Obamacare: La única estrategia de salida
La versión 1.0 del Obamacare está descartada. La monstruosidad de 1.000 páginas que salió del Congreso en diversas ediciones fue tumbada por el rechazo nacional generalizado no sólo a su coste y su intrusismo, sino a la mentira con la que se está vendiendo. No hay que tener un doctorado para entender que la promesa de ampliar la cobertura y reducir el gasto es un engaño sin paliativos, ni que restar 500.000 millones de dólares del presupuesto de Medicare sin que ello afecte a la cobertura es una ficción.
Pero hay una estrategia de salida. Y es una políticamente inteligente, si los Demócratas son lo bastante agudos para aprovecharla.
(1) Prescindir de la opción pública. Independientemente de los méritos, y son pocos, es un veneno político. Cae por pura lógica formal, la observación irrebatible de Mara Liasson en la radio pública de que ningún Demócrata izquierdista perderá su escaño si la opción pública es descartada, mientras que hay muchos Demócratas moderados que podrían perder sus escaños si se incluye la opción pública.
(2) Desechar cualquier referencia a la atención clínica del paciente terminal. La gente entiende (con razón) tal consulta que se carga a Medicare como sutil fomento de la postura de rechazar voluntariamente el tratamiento. La gente no quiere la participación del gobierno en un proceso que consideran ámbito privado del paciente, la familia y el médico. El Senado va a descartarla ya. La Cámara debe ser la siguiente.
(3) Hacer un menor énfasis en la idea de que comités gubernamentales van a determinar cuáles son las "mejores prácticas". El Consejo de Coordinación Federal de Investigación de la Eficacia Comparativa del Presidente Obama se vendió como una simple instancia pública que ayuda a los médicos a elegir el mejor tratamiento. Pero hay docenas de artículos de publicaciones médicas especializadas que cumplen precisamente ese papel. La finalidad real del Consejo es en última instancia el establecimiento de criterios oficiales para denegar el reembolso de los tratamientos menos favorecidos (por ser supuestamente menos efectivos) – precisamente la clasificación que realiza el Comité NICE en el Reino Unido, el organismo orwelliano que hace un tiempo impedía el acceso a cierta medicina cara anti-ceguera hasta que el paciente quedara tuerto.
(4) Más en general, desechar la consigna entera del Obamacare como reductor del gasto. Es cierto que fue la excusa original de Obama para crear un derecho social nuevo en un momento de economía en declive y de quiebra de las arcas públicas. Pero, como se quejan tantos progres partidarios de la atención universal, vender lamentos es una mala estrategia de venta.
(5) No prometer sino milagros – por ahora. Hacer la sanidad universal y permanentemente protegida. Romper con los proyectos de ley existentes y escribir uno partiendo de cero – Obamacare 2,0 – promulgando una regulación sanitaria draconiana que prohíba (a) negar la cobertura de las enfermedades desarrolladas con anterioridad a la firma de la póliza, (b) negar la cobertura si el cliente enferma, y (c) limitar la compensación a la aseguradora.
¿Qué parte no va a gustar? Si usted tiene seguro, no lo va a perder nunca. Ni a sus hijos les será nunca negada la cobertura médica de enfermedades anteriores a la fecha de la póliza.
Las aseguradoras reguladas obtienen a cambio dos cosas. El gobierno impondrá un ordenamiento individual que obligará a los millones de ciudadanos jóvenes y saludables que hoy renuncian a tenerlo por voluntad propia a firmar un seguro médico. Y el gobierno subvencionará a todos los demás cuya renta es demasiado baja para pagar un seguro de salud. ¿El resultado? Dos nuevas fuentes de ingresos considerables para las aseguradoras generados por obra del gobierno.
Y esto es lo que hace que sea tan seductor políticamente: el resultado final es el sueño progresista de una cobertura universal y garantizada – pero sin la nacionalización abierta. Todo se hace a través de aseguradoras privadas. Aparentemente privadas. Ellas, en realidad, se han convertido en empresas de servicios públicos. Incapaces de controlar ya a quién aseguran, a quién dejan de prestar cobertura y cuánto pueden limitar su propio riesgo, vivirán de la generosidad del gobierno – las pólizas subvencionadas de los pobres, las pólizas obligatorias de los jóvenes y sanos.
Es el truco imperceptible perfecto – atención médica pública por ley. Y dado que es por ley, y que garantiza el acceso a la protección médica (supuestamente) privada – algo que goza de considerable apoyo entre los Republicanos – será aprobado con amplio respaldo bipartidista y concederá a Obama una contundente victoria política.
¿No tiene ninguna pega? Por supuesto que sí. Este plan es la táctica comercial de dar gato por liebre de toda la vida. Lo bueno viene ahora, los lamentos después. La cobertura sanitaria universal y virtualmente ilimitada subvencionada por el gobierno agravará considerablemente el descontrol del gasto público en sanidad. Las consecuencias financieras y presupuestarias serán catastróficas.
Sin embargo, no se presentarán inmediatamente. Y cuando lo hagan, la única solución será el racionamiento. Será entonces cuando los izquierdistas darán competencias reguladoras al Consejo de Obama y usted tendrá consultas clínicas para terminales.
Pero para entonces, la resistencia será débil. ¿Por qué? Porque en ese momento la única opción alternativa será renunciar a prestaciones a las que nos habremos acostumbrado. Una vez concedida, a la sanidad universal no se renuncia por las buenas. Fíjese en Canadá. Fíjese en Gran Bretaña. Se engancharon y ahora la racionan. Lo mismo que haremos nosotros.
© 2009, The Washington Post Writers Group
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