Cuba e Israel: dos experiencias diferentes
Entre Israel y Cuba, tanto en geografía como en historia, hay muy pocas similitudes. En términos geográficos las diferencias no pueden ser mayores, y en la historia común no existen particularidades que los aproximen.
Sin embargo, en lo que respecta a los pueblos sí hay vivencias y experiencias que aunque padecidas o protagonizadas en períodos distintos de la historia tienden a crear una cierta analogía.
Muchos cubanos le atribuyen a su nación particularidades de pueblo elegido (no sé por quién); también no falta quienes le confieren a la isla singularidades teosóficas (puntos en la geografía relacionados con una supuesta magia de las pirámides, etc.), y a otros les he escuchado decir que Cuba es una parte emergida de la Atlántida y de ahí la importancia que tiene para el mundo. Por supuesto que no están ausentes quienes dicen que la solidaridad y la audacia empresarial del cubano es una réplica tropical de la judíos. Además, se encuentran aquellos que plantean que el afán del cubano de retornar a su país a pesar de los muchos años que llevan residiendo en el exterior ("El año que viene en La Habana"), manifiesta que entre el nativo y su tierra hay una singularidad relacional que trasciende el vínculo regular que sostenemos con el suelo donde emitimos nuestra primera queja.
Es evidente que el cubano tiene un sentido de nación que trasciende lo meramente territorial. La nación es para el cubano un universo de hábitos, costumbres y tradiciones que transitan por la comida y la música sin excluir las singularidades del lenguaje. La cubanía puede prescindir del suelo físico y del conocimiento del paisaje porque lo que realmente identifica al cubano como tal es la singularidad de su practica existencial, la atipicidad de su conducta y un orgullo de tribu que no cesa de manifestarse ni aún en aquellos que repudian su origen. En ese aspecto las semejanzas con el pueblo hebreo son indiscutibles por lo palpable.
Pero misticismo a un lado sí quiero referirme a aspectos relacionados con el segundo párrafo de este artículo. Cuba e Israel han estado sometidos por igual a la voluntad de poderes imperiales. Han sido encrucijada y meta del quehacer humano y catalizadores de cambios sociopolíticos que trascienden sus humildes fronteras. Pero curiosamente la relación de estos dos países con las potencias imperiales no se ha producido únicamente en un plano dependiente, debido a que han sido capaces de involucrarlas en sus asuntos domésticos tanto para lograr objetivos internos como para asumir posiciones protagónicas en el ámbito internacional que no habrían ocupado por sus propios medios.
Los proyectos hegemónicos no son ajenos a ninguno de los dos pueblos: Israel desarrolló su influencia sobre un área de notable extensión en la antigüedad, y en la actualidad pretende conservar o incrementar esa influencia adecuándola a las normas contemporáneas de la civilización.
De la vocación hegemónica de Cuba se puede escribir mucho. Su territorio fue punto clave en la conquista de Méjico y en la posterior conquista y colonización de toda América. Los criollos participaron en la penetración española de lo que hoy es Estados Unidos y muy particularmente en el estado de Florida, y es una verdad histórica que Cuba y los cubanos auxiliaron en alguna medida a los independentistas de las nación de las "barras y las estrellas".
Las pretensiones hegemónicas cubanas no aparecen con el castrismo, pues en la república prerrevolucionaria fueron varios los incidentes con poderes extranjeros que no le eran afectos a los líderes isleños del momento. En una opinión -y esto podría estudiarse con mayor dedicación para una más adecuada evaluación- la vocación imperial del castrismo es la exégesis de un sentimiento latente en todo el liderazgo nacional cubano y en consecuencia no es casualidad que el último ejército colonialista de habla hispana lo haya creado y desarrollado el gobierno de La Habana.
Ese ejército imperial, también mercenario porque era patrocinado por una potencia extranjera no sólo en términos logísticos sino también ideológicos, partía de Cuba y estaba integrado por cubanos. Esos militares no actuaban en aras de la sobrevivencia nacional sino en la expansión de un proyecto de hegemonía mundial en el que la Isla era un factor por estar involucrado el liderazgo nacional que era consciente de que su sobrevivencia era proporcional a su capacidad de crear crisis, y que tales acciones le conferirían a la Isla una condición de potencia política y militar muy superiores a los que le correspondían por sus potenciales económicos y humanos.
