El terremoto de Massachusetts
24 de enero, 2010
24 de enero, 2010
El terremoto de Massachusetts
SI el terremoto de Massachussets se ha sentido con tanta intensidad en Washington es porque los perdedores no fueron Martha Coakley, ni los Kennedy, ni los demócratas, sino el mismísimo presidente. No han sido unas elecciones parciales, sino un referéndum sobre Obama, que éste ha perdido.
¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo cambiaran tantas cosas? Contra la opinión de la mayoría de los analistas, no creo que haya habido deserciones en masa demócratas, ni multiplicación de los republicanos. Todo lo más, algunos demócratas se quedaron en casa, el resto votó como siempre. El epicentro de este terremoto estuvo en los independientes, que son los que deciden hoy las elecciones. Si en noviembre de 2008 apoyaron a Obama, el martes le dieron la espalda. ¿Por qué? Indudablemente, porque Obama no ha satisfecho las esperanzas que había despertado.
En otras palabras: el Obama candidato fue el mayor rival del Obama presidente. Y éste ha salido derrotado.
Sus todavía seguidores arguyen que las expectativas depositadas en él eran exageradas, que no se pueden resolver en un año todos los problemas de su país y del mundo. Y tienen razón. Pero en un año puede demostrarse liderato, capacidad de mando y firmeza en tomar decisiones. Que es lo que Obama no ha mostrado.
Se debe posiblemente a la idea errónea que teníamos de él. Se le había presentado como un líder brillante, audaz, carismático, capaz de transformar nuestro planeta con su aura. La derecha había exagerado sus poderes hasta el punto de presentarle como el hombre que iba a implantar el socialismo en Estados Unidos. La izquierda le presentaba como un mesías de su menguante ideario. Pero Obama no es una cosa ni otra. No es un ideólogo, sino un pragmático, que no impone, sino pacta. Un conciliador que intenta satisfacer a todas las parte en conflicto, dándoles algo para que cedan algo. Un moderado, en suma.
Lo malo es que los problemas de su país y del mundo no admiten medias tintas. Requieren decisiones claras y firmes. A los fundamentalistas islámicos, a los talibanes, a los banqueros, a los opuestos a una sanidad pública no se les convence con gestos suaves ni con palabras amables, sino con puñetazos en la mesa y mano dura. Cuando Alejandro Magno cortó el nudo gordiano que le presentaban, Cesar cruzó el Rubicón, Truman ordenó el puente aéreo a un Berlín sitiado o Reagan despidió a todos los controladores de una tacada, demostraron su capacidad de liderato, que conlleva tomar decisiones arriesgadas, aunque necesarias. Pero un año después de haber llegado Obama a la Casa Blanca, la reforma sanitaria sigue sin pasar y todavía hay presos en Guantánamo.
Los norteamericanos no sujetos a la férula de un partido le han retirado la confianza que le habían dado como candidato. Puede todavía recobrarla. Pero tendrá que cambiar de forma de gobernar. Si puede y sabe.
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