Ese misterio llamado propina: los economistas dicen que su eficiencia es bastante dudosa
Buenos Aires.- Tony Blair, quien fue primer ministro de Gran Bretaña entre 1997 y 2007, contaba que conoció el socialismo el día en que siendo mozo de bar en Francia, ponía en la caja de empleados lo que recibía en concepto de propinas (como se esperaba de todos los mozos) y después comprobaba que sólo él había puesto y encima tenía que repartirlo con todos los demás.
En ese momento, a Blair le hubiese venido bien la ley que hoy están impulsado los senadores de la provincia de San Luis (Argentina), Adolfo Rodríguez Saá y Liliana Negre de Alonso, que proponen volver obligatoria en la Argentina una propina del 10% cada vez que se consuma más de 10 pesos en un bar o restaurante (dicho sea de paso, seguro que aquí tampoco regirá el ajuste por inflación).
El objetivo del proyecto de ley sería asegurar una mejor remuneración a los mozos, aunque la teoría económica muestra que la propina sigue siendo uno de los grandes misterios por resolver. No se sabe cómo comenzó, tampoco se entiende muy bien por qué la gente deja propina (hay muchas teorías pero poco consenso), si tiene alguna utilidad económica y cómo podría llegar a desaparecer, aunque en este último punto, los senadores puntanos estarían por hacer una valiosa contribución a la teoría económica.
¿Cuándo comenzó el hábito de dejar propina? La verdad es que nadie lo sabe a ciencia cierta. Se supone que “propina” proviene del latín “propinare”, que significaba “dar de beber”, así que tal vez el primer antepasado del 10% no fue monetario sino líquido (y pudo haber sido romano). En ese sentido, los ingleses tienen mejor documentado su origen. “Tip” (propina en inglés) serían las iniciales de “To insure promptness” (para asegurar rapidez), cartel que se colocaba en la Inglaterra del siglo XVI sobre una alcancía en las tabernas donde los clientes dejaban algunas monedas para recibir un mejor servicio.
Hoy, los economistas consideran a la propina como algo anómalo, porque va en contra de todos los supuestos que sostienen que las personas actúan racionalmente al tomar decisiones económicas.
La propina se deja después de haber recibido el servicio (del mozo o del valet parking), por lo que si no se da, no puede afectar la calidad de dicho servicio. En ese sentido, el mayor especialista en el tema propinas es el psicoanalista Michael Lynn, profesor de comportamiento de los consumidores en la Universidad Cornell (estado de Nueva York) y ex mozo, barman y valet. Lynn hizo un estudio en base a 2.500 cenas en 20 restaurantes de EE.UU. y encontró que no existía relación entre la calidad del servicio y la propina recibida, algo que echa por tierra la idea de que conviene esforzarse para recibir una mayor retribución.
"Dejar propina es un comportamiento interesante porque se trata de pagos voluntarios realizados después de que el servicio fue prestado. Difícilmente un consumidor pague de más por un bien o un servicio. Las propinas representan una excepción de varios miles de millones de dólares a esta regla general. Es una excepción que genera preguntas sobre por qué la gente deja propina”, afirma Lynn en uno de sus libros sobre el tema; se calcula que sólo en EE.UU. se dejan unos u$s 26.000 millones cada año.
Uno de los primeros en estudiar este tema fue el economista Kenneth Arrow, quien sugirió que los clientes dejaban propinas por una cuestión de eficiencia económica.
En un restaurante, el cliente tiene más elementos que el propietario para controlar el servicio prestado por un mozo. Las propinas se dejarían en relación a la atención recibida. Sin embargo, como se comentó antes, otros estudios (como el de Lynn) demostraron que esta afirmación no se comprobaba en la realidad. Hay países como Francia donde las propinas se cobran en la cuenta y el servicio no decae por ese motivo.
Varios economistas creen que también se da una relación de empatía entre un cliente y un mozo, cuando éste frecuenta el restaurante o el bar con asiduidad. Como el cliente sabe que va a volver, tendería a dejar mejores propinas al “mozo de siempre”. Pero Ofer Azar, de la Northwestern University (estado de Illinois), otro de los economistas que más estudiaron el tema, demostró que esta relación tampoco era significativa: una propina de un cliente frecuente no mejoraba el servicio en comparación con la de un cliente ocasional. Y tampoco existe evidencia de que el cliente deje una mejor propina pensando en el servicio futuro.
Pero donde sí existe un cierto consenso es en el valor social de la propina: quienes dejan el 10% o más después de ser atendidos, muchas veces buscan ser valorados por sus acompañantes o por los mozos de turno. Las propinas serían un instrumento para conseguir reconocimiento y prestigio social. Incluso Lynn demostró que en los países donde la gente presta mayor atención a aspectos tales como estatus, prestigio y reconocimiento social es donde se dejan las mayores propinas.
En definitiva, esto indicaría que las propinas existen más por una cuestión psicológica que económica. Pero nada dice respecto de por qué se deja una retribución a algunos servicios y no a todos. ¿Por qué no darle propina a la azafata que sirve una comida en vuelo o al empleado de la estación de servicio?
El misterio sigue sin resolverse.
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