El lenguaje de los políticos
La función primordial del lenguaje es la comunicación entre las personas. Se da por descontado que el que habla realmente quiere dar a conocer su pensamiento, informando a sus oyentes de algo que les pueda interesar e influir en su conducta. Conociendo el razonamiento del otro, podemos realizar un intercambio fructífero de ideas, discutir diferentes alternativas e incluso colaborar con los proyectos de nuestro interlocutor.
Es tan relevante el lenguaje que muchos consideran que es la más desarrollada y especializada de las creaciones culturales, y la característica distintiva del hombre.
Por ser tan importante el uso correcto de las palabras como herramienta de progreso –tanto material como espiritual- es que desde la Antigüedad Clásica, grandes figuras se han abocado a su estudio. Sócrates fue el primero en denunciar que la decadencia que se estaba produciendo en la esplendorosa Atenas de su tiempo se debía a la labor de los sofistas. Ellos estaban preconizando la sustitución del diálogo por la retórica. Los más aplicados alumnos de los sofistas fueron los políticos.
Sócrates exponía que existen íntimas conexiones entre el modo en que se usa el lenguaje y la ética. Teniendo en la mira esa preocupación, años más tarde Aristóteles creó una ciencia a la cual denominó “lógica”. Esa palabra deriva de “logos”, cuyo significado en griego antiguo es equivalente a “pensamiento” o “razón”, pero también puede ser traducida como “palabra” o “conocimiento”. En definitiva, se trata del estudio de la forma en que funciona la facultad humana de pensar y razonar.
El objetivo del uso correcto del lenguaje es permitir el verdadero conocimiento de la realidad. Y para tener éxito en esa tarea es indispensable recoger esa realidad en las premisas, así como aplicar la lógica al extraer las conclusiones. Especialmente en las cuestiones jurídicas, políticas y económicas es esencial que los razonamientos sean válidos y las afirmaciones verdaderas.
Esas son las bases de un pensamiento consistente, que aspira a ser fiel reflejo de la realidad. Posición moral que se ve reflejada en la forma de expresarse de las personas.
El recientemente electo presidente de los uruguayos, José Mujica, en el pasado perteneció al grupo guerrillero “tupamaros”. Posiblemente allí adquirió la costumbre de llamar a la cosas por un nombre diferente al correcto, con el propósito de alterar la verdad. Los tupamaros denominan “ejecuciones” a sus asesinatos, “expropiaciones” a sus robos y a los que secuestraron, “reos de la justicia popular”.
Como presidente electo, Mujica declaró que el mayor azote de nuestro país es la burocracia estatal. Y siguiendo su línea tradicional de actuar, anunció la creación de un nuevo ministerio que no iba a reducir la plantilla oficial y que cualquier “cambio” se haría con el consentimiento de los líderes sindicales.
Es evidente que Mujica toma muy en serio aquello de la “magia” de las palabras.
Si la palabra es el vehículo del pensamiento y éste el que dirige la acción, entonces no puede haber progreso donde se pervierte al lenguaje.
Hana Fischer es analista política uruguaya.
- 28 de diciembre, 2009
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