 por ciento de toda la población de Europa pereció y cientos de pueblos desaparecieron después de que sus habitantes murieron o los abandonaron en una inútil huida de un asesino incomprensible (esparciendo sin darse cuenta a la enfermedad por todos los sitios a los que se dirigían) los europeos no se extinguieron.
Supongamos que aceptamos alguna de las horripilantes predicciones sobre el fin del mundo tal como son planteadas. ¿Entonces qué?
¿Creen realmente los agoreros que cuando el gobierno no pueda pagar todas las pensiones y gastos médicos que se ha comprometido a sufragar la vida llegará a su fin? ¿Creen que cuando el gobierno deje de cumplir con los pagos de su deuda, la economía dejará de funcionar? ¿Creen que cuando el dólar estadounidense pierda todo su poder adquisitivo, la gente no va a encontrar un nuevo medio de intercambio para sus transacciones?
Debemos tener un poco de fe en el sentido común, la creatividad y la voluntad de sobrevivir y prosperar de la gente incluso frente a grandes dificultades y obstáculos. Si la gente pudo hacer que la sociedad siguiese funcionando después de la Peste Negra, podrá mantenerla en funcionamiento después de que el gobierno de los EE.UU. deje de pagar sus deudas.
Hace años, cuando vivía en Seattle, a veces encontraba gente que parecía terriblemente preocupada porque debido a que los viejos arboles del noroeste estaban siendo talados, el llamado búho manchado del norte (un ave genéticamente indistinguible de los búhos con abundantes manchas de las Montañas Rocosas, pero de alguna manera imbuida de un carácter sagrado) estaba condenado a desaparecer. Por mucho que lo intentaba, no podía resistir la tentación de decirles: “Mira, supongamos que fueses un búho manchado del norte, y los hacheros talan el árbol que estabas ocupando. ¿Te caerás y morirás, o simplemente vuelas hasta el árbol más cercano, aunque no sea tan añejo, y sigues viviendo como siempre?”
Me complacería que los pesimistas económicos de la actualidad se viesen compelidos a responder una pregunta similar con respecto a sus propias previsiones.
Traducido por Gabriel Gasave
Robert Higgs es Asociado Senior en Política Económica en The Independent Institute, autor de Against Leviathany Crisis and Leviathan, y director del journal académico trimestral, The Independent Review
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