Venezuela se africaniza
Venezuela es un país raro, uno de los países más raros del mundo. Los esfuerzos por comprender cómo somos los venezolanos se estrellan una y otra vez con una realidad grumosa, gelatinosa, la mayoría de las veces inasible.
Lo que compone nuestro imaginario, nuestro acervo cultural y nuestras estructuras espirituales no es nada sólido. No se requiere mucho estudio ni análisis para constatar que estamos a siglos de distancia de Europa en todos los terrenos: ciencia, arte, instituciones, tecnología, discusión de asuntos y problemas. De los indígenas poca cosa queda más allá de las falsificaciones históricas y la mendicidad humillante de algunas etnias como los Warao. Mi amiga Alicia Estaba, hace unos años, a su regreso de Mozambique, me contaba -medio aturdida- que éramos más parecidos a aquella gente de lo que sabíamos e imaginábamos: en los comportamientos urbanos, el sucio de las calles y la bulla. Antes que Alicia, me han venido advirtiendo sobre la incesante africanización de Venezuela.
El desbarrancamiento institucional, la violencia incontrolable, los homicidios sin límite ni castigo, la rapiña generalizada, la brujería de distintos signos como extendida religión popular, la basura como elemento inconmovible del paisaje cotidiano, la conformación tribal y delimitada -con muros reales o imaginarios- de los espacios urbanos, la manera como se ejercen los poderes públicos y en especial el gobierno, y la democracia como un anhelo casi imposible, entre otros caracteres definitorios, parecen comprobar la tesis de que Venezuela se africaniza. Advierto a los que pueden intentar encontrar notas racistas en estas líneas que no se trata de que África, en particular África subsahariana, sea deseable o indeseable, ni que ser negro sea ventaja o desventaja, sino más bien de constatar un clima, un ambiente, unas semejanzas, que sería estúpido ignorar. No le está vedado a ningún observador de un país usar el espejo como método de comprobación. El espejo africano, doloroso, incomprensible y cruel, está allí, también, para mirarnos.
En los últimos años vienen ocurriendo cosas en Venezuela en el campo institucional y político, en el terreno social y en la esfera económica, que tienen al deterioro como signo común y evidente. Desde hace rato Venezuela tiene una marcha inagotable hacia un desorden general y hacia la ruina que se expresa de manera uniforme, total, como una mancha, en todos y cada uno de los espacios de la vida. Lo que hace que el clima venezolano luzca igual que el africano es que éste como aquél que no tienen pausas ni límites. Cada día es peor que el anterior, y cuando uno cree que todo lo indeseable que tenía que ocurrir ya ocurrió, es desafiado por un nuevo hecho que deja pálidas las consecuencias del otro suceso.
El rasgo que más africaniza a la Venezuela de estos días es que ocurra lo que ocurra no pasa nada. En África la dinámica del deterioro tiene un muy complejo mecanismo causal -histórico, étnico y cultural-, que alimenta la ruina. En Venezuela la catástrofe total sólo es impedida por los pozos petroleros, pero la corrupción, el delito, la anomia y la anarquía están aquí solidificados: Venezuela también es un infierno. El entramado humano de África es casi inabordable, también la desesperanza y sus posibles curas lo son. La desesperanza venezolana, como casi todo aquí, es un “depende”, es un hacerse el loco, culpar a otros de lo que pasa y esperar que esos “otros”, es decir, “la oposición”, los militares, los gringos y quién sabe quién, les pongan frenos a esta situación que parece no tenerlos. Los venezolanos, narcotizados de miedo, inercia, indolencia y conformidad, esperamos que “pase algo” que no va a pasar.
Lo que nos diferencia de África es que los africanos sufren y mueren por cien causas, los venezolanos morimos víctimas del hampa, pero no sufrimos, somos felices. Los venezolanos seguimos de fiesta, buscando algún negocito con el gobierno, cobrando sin trabajar (felices) y haciendo chistes. Una amiga opina que los chistes políticos parecen elaborados por el régimen para banalizar la crisis y para que muchos de manera inocente los repitan como idiotas. El chiste en boca de humoristas demuele, en boca de una masa infinita de pendejos que los repite por teléfono crea conformidad, frena uno de los pistones de la historia, la rabia.
Yo, que vivo en esta alejada provincia de Guayana siento que la africanización es aquí más terrible. Aquí también la luz está cortada. Parece que sólo hay luz en Caracas. Sólo Caracas se resiste a ser totalmente africanizada. Consuela un poco saber que queda Caracas como esperanza.
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