El fin de la luna de miel
Se acabó. La luna de miel de los norteamericanos con el presidente Barack Obama duró menos de 8 meses. Ha desaparecido el toque mágico que Obama tuvo durante la campaña presidencial y el día de las elecciones. Querer ya no es poder.
En sus primeros meses como presidente, Obama logró muchas cosas: ideó un plan para salir de la actual crisis económica, le puso fecha a la salida de Estados Unidos de la guerra en Irak y les quitó las restricciones a los viajes y al envío de dinero de cubanoamericanos a la isla. Triunfos, sin duda.
Pero las cosas se enlodaron cuando se lanzó a cambiar el ineficiente e injusto sistema de salud de Estados Unidos, donde 46 millones de personas no tienen seguro médico. Si uno de ellos se enferma tiene 3 opciones: ir a una sala de emergencia, irse a la bancarrota o morirse. Y a veces ocurren las tres cosas. Estados Unidos es el único país desarrollado que no cubre médicamente a todos sus residentes.
Por eso Obama se está enfrentando a las compañías aseguradoras, a las empresas farmacéuticas y a los que ganan dinero con las enfermedades de los otros. Es decir, se enfrenta a los dinosaurios del capitalismo y a sus cabilderos. Y su popularidad cayó del 76 por ciento en febrero, según una encuesta de CNN, al 53 por ciento el mes pasado.
Sin embargo, el presidente Obama sigue adelante con su plan de cambiar el sistema de salud. "No vinimos aquí sólo a resolver crisis'', dijo en su discurso la semana pasada ante ambas cámaras del Congreso. "Vinimos para construir un nuevo futuro.''
Todavía no está claro si tiene los votos necesarios en el Congreso para cambiar las cosas. Yo vi a demasiados republicanos sentados y en opositor silencio durante su último discurso. Y sin varios de ellos su plan, quizás, no pase.
El único republicano que no se quedó callado fue el congresista Joe Wilson, de Carolina del Sur, que le gritó «¡usted miente!'' a Obama después que el presidente asegurara que los inmigrantes "ilegales'' no serían cubiertos en su plan de salud. Nunca antes en la historia de Estados Unidos un congresista había ofendido así a un presidente en público. (El congresista Wilson luego se disculpó y Obama aceptó la disculpa.)
Es interesante notar que lo que se considera una ofensa y una grave falta al protocolo en Estados Unidos es lo normal en México y Corea del Sur, por poner dos ejemplos. Y ese ataque verbal también es un anticipo de lo que vendrá en Estados Unidos cuando se discuta la reforma migratoria.
Por principio, resulta desalentador que Obama, que tanto defendió a los hispanos durante su campaña, haya decidido no incluir a los indocumentados en su plan de salud. Es un hueco en que quedarán atorados millones de niños, mujeres y ancianos sin seguro. Aunque entiendo que, siendo un político muy pragmático, Obama quiere dejar la cuestión migratoria fuera de este debate.
También me sorprendió mucho que en su discurso el presidente Obama usara las palabras "nmigrantes ilegales'' para referirse a los indocumentados. Ese es el lenguaje que antes han utilizado muchos enemigos de los inmigrantes. Durante su campaña presidencial Obama tuvo mucho cuidado en llamarles "ndocumentados'', no «ilegales''.
Las palabras importan. Llamarles "legales'' es sinónimo, para muchos, de criminales. Y no lo son. Simplemente son trabajadores que hacen de Estados Unidos un país mejor al realizar los trabajos más difíciles y peor pagados.
s muy posible que también se esté acabando la luna de miel de los inmigrantes con Barack Obama. El 67 por ciento de los hispanos votó por Obama, en parte por su promesa de tener un proyecto migratorio en su primer año de gobierno. Y como van las cosas esa promesa se ve cada vez más lejana. A pesar de lo anterior, la única esperanza de legalización para los 12 millones de indocumentados se sigue llamando Barack Obama.
Obama llegó a la Casa Blanca con un capital político inigualable, rompiendo barreras raciales y con un mensaje: cambio. Pero el poder desgasta. Incluso a los que hacen historia y a los bien intencionados.
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