Escándalo de independencia
La solemne sesión abrió con el discurso del alcalde. Para sorpresa de muchos el discurso fue una severa crítica a la democracia, al intervencionismo de la comunidad internacional e incluyó una propuesta para retomar el espíritu de la antigua educación “cívico-militar”. Esto último fue lo que más escandalizó a diversas figuras políticas. ¿Qué quiso decir el alcalde? En sus propias palabras: “el Estado debe inculcar también valores cívicos, valores de convivencia, los valores que promueven el respeto y la disciplina y, por ende, que restablecen la autoridad de las instituciones”. ¿Un regreso al pasado? En la mente de algunos, sí; sin embargo, todo es relativo. Quizás lo que el alcalde propone sea preferible a lo que tenemos ahora: un modelo educativo “democrático” controlado a sabor y antojo por el máximo dirigente sindical magisterial: Joviel Acevedo.
¿Qué político guatemalteco puede darse el lujo de llamar a la comunidad internacional la “Santa Inquisición”? Solamente Arzú, quien recogió el sentimiento de muchos ciudadanos al ver cómo la hipocresía de los políticos en el poder se ensaña en contra del pueblo hondureño al preguntarles: “¿por qué declaran ilegítimo el gobierno que será elegido próximamente en Honduras?”. Ninguna otra figura política nacional ha tenido el valor de cuestionar las diversas formas de intervención de esa comunidad internacional a la que el alcalde señala de “compra de voluntades en la sociedad civil”.
El alcalde insistió durante su discurso en la imperiosa necesidad de rescatar nuestras instituciones. “No me refiero sólo a las instituciones estatales” —dijo— “me refiero también a las iglesias, me refiero a la prensa, me refiero al sector privado, me refiero a los partidos políticos, me refiero a la comunidad en general (…)”, continuó. Se quedó corto en la lista, pero tiene razón.
Mi evaluación del discurso es que no lo volverán a invitar el año entrante. Pero, a pesar de ello, creo que sus palabras fueron bien recibidas por un importante sector de la población que, como él, comparte la frustración de la equivocada dirección en la que hemos permitido que nos lleven. Lo que quedó claro es que no hay otro político en el país con la suficiente convicción y capital político para decir lo que verdaderamente piensa, ya sea en privado o en público. Quizás sea por ello que Arzú es un político, malo para caer bien, pero bueno para ganar elecciones.
- 23 de julio, 2015
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