También es interesante hacer notar que Israel y Cuba han sido pioneros en la tarea de promocionar modelos políticos y culturales -con todo lo que se deriva de ellos- en áreas geopolíticas que son históricamente adversas a los mismos. La nación judía es promotora de la democracia y el estado de derecho, y defensora de las libertades civiles y religiosas en un área donde la norma se sitúa entre el absolutismo y la dictadura militar, en un espacio geográfico y cultural donde la autoridad se funda o se organiza en cuarteles-iglesias. Por lo tanto Israel, sin ser un estado perfecto, es una herejía socio-política en el llamado Medio Oriente.
Cuba, sin duda alguna, es también un centro herético en América. En la Isla los derechos son conculcados de manera sistemática e institucional. La dictadura en su manifestación más atroz, el totalitarismo, rige los destinos del país y de su gente. Un individuo y su séquito imponen características casi teológicas al mandato que detentan, al extremo que en Cuba puede considerarse que hay una trinidad en funciones porque un hombre sintetiza la Nación y el Estado, y se abroga facultades de características inapelables.
En América, el gobierno de la Isla, con su barbarie institucionalizada, confronta con la perfectible democracia que se esta enraizando hasta en los cuarteles del nuevo continente y aunque en este hemisferio el concepto del poder es diametralmente opuesto a la sacralidad que le atribuyen muchos de los vecinos de Israel, el gobierno cubano en predios americanos sí magnetiza el suyo con esas condiciones.
A pesar de una similar posición hereje en relación al entorno entre Israel y Cuba, hay sólidas y profundas diferencias en la filosofía de gobernar. Israel es un país que ha confrontado cuatro grandes contiendas bélicas desde su fundación y numerosos conflictos militares que aunque no se califiquen como guerras, no han dejado de ser experiencias traumáticas y costosas en vidas y recursos. Es una nación que sufre acoso permanente por parte de sus vecinos, que ha estado sometida a verdaderos aislamientos internacionales y donde el terrorismo se manifiesta cruel y regularmente. Como si todo esto fuera poco, el estado israelí alberga dentro de sus fronteras a centenares de miles de personas que repudian al estado nacional judío.
Sin embargo, a pesar del acoso y la inestabilidad real en el aspecto interno y externo, el gobierno de Jerusalén, a diferencia del de La Habana, asume una conducta que garantiza las libertades religiosas, de expresión, económicas y de movimiento; permite la existencia de partidos políticos aunque estos rivalicen con el Estado, produce elecciones periódicas totalmente transparentes y ningún liderazgo, incluyendo el de los fundadores del moderno estado israelí, es omnipotente y menos aún, sintetiza con su voluntad y sus acciones la conciencia de la nación como lamentablemente ocurre en Cuba.
En la Isla la situación es opuesta a la de Israel. El régimen pretexta, ya que la represión nunca puede estar justificada, la ausencia de libertades ciudadanas con el argumento de que su singularidad política es objeto de agresión por parte de los Estados Unidos. Entre el gobierno israelí y el cubano existen sólidas diferencias pero éstas se manifiestan con particularidad en el concepto y uso del poder. Israel, a pesar de sus serias crisis militares y políticas es un Estado de corte occidental y el de La Habana, en contraposición, se ha transformado en un sultanato con su propia teología del poder que es capaz de crear demonios para no dejar de amenazar con un implacable infierno.
Pedro Corzo es periodista e investigador cubano. Preside el Instituto de la Memoria Histórica Cubana contra el Totalitarismo. Ha producido siete documentales sobre la lucha a favor de la democracia en Cuba, entre ellos "Guevara, Anatomía de un Mito" y "Las Torturas de Castro". Ha publicado "Cuba, Cronología de la lucha contra el Totalitarismo", "Mártires del Escambray" y el ensayo "Perfiles del Poder".
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