Estatolatría
Hace pocos días una persona amiga nos comentaba que en Caracas comerciantes informales están vendiendo el libro Leviathan del filósofo del siglo XVII, Thomas Hobbes, quien planteó como principal finalidad el establecimiento de una comunidad ordenada y pacífica, que él creyó posible sobre la base del poder absoluto del Estado. Entre otras cosas, Hobbes estuvo convencido de que la base de la vida social se traduce en la reciprocidad del llamado Contrato Social, el cual se sustenta en el hecho consistente en la renuncia de todos los hombres al derecho natural que tienen de defenderse y en consecuencia, confían esa tarea a un solo hombre o cuando más a una asamblea de hombres. De lo expuesto se puede inferir que la doctrina política de Hobbes es la formulación más rigurosa del absolutismo político, de la cual parten los caminos hacia la configuración del totalitarismo.
Coincide esta apreciación con el culto que desde el actual régimen venezolano se rinde al Estado; nos encontramos frente una suerte de religión política que ha sustituido a Dios por el dios-Estado o el Estado-dios, omnipotente, omnipresente, omnisapiente. Estamos ante una auténtica estatolatría, con su sumo sacerdote, sus oficiantes, sus fieles, sus libros sagrados, su teología, su liturgia, sus vestimentas, sus íconos, sus mártires y santos, sus discursos y sus políticas, sus armas y sus guerras. Un Estado-partido que pugna por convertirse en único con un líder único, un pensamiento único y una verdad única…
Un Estado constituido por un solo poder como es la aspiración de magistrados que proclaman con una servil desvergüenza la inconveniencia de la división de los poderes público. Un Estado-gendarme que persigue, excluye, silencia y castiga. Un Estado que pretende entremeterse en la vida privada de los ciudadanos y ordenarles qué deben pensar, hablar, vestir, beber, comer, creer, cantar, leer… Un Estado que se convierte en banquero, patrono, arrendador, educador, agricultor, empresario… Es decir, la intención no es otra que encuadrar a una sociedad en el principio del totalitarismo en todas sus versiones: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Con sobrada razón Paúl Valery dejó para la posteridad una reflexión que en estos aciagos tiempos cobra vigencia en nuestro país: “El Estado es un ser enorme, terrible, débil, cíclope de una potencia y de una torpeza insignes, hijo monstruoso de la fuerza y del derecho que los ha engendrado de sus propias contradicciones. No vive sino por una multitud de hombres pequeños que hacen mover torpemente sus manos y sus pies inertes y su inmenso ojo de vidrio no ve sino céntimos o miles de millones”.
Dentro de ese contexto vale citar al escritor y periodista Jean François Revel, quien en sus libros El rechazo del Estado y El Estado megalómano cuestiona la estatolatría y los estatólatras. Dice este autor: “El Estado lo invade todo, cada vez nos resulta más caro, quiere hacerlo todo y al propio tiempo cada vez hace peor todo lo que hace. Tal es la idea generalizada en la opinión pública en los últimos años. Hoy se advierte una verdadera náusea ante la hipertrofia de un Estado absorbente e ineficaz”. Tal actitud de creciente rechazo se fundamenta en la evidencia de que “el Estado se adueña de toda clase de funciones que pertenecen a la sociedad y al mismo tiempo desempeña mal las suyas”. Agrega Revel que la dilatación del Estado no tiene como objeto que la sociedad funcione mejor sino “aumentar su poder y destruir todo poder distinto al suyo propio. Este es el único secreto de las nacionalizaciones”. Esa es la meta de todo Estado dirigista socialista: “¡Que los ciudadanos se conformen con vivir peor para que el Estado sea más fuerte! Más fuerte para él, no para la sociedad”. A eso es lo que llaman los neocomunistas endógenos “el mar de la felicidad”…
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