Después de la crisis, el muerto sigue muy vivo
Libertad Digital, Madrid
En 1967 el economista John Kenneth Galbraith publica El Nuevo Estado Industrial donde acuña un nuevo concepto, la tecnoestructura. El término hace referencia a la forma de gestión de las grandes empresas dirigidas por directivos, en lugar de estar dirigidas por sus antiguos propietarios naturales. Según el conocido economista, el traspaso de poder del propietario o capitalista al gerente profesional o directivo crea una lucha entre el accionista –que siempre busca el máximo beneficio para obtener el mayor dividendo– frente al alto directivo cuya meta es aumentar la dimensión de la empresa y muy especialmente su dirección o unidad concreta.
Esta crisis ha sacado a relucir muchos pilares ocultos del sistema. Uno de ellos es el poder de la tecnoestructura de Galbraith. Un amigo personal, profesional del sector financiero, recurrentemente me dice lo mismo: "Lo primero que hacen las empresas fusionadas es ver qué tipo de indemnización o retribuciones ofrecen a los consejeros delegados y altos directivos de ambas entidades". Es decir, la tecnoestructura lo es todo. Si miramos las consecuencias de la crisis, llegamos a conclusiones similares.
¿Qué ha ocurrido, por ejemplo, con la banca en este presunto proceso de "ajuste"? Nada. Sigue vendiendo los productos de siempre. Gestiones imprudentes han sido recompensadas por los gobiernos con cientos de millones en sueldos y pensiones a altos ejecutivos. Los gobiernos han reforzado el monopolio bancario con dinero del contribuyente castigando al banco eficiente (el que no tenía riesgo de cerrar) frente al irresponsable (el que entraría en quiebra). Lo mismo ha ocurrido con el sector del motor e inmobiliario. Los propios gobiernos del mundo lo han dejado claro: quieren una economía de monopolios dominada por las grandes empresas, siempre serviciales con el Gobierno frente al consumidor o ciudadano al que castigan con más impuestos.
Sin darse cuenta, Galbraith, atacando la tecnoestructura, echaba por suelo lo que creó su maestro John Maynard Keynes. ¿Y qué creó Keynes? Una economía enfocada al cortoplacismo y la irresponsabilidad. Para Keynes, la economía ha de tener siempre un crecimiento perpetuo. En el momento que el crecimiento se frena, el autor inglés justificaba abiertamente la intervención estatal, es decir, el socialismo. Gobierno y órganos supranacionales han de crear continuos incentivos expansionistas para aumentar el consumo. Las políticas económicas más conocidas fruto de esta visión tal vez sean los constantemente bajos tipos de interés. A Keynes le daba igual cuales fueran las preferencias temporales del actor económico; siempre ha de sentirse con ganas de gastar y pensar en el hoy, no en el mañana. El ahorro es un sinsentido porque a largo plazo todos estaremos muertos ("in the long run we are all dead"). Somos robots del sistema que dirige el Gobierno, el político, el dictador de la producción.
Esta visión cortoplacista afecta a empresas y particulares. A nivel empresarial lleva al auge de la tecnoestructura. Para el ciudadano conduce a lo que la izquierda, erróneamente, identifica con el "consumismo".
¿Por qué el Capitalismo de Estado o socialismo desembocan en el refuerzo finalista de la tecnoestructura? Simplemente no hay responsabilidad. Los objetivos empresariales no son netamente los que benefician al mercado (consumidor y accionista), sino al propio gestor empresarial. La crisis nos lo ha enseñado en su forma más cruda. ¿Acaso han cerrado los grandes lobbies empresariales? No, han salido totalmente indemnes de esta locura. Los gobiernos, lejos de dejar cerrar estas empresas, se han dedicado a darles dinero. Lo que decía Keynes: estimular el gasto a toda costa sin prestar atención a los procesos de mercado naturales. ¿Cuál es la fórmula más fácil? Alimentando los grandes sectores, y más concretamente a las grandes empresas de tales sectores porque son las que más gente emplean, los que más ruido mediático pueden hacer, los que más votos pueden dar.
La visión teleológica de la tecnoestructura de Galbraith está totalmente alineada con el Capitalismo de Estado actual: cuanto más grande sea la empresa, más le costará cerrar porque más susceptible será de recibir alguna ayuda o favor gubernamental. Claros ejemplos españoles son Seat, Nissan y ahora Opel. Lógicamente, las grandes empresas trabajan para crecer ignorando la irresponsabilidad que pueden tener en el largo plazo porque no lo perciben como un coste real. Hasta ahora los sectores favorecidos han sido banca, construcción y automóvil. En un futuro, se le sumará el sector sostenible o ecológico.
Si los políticos quisieran una solución a la crisis y las próximas que vendrán, lo tienen fácil: más libre empresa, más capitalismo sin Estado, más competencia, menos impuestos y menos ayudas empresariales. En consecuencia, más responsabilidad empresarial y más enfoque al cliente y accionista. Curiosamente, Galbraith proponía todo lo contrario. Es lo que han hecho durante décadas los gobiernos. Los resultados han sido demoledores. Tal tutela estatal galbraithiana ha llevado a un fallo sistemático de todo.
La gran decisión de los políticos, tomada en el G-20, fue de risa: si reducimos los bonus empresariales acabaremos con las crisis que vengan a partir de ahora. Nos toman por idiotas y perpetúan el sistema aunque ahora le llamen "Nuevo Orden Mundial". El Capitalismo de Estado se ha reforzado bajo una nube de palabrería política que intenta convencernos de lo contrario.
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