Castro se vira a blanco
En uno de sus actos de mercadotecnia política, Fidel Castro ha reaparecido con nuevo look. Tal vez para decirle a Time que poco importa que lo perciba como uno de los diez líderes peores vestidos del mundo. Tal vez para sembrar la duda de que está a tono con el color del concierto de Juanes en La Habana. O casi seguro para recordarnos: sigo en el juego.
En las imágenes publicadas por la prensa cubana, el compañero Fidel, como gusta firmar ahora, aparece con una camisa blanca de mangas cortas, más recuperado, dicen los medios internacionales, conversando una mañana (de viernes) con Rafael Correa, presidente de Ecuador, y otra (de sábado) con estudiantes venezolanos. Este último encuentro, enfundado en un chándal azul, marca Puma, que parece haber desplazado a los trajes Adidas con que posó para las cámaras en los tres últimos años.
Las notas oficiales repiten los acostumbrados lugares comunes acerca de los «intercambios'' que sostuvieron tanto el ecuatoriano como los jóvenes bolivarianos con el viejo dictador «a lo largo de varias horas''. Pero hay un detalle que no puede escapar a los observadores, uno de esos pequeños pero maliciosamente calculados símbolos que marcan los movimientos de Castro.
Se trata precisamente de la camisa. Durante decenios, el otrora guerrillero de la Sierra Maestra se empeñó en vestir siempre de uniforme verde olivo, queriendo subrayar una supuesta imagen de rebeldía y lucha permanente contra los molinos de viento del imperialismo. Pero el 14 de junio de 1994, según consignó, como si fuera un hito sin precedentes, el periodista Ciro Bianchi, Fidel Castro «cambió su histórico uniforme de Comandante en Jefe y se vistió de guayabera'', por recomendación de su amigo García Márquez, para asistir a la IV Cumbre Iberoamericana de Cartagena. En el colmo del ridículo, Castro donó oportunamente la pieza al Museo de la Guayabera de Sancti Spíritus.
Pero el siguiente cambio importante de look ocurrió cuando el descalabro de su enfermedad, todavía calificada de «secreto de Estado'', hace unos tres años. El irreducible comandante cambió su uniforme por una prenda deportiva marca Adidas, con la que apareció una y otra vez, en la cama o sentado, recibiendo a Chávez o Zelaya, con una imagen mixta de boxeador retirado y funcionario de lujo sometido al tradicional plan pijama que reciben los dirigentes cubanos cuando caen en desgracia. Nadie se engañaba, sin embargo, el chándal era una máscara tran-
sitoria bajo la que seguía gobernando y manipulando a los tontos que lo consideraban fuera del juego, en apariencia cedido a su hermano Raúl.
idel Castro es un genio del mal. Maneja cada gesto, modula su discurso, adopta poses grandilocuentes, no hay nada gratis ni ocioso en su imagen pública. De modo que la camisa blanca (y el chándal de ocasión) tiene una significación que, a primera vista, quiere decir al mundo entero que el hombre está de vuelta al escenario. Acaso el siguiente paso sea recuperar la guayabera donada, o deslavar el color elegido por las Damas de Blanco. El ridículo no tiene límites para el hombre