2009: El año que vivimos irresponsablemente
El pasado martes, el Presidente iraní Mahmud Ahmadineyad no solo rechazaba el ultimátum nuclear irresponsable más reciente impuesto por el Presidente Obama. Además escupía en él, anunciando que Irán "seguirá resistiendo" hasta que Estados Unidos se haya deshecho de sus 8.000 cabezas nucleares.
De esta manera finaliza 2009, el año del "diálogo", de las manos tendidas, de las disculpas gratuitas, y de las centrifugadoras por gravedad, los proyectiles de dos fases y de una instalación secreta de enriquecimiento que sitúa a Irán más cerca de convertirse en una potencia nuclear.
Tenemos un año menos. Pero no fue un año cualquiera. Fue un año de oportunidades desperdiciadas espectacularmente. En Irán, fue un año de revolución, que arrancó con unas elecciones reñidas y finalizaba esta semana en multitudinarias manifestaciones de luto por la muerte del disidente Gran Ayatolá Hossein Alí Montazeri — y exigiendo ya no un recuento de los comicios robados sino el derrocamiento de la dictadura clerical.
Obama respondía distanciándose de este nuevo nacimiento de libertad. Primero un escandaloso silencio. Después, unas cuantas palabras entre dientes. A continuación incesante diálogo con el régimen criminal. Con una oferta tras otra, con un gesto tras otro — no hacia Irán, sino hacia la "República Islámica de Irán", como Obama se refería muy respetuosamente a estos fascistas religiosos — Estados Unidos confería legitimidad a un régimen desesperado por obtenerla.
¿Por qué tiene esto tanta importancia? Porque las revoluciones triunfan en ese momento singular, ese punto de inflexión histórica imperceptible, en que la gente, y particularmente aquella que está en el poder, se da cuenta de que el régimen ha perdido la autoridad divina. Con esta dictadura cada vez más débil en busca desesperada de afirmación, ¿por qué ofrece Estados Unidos repetidamente tal afirmación?
Aparte de condenar al ostracismo y deslegitimar a estos delincuentes, deberíamos estar alentando y consolidando a los manifestantes. No es una cuestión trivial. Cuando son perseguidos, apaleados, detenidos y encarcelados, los disidentes pueden sucumbir con facilidad a la sensación de desesperación y aislamiento. Natan Sharansky da fe del efecto eléctrico que tuvo el discurso del Imperio del Mal de Ronald Reagan a la hora de levantar los ánimos en el Gulag. La noticia se propagó de una célula a otra en Morse transmitido a golpecitos en las paredes. Ellos sabían que no estaban solos, que Estados Unidos estaba comprometido con su causa.
Pero tan distante se ha mostrado Obama que en su Día de Odio a Estados Unidos (el 4 de noviembre, aniversario del secuestro de la embajada estadounidense de Teherán), contra-manifestantes proamericanos coreaban "Obama, Obama, o estás con nosotros o con ellos", es decir, sus opresores.
Tal indiferencia fría supone más que una traición a nuestros valores. Supone un error estratégico garrafal de primer orden.
Deje a un lado los derechos humanos. Suponga que a usted sólo le preocupa la cuestión nuclear. ¿Cómo la desactiva? Las negociaciones no van a ninguna parte, y cualquier sanción de la ONU que podamos lograr se impondrá de forma débil, parcial, a regañadientes y tarde. La única esperanza real es el cambio de régimen. El reverenciado y ampliamente apoyado Montazeri había llegado a difundir una fatua contra las armas nucleares.
E incluso si un gobierno sucesor actuara de otra forma, la amenaza nuclear se vería muy atenuada porque no son las armas las que generan el riesgo sino el régimen. (Piense en la India o Gran Bretaña, por ejemplo). Cualquier proliferación es problemática, pero un Teherán pro-occidental no agresivo alteraría por completo la ecuación estratégica y convertiría la amenaza en algo anecdótico y gestionable.
¿Qué deberíamos hacer? Presionar sin contemplaciones — suspendiendo el abastecimiento de combustibles, por ejemplo — para complementar y reforzar la presión interna. La presión debería encaminarse no a cambiar la política nuclear del régimen actual — eso no va a suceder nunca — sino a fomentar el cambio del propio régimen.
Prestar el tipo de apoyo encubierto ayudando a comunicarse y a eludir la censura a los disidentes que, por ejemplo, prestamos al Solidaridad de Polonia durante la década de los 80. (En aquellos tiempos eso significaba equipo de emisión y copiadoras). Pero de igual importancia es el apoyo retórico y diplomático robusto desde el más alto nivel: denuncias sin paliativos del salvajismo y la persecución practicados por el régimen. En detalle – destacando los casos, al estilo de como los líderes occidentales adoptaron las causas de Andrei Sajarov y Sharansky durante el ascenso del movimiento disidente que contribuyó a la caída del imperio soviético.
¿Triunfará esta revolución? Los obstáculos son numerosos pero la recompensa es inmensa. Sus efectos sísmicos se sentirían de Afganistán a Irak (en ambos conflictos, Irán financia activamente a los insurgentes que llevan tiempo asesinando a los estadounidenses y sus aliados) pasando por el Líbano y Gaza, en donde los satélites de Irán, Hezbolá y Hamás, se arman para la guerra.
De una forma u otra, Irán va a dominar el 2010. O se produce un ataque israelí o Irán alcanza — o supera — el umbral nuclear. A menos que la revolución intervenga. Lo cual es el motivo de que sea imperdonable no hacer todo lo que está en nuestra mano por apoyar esta revuelta popular.
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