Dos populismos
Es una especie de canasto de sastre, en el que so capa de buenas intenciones suelen darse muy malas y, con menos frecuencia, buenas consecuencias, y por eso, si no atina, se corre el peligro de que termine siendo un canasto de desastres.
Mientras, si se entiende correctamente, se evita tanto el "electopopulismo" o la actitud de algunos políticos oportunistas, que suelen aparecer en época de elecciones y que se aprovechan del votante necesitado o ideológicamente sesgado; como el vicio de actuar sólo con medidas (económicas, sociales, técnicas) de muy corto plazo.
A veces simplificar facilita las cosas, por eso vamos a hablar de un populismo bueno y un populismo malo. La clave está en lo que se piense acerca de la persona humana. Si se confía en su libertad, en su inteligencia y en su capacidad de salir adelante, se pueden tomar medidas populistas inteligentes y eficaces. Por el contrario, si se piensa en la gente sólo en cuanto votos, en cuanto incapaces de buscarse la vida por sí mismos o como "pobre gente" sufrida y excluida… Estaremos ante el malo (y lastimosamente más abundante) populismo.
Todos hemos oído el famoso chiste del político oportunista que no le pide a Dios que le dé, sino que "lo ponga donde hay"… Pues bien, el populismo que yo he llamado bueno (en aras de la simplificación) trata precisamente de eso: propiciar un ambiente de seguridad, oportunidades y educación que haga que cada uno salga adelante con su propio esfuerzo, no de sustituir a las personas como si fueran tarados.
Un buen ejemplo de lo que vengo diciendo son las Transferencias Condicionadas de Efectivo, que se han multiplicado en América Latina. Aquí se llamó "Red Solidaria", ahora se denomina "Comunidades Solidarias Rurales". Se trata, como es sabido, de facilitar dinero a los más necesitados, en función de condicionamientos de participación en el sistema público de educación y salud.
Pues bien, la misma medida puede desembocar en un sistema que induzca a la esclerosis social, o en una cultura que promueva que los pobres se ayuden a sí mismos; establecer dependencia de los pobres con respecto al Estado (y viceversa), o la generación de múltiples incentivos de auto realización.
El populismo malo tiene en sí la semilla de su propia destrucción, pues al generar dependencia, la cantidad de personas sostenidas por el gobierno aumenta mientras las fuentes de ingreso para el fisco disminuyen. Por simple aritmética, si se resta sin sumar, el resultado termina más temprano que tarde siendo negativo.
En cambio, la promoción de auto ayuda tiene el efecto contrario: al principio se invierte, pero más pronto que tarde se cosechan los frutos. Las transferencias funcionan como semilla de emprendedores, mueven la economía productiva, el fisco se ve favorecido y el país entero crece.
La debilidad intrínseca del populismo no radica en que ayude a las personas y solucione sus necesidades, sino en que sus efectos son de muy corto plazo y cuando se aplica por motivos electoreros, vindicativos o demagógicos, irremisiblemente termina en la quiebra económica del país donde se implementa.
Por supuesto que el Estado debe destinar importantes cantidades de recursos a la salud, la educación, las pensiones y el bienestar social de los ciudadanos. Pero debe hacerlo de manera sostenible. La almendra del asunto no es si se debe o no hacer, sino cómo se hace, o, mejor dicho, por qué se hace.
El autor es columnista de El Diario de Hoy.
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