Terremoto de Papa Doc
SALAMANCA. – En medio de las noticias catastróficas que llegaban desde Haití, el obispo de San Sebastián dijo que “Existen males mayores que los que estos pobres de Haití están sufriendo: como nuestra pobre situación espiritual”. Cada uno lleva agua para su molino y el señor obispo tuvo razón al decir que “existen males mayores” que estos. Doscientos mil muertos y una ciudad que ha sido borrada del mapa en el país más pobre del hemisferio son datos que horrorizan a cualquiera. Pero quizá el desastre no hubiera llegado a tal magnitud si, décadas atrás, no hubiera pasado por allí un huracán llamado “Duvalier”, que tuvo dos episodios: el padre y el hijo.
El escritor y político nicaragüense Sergio Ramírez escribió un largo artículo publicado por el diario “El País” en su revista dominical. Acostumbrados como estamos a las escenas de miseria extrema que transmiten las fotografías tomadas no solo de los pueblos rurales sino incluso de su capital, Puerto Príncipe, tenemos la idea de que siempre fue así, desde que se declaró su independencia en 1804 y el líder de la revolución, Jean Jacques Dessalines (1758-1896), se proclamó emperador de la nación: Jacques I. Sin embargo, el escritor nicaragüense transcribe testimonios sobre el esplendor que había alcanzado Puerto Príncipe hasta la llegada de los Duvalier al poder. Su esplendor era la envidia del dictador vecino: Leónidas Trujillo, que quería convertir a República Dominicana en algo parecido a aquella ciudad en la que se paseaban por sus calles las estrellas de Hollywood y mujeres ansiosas por conseguir el “glamour” del ambiente.
Francois Duvalier (1907-1971), más conocido como “Papa Doc” pues había sido médico antes que político, se apoderó de la presidencia de Haití en 1957 y en 1964 elaboró una nueva Constitución que le nombraba presidente vitalicio y a su muerte heredaría el cargo su hijo Jean-Claude, con los mismos títulos. Inspirado en los “camisas negras” fascistas y los “camisas pardas” nazis, creó su propia guardia pretoriana: los Tontón – Macoutes, formada por voluntarios que no cobraban salario, por lo que debían buscar su sustento a través de asaltos, robos, crímenes, secuestros, extorsiones.
Se inició también la costumbre de traer grandes cantidades de personas de los pueblos para que “Papa Doc” tuviera su baño de multitudes que le aclamaban desde la plaza ubicada frente al Palacio de Gobierno, una hermosa construcción neoclásica construida a comienzos del siglo XX por un arquitecto que había estudiado en París. Poco a poco esa gente se fue quedando en Puerto Príncipe, creando cinturones de miseria cuyo crecimiento resultó imposible de parar. Nadie tenía interés en pararlos. El régimen de los Duvalier se basó en el crimen, la extorsión y, sobre todo, un saqueo que no conoció límites, de las arcas del Estado. Muerto su padre, Jean-Claude Duvalier, en virtud de lo dispuesto por la Constitución de 1964, asumió la presidencia vitalicia. Tenía entonces 19 años y pesaba 135 kilos. Actualmente Suiza ha congelado una de sus cuentas, cinco millones de dólares, que piensa entregar a Haití, por considerar que es dinero robado.
Después de su derrocamiento, mediante un golpe de Estado en 1986, se fue a vivir un exilio dorado en Francia, donde dilapidó la inmensa fortuna que había heredado de su padre más todo lo que él había robado.
Estos dos “terremotos” son los que realmente destruyeron el país, convirtieron Puerto Príncipe en una ciudad desprotegida, abandonada a su suerte, creciendo sin ningún plan ni ordenamiento urbanístico, lo que facilitó que el terremoto del pasado 12 de enero extendiera a límites apocalípticos su ola de destrucción.
La corrupción generalizada ha hecho su trabajo, no sólo destruyendo el tejido social y político de Haití, sino incluso su configuración física, ya que la miseria y el hambre, con una población obligada a vivir con doce mil guaraníes por día, han hecho que los bosques densos y verdes fueran arrasados para hacer leña y carbón vegetal.
Hoy día, el suelo está desertificado en su mayor parte. Ya lo expresó “Papa Doc” en la oración que él mismo se escribió y que debían rezar los niños en las escuelas: “Danos hoy nuestro nuevo Haití y no perdones nunca las ofensas de los antipatriotas que escupen cada día sobre nuestra patria. Déjalos caer en tentación bajo el peso de sus babas venenosas y no los libres de ningún mal. Amén.”
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