No todo está podrido en Dinamarca
A veces. Porque no es menos cierto que como resultado del desarrollo económico la tecnología ha sido capaz de dejar muchísimas huellas positivas: el río Támesis, que hoy bordea al increíble estadio O2 de Londres y a otras tantas maravillas modernas, era hace 150 años una asquerosa cloaca donde se originó la terrible epidemia de cólera de 1858, que la historia registra como "the great stink" (algo así como la gran pestilencia).
El caso es emblemático pues se trata de la cuna de la revolución industrial, que aún en tiempos anteriores al uso intensivo del petróleo y con una población varias veces inferior a la actual, ya estaba severamente contaminada. Infinitamente más que hoy.
Ocurre que el subdesarrollo económico no sólo es cruel por el hecho de mantener debajo de la línea de pobreza a la mayor parte de las personas que integran una sociedad, sino porque además es altamente contaminante. Lo respiramos a diario.
Por ello, una buena noticia que llega desde Dinamarca es el estrepitoso fracaso de la reciente conferencia de las Naciones Unidas sobre cambio climático celebrada en Copenhague.
¿Buena noticia un fracaso? Si, porque puso en evidencia que el emperador está desnudo, como decía el cuento de Hans Christian Andersen.
El emperador es el medio-ambiente. Y su crónica desnudez se debe a que el mundo ha pretendido ignorar el impacto económico de medidas reclamadas por los países desarrollados a los subdesarrollados, tales como reducciones drásticas y compulsivas en la emisión de carbono, so pena de aplicarles barreras arancelarias.
La desnudez, evidentemente, es también resultado de haberle cedido la discusión económica del asunto a grupos de presión, empresas, sindicatos y gobernantes de países desarrollados, quienes claramente propician un proteccionismo disfrazado de verde. Que no es verde clorofila. Es verde dólar.
Promotores famosos no les faltan. Paul Krugman escribió hace unos meses un artículo titulado Imperio de Carbón (Empire of Carbon, New York Times, mayo 2009) en el cual luego de reconocer que "es injusto que China tenga que vivir con restricciones que los Estados Unidos no tuvieron que enfrentar cuando su economía se desarrollaba", sugiere de todos modos que las importaciones de China deberían ser castigadas con mayores impuestos si ese país no limita sus emisiones de carbono.
Termina diciendo que "los chinos reclamarán amargamente que se trata de proteccionismo, pero, ¿y qué?".
Es penosa la falta de honestidad intelectual de alguien que, paradójicamente, ganó un premio Nobel por sus trabajos sobre comercio internacional y de quien cabría esperar propuestas más inteligentes que un sospechosamente proteccionista "¿y qué?"
Reconozcamos que las cosas son así porque los gobernantes del mundo subdesarrollado, siempre tan entretenidos con sus discusiones pseudo-ideológicas, fueron incapaces de negociar adecuadamente con el mundo desarrollado transferencias tecnológicas significativas, apoyos sustanciales a proyectos de energía limpia, o compra-ventas internacionales de "derechos de contaminar". A dicha incapacidad los latinoamericanos también la respiramos a diario.
Alguien que conoce Copenhague es Bjorn Lomborg, un académico danés que saltó a la fama en 1998 al publicar un libro titulado "El ambientalista escéptico", con el cual puso el dedo en la llaga a gran parte de la literatura sobre el cambio climático. No a toda, sino la politizada y sin respaldo científico. Que es mucha.
Quizás no sea casual que haya sido justamente en Copenhague donde la desnudez del emperador medio-ambiente quedase tan claramente manifestada: al fin de cuentas, y al igual que Lomborg, Hans Christian Andersen también era danés. Evidentemente se trata de gente escéptica, que sabe cuestionar lo "incuestionable".
Parece que a Naciones Unidas se le escapó ese dato cuando seleccionó la sede.
Hasta la próxima.
El autor es Ingeniero, Máster en Economía (ESEADE, Buenos Aires) y columnista de El Diario de Hoy.
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