Cuba le da una inesperada mano a Barack Obama
momentos que la reconstrucción de la imagen de EE. UU. en la región pierde ímpetu y hasta tropieza debido a la reacción de Washington al golpe hondureño o por la controversia por las bases militares en Colombia, un jugador imprevisto aparece para reteñir de esperanza el mensaje y la existencia ejecutiva de Barack Obama: notablemente Cuba.
Así como antes y no en una única ocasión lo hizo Fidel Castro desde sus artículos, esta semana, después de que la Asamblea General de la ONU repitiera el rito anual de precipitar una montaña de votos contra el bloqueo a la isla comunista, el canciller cubano, Bruno Rodríguez, desplegó elogios y finuras hacia el habitante de la Casa Blanca. "Reconocemos en el presidente Obama buenas intenciones. A una persona decente, a un político inteligente y culto", dijo pese a que había denunciado antes que poco y nada cambio en las políticas hacia su país entre la administración de George Bush y la actual.
El último concepto del saludo tuvo un valor agregado debido a que el canciller lo usó en la Asamblea, pero con la implicación de su carencia. Dijo del bloqueo que "es un acto soberbio e inculto". Rodríguez tal vez sugería que ese cepo de medio siglo es cualquier cosa menos algo que pudiera estar a la altura del demócrata y descontaba así la complicidad silenciosa en un objetivo común.
No está mal. Este funcionario de talante moderado y bajísimo perfil con quien La Habana relevó en marzo pasado al mucho más rígido Felipe Pérez Roque, alzó además una desafiante propuesta que viene del vértice del poder castrista: "Estamos listos para un diálogo a cualquier nivel con el gobierno norteamericano".
Quizá se note mejor lo cuidado del gesto cubano si se lo compara con la actitud que tuvo Hugo Chávez quien, siempre arrebatado libretista de la derecha norteamericana, tras la avalancha de votos en la ONU, profirió burlón: "¡Obama, ganate el premio (Nobel de la Paz) y levanta el bloqueo". En verdad, la cuestión cubana-norteamericana hiede a antigüedad en sus formas, los discursos y las intenciones. El bloqueo no ha servido en absoluto para los objetivos de quienes lo impusieron. Y hoy es una herramienta que solo defiende un fundamentalismo oxidado y que genera amplios ridículos en una mano y costos sociales trágicos en la otra.
Ian Kelly, vocero de la cancillería norteamericana confirmó la primera de esas consecuencias al aclarar que el embargo seguirá allí hasta que el gobierno cubano se disponga a abrir su sociedad y su economía. Una condición que si fuera excluyente obligaría a Washington a romper ya mismo vínculos con medio planeta, particularmente un racimo de países árabes y otro tanto de Africa y ni hablar de China y Vietnam, las potencias comunistas asociadas a EE. UU.
Quizá haya mucho más. Hace un año, Francis Fukuyama al comentar el libro de Michael Reid "Forgotten Continent: The Battle for Latin America's Soul" (El continente olvidado. La batalla por el alma de Latinoamérica) escribió: "Sin temor a equivocarse, América Latina no merece ningún respeto para Washington. Mencione la región en una reunión de especialistas en política exterior que no sepan de América Latina, y verá que dejan de prestar atención". Ya en 1972, Richard Nixon instruía brutalmente al joven Donald Rumsfeld: "América Latina no importa… a la gente le importa un comino América Latina".
Cuba está en América latina y en esa misma perspectiva. Es verdad que la isla comunista es una cuestión doméstica en EE. UU. Pero aún así, y aunque importe en Norteamérica, le caben las generales de la región que pierde siempre en los juegos de poder. Quienes combaten hoy cualquier avance hacia la mudanza de las políticas anquilosadas contra la isla son las mismas usinas que han venido demoliendo todo plan que pudiera resolver el golpe en Honduras. La lógica feudal es que ambos países son parte del poder norteamericano que venció la Guerra Fría en todos los frentes menos aún en la isla, y que convirtió al espacio hondureño en una extensión total de sus intereses.
El choque con esos sectores por una transición que aún no culmina, produce una estrategia contradictoria hacia la región que muchos analistas confunden como dato de un doble comando en EE. UU. Lo cierto es que Obama no pudo nombrar a parte del funcionariado estratégico para el área debido a las zancadillas republicanas. El factótum es el senador Jim DeMint, de Carolina del Sur, quien invocó una regla de la Cámara sobre el poder del voto contrario de un solo legislador para trabar la designación del subsecretario para la región, Arturo Valenzuela; el embajador de EE. UU. en Brasil, nada menos, o el representante en la OEA. De modo que en esos puestos siguen los republicanos. Es una acción extorsiva, se demanda a cambio aprobar el golpe en Honduras y olvidar cualquier acercamiento con La Habana.
Obama ha cedido porque ideológicamente no parece estar en la historia para romper con el lugar que su país le ha dado a América latina. Su agenda convierte inevitablemente a la región en moneda de cambio. Pero ya logró avances para su plan de salud; desmanteló el escudo antimisiles que había inventado Bush contra Rusia y acaba de ver que la economía financiera comienza a remontar. Eso le agrega flexibilidad y le reduce la urgencia de negociar con la oposición.
Aún así no conviene exagerar la expectativa. Lo que se ha negociado ayer en Tegucigalpa bajo presión de Washington, tiene ese sentido magro. Se barniza el golpe para que parezca que se lo ha derrotado aunque se garantizan los fines de quienes tomaron aquella pésima decisión.
Con Cuba quizá las cosas marchen de otro modo. Hay más en juego. Si Vietnam (o China) hubiera estado atrapado en los lobbies que tienen de rehén en EE. UU. a la isla caribeña, no sería la potencia comercial que es hoy. Y eso sería un mal negocio. A veces la historia suele ser más obvia que quienes pretenden interpretarla.
Copyright Clarín, 2009.
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