Dr. Espada, ¿Qué le pasa?
Marta Yolanda Díaz-Durán, en cuanto ciudadana y como profesional, tenía el derecho humano y constitucional a hacerle las sindicaciones que le hizo, sin obligación alguna de revelar su fuente.
A usted, señor Vicepresidente, lo veo fuera de órbita, como la mayoría de aquellos, creo, que deciden incursionar en la política partidista tras una larga práctica estrictamente especializada. Lástima, porque así perdimos hace dos años un excelente cirujano y no ganamos un estadista.
Eso no le hace bien a Guatemala. Naturalmente, no es esa su intención.
Hace muchos años, un clásico castellano previno en versos a un joven soñador sobre lo resbaladizo del poder.
En su “Epístola Moral a Fabio” empezó con la advertencia: Fabio, las ambiciones cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y al más astuto nacen canas.
Como usted bien sabe, y sobre lo cual nos podría dar cátedra a todos, hay enfermedades para las que se puede suministrar un remedio por dosis y otras que de avanzadas que están son incurables. En estos últimos casos se requiere a veces la amputación o extirpación de un órgano o su trasplante. Me parece que al puesto que ocupa en la jerarquía republicana se le acerca la hora de decidirse por una posible cirugía radical.
Cuando el candidato Álvaro Colom andaba en campaña coincidí un par de veces con él en la casa de un amigo que nos era común. Recuerdo que le pregunté por qué no le había asesorado a usted en cuanto compañero de fórmula a la hora de ciertas declaraciones públicas como aquella desafortunada de que “en un país como éste un hombre de mi apellido no podría haberse abierto camino”.
Y qué me respondió: “Hemos de tener paciencia pues todavía está en su aprendizaje”. Le pregunté de nuevo: “Llegados al poder, ¿por qué habrá de costear el pueblo de Guatemala tal proceso al precio de actitudes y decisiones equivocadas?”
Aún espero explicación.
El sólo hecho de que usted. hubiera vivido las décadas más decisivas para su madurez profesional lejos de su país natal me sugiere que la posición que hoy ocupa le fue ajena desde un principio a sus planes de vida.
¿Por qué, Dr. Espada, después de los largos y fatigosos requisitos que hubo de llenar para ejercer la medicina no habría de demandársele igual o mayor preparación para tomar decisiones que podrían derivar en medidas de vida o muerte para todo un pueblo?
Además, se incorporó a la vida política en el marco de una coyuntura histórica de grandes desorientaciones colectivas, caudas de los caprichos y exabruptos autoritarios de tantos caudillos, sobre todo esos electos bajo la nebulosa etiqueta de un supuesto “socialismo del siglo XXI”.
Le puedo asegurar que a pesar de las carencias acumuladas por siglos, la Guatemala de hoy difiere marcadamente en áreas aún no suficientemente exploradas, de la de sus tiempos de estudiante.
La actitud general ha cambiado. Ya no son grupúsculos contestatarios los que muestran, en ocasiones de mano de la violencia, su hambre de justicia. Tampoco impera en su Alma Máter sancarlista la ideología unipolar que la aherrojó por medio siglo.
Ha surgido una pujante clase media y se esboza, además, una auténtica revolución industrial en el altiplano. Nuestros indígenas no permanecen encadenados al agro sino que se suman, entusiastas, al comercio. Nuestros jóvenes muestran una creciente claridad de ideas que no mostraron sus padres a esa misma edad, en especial al recurrir hábilmente al razonamiento verbal y no al primitivismo de los enfrentamientos a balazos.
Dentro de ese segmento altivo y valiente de nuestra juventud destaca Marta Yolanda Díaz-Durán.
Tampoco parece usted caer en la cuenta de la anemia moral del equipo al que pertenece. En éste, el país de la impunidad escandalosa, ha sido aireado un video incriminatorio por triple asesinato contra el Presidente, su esposa, su secretario privado y cuatro de sus financistas, y su veracidad, sin embargo, no se investiga. La hora cero para Ud., Doctor.
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