Internet al otro lado del muro
Libertad Digital, Madrid
Hace veinte años caía el Muro de Berlín, siniestro símbolo de mucho más que la división de Alemania y Europa (y con ellas, del resto del planeta) en dos bloques antagónicos. Era la expresión material de esa inmensa prisión que conformaba el bloque soviético, ese "paraíso" del proletariado del que todos los trabajadores querían escapar. Dos décadas después casi todo el mundo, con la excepción del irreductible comunista Francisco Frutos y algún fanático más, celebramos aquel acontecimiento como lo que fue: una auténtica revolución liberadora para millones de personas.
Sin embargo, veinte años después, el muro sigue en pie en varios puntos del planeta como Cuba, China, Vietnam o Corea del Norte. En esos países las sufridas poblaciones siguen sin poder celebrar la caída de la tiranía comunista. Hace dos décadas internet estaba en pañales, lejos de ser el instrumento de comunicación que es hoy en día. Si en aquel entonces hubiera existido la red, los regímenes de la hoz y el martillo no se hubieran enfrentado a ella de manera muy diferente a como lo hacen sus hermanos todavía en pie. De hecho, serían incluso más restrictivos que algunos como el chino.
En los países que todavía siguen sometidos al comunismo, aquellos donde el muro sigue en pie, los ciudadanos no conocen un internet similar al que disfrutamos en el resto del mundo. Quizás el régimen más suave con sus restricciones es China. En ese país, pese a las cruzadas contra los cibercafés emprendidas hace años y los filtros que impiden visitar una gran cantidad de sitios web, conectarse no es difícil debido a que los gobernantes han visto el potencial económico que ofrece la web. Eso sí, si el comportamiento en la red es el no deseado, el precio que se paga puede ser muy alto.
Desde hace ya varios años, en China hay una media de cincuenta ciberdisidentes encarcelados de forma simultánea, lo que hace de este país la mayor cárcel de internautas del mundo. Además, si en la URSS o en la China de Mao se enviaba a centros psiquiátricos o campos de reeducación a quienes pensaban diferente, el régimen de Pekín convenció a los padres de la necesidad de "desenganchar" a sus hijos de internet si pasaban demasiado tiempo delante del ordenador. Llevó esto hasta tal extremo que ahora ha tenido que prohibir el uso de castigos físicos para "curar" esa "adicción" tras la muerte de un joven.
Los otros sistemas comunistas asiáticos también tienen ciberdisidentes encarcelados, pero menos. El motivo es tan simple como que está prohibido conectarse a la red o tan sólo se permite hacerlo en locales controlados por el Gobierno. El peor caso es el de Corea del Norte, donde su uso está totalmente vetado. De hecho, hace unos años el dictador Kim Jong Il "regaló" a la cúpula de su régimen el derecho de conectarse a una versión muy filtrada de internet.
Por último, está Cuba. En la mayor de las Antillas es necesario obtener un permiso gubernamental para tener una conexión a internet en casa. Lo máximo que se tolera al resto de los cubanos es acceder a unos centros propiedad del Gobierno o alguno de sus tentáculos y entrar desde ellos a una red filtrada hasta grados extremos. Pero, ni aún así, logran que algunos valientes bloggers transmitan al mundo lo que ocurre en la isla-cárcel. Eso sí, al resto de los cubanos les está vetado leer esos textos puesto que esas bitácoras están bloqueadas en Cuba.
Y, a pesar de eso, el régimen castrista tiene la desfachatez de organizar debates sobre internet. Unas mesas redondas a las que se impide acudir –tan sólo como público– a esos blogueros libres que tanto molestan al viejo barbudo y su hermano Raúl. Pero, como el ansia de libertad es mayor incluso que su poder de control, la valiente Yoani Sánchez logró engañarles, entrar y decir en persona lo que los siervos de los tiranos no querían que nadie escuchara.
Mientras todos los Yoani Sánchez que viven en lugares como Cuba o Corea del Norte no puedan expresarse sin tener que recurrir a engaños para que su Gobierno no se lo impida, quedarán partes del muro en pie. Y eso es algo que tan sólo Francisco Frutos sería capaz de celebrar.
Antonio José Chinchetru es autor de Sobre la Red 2.0.
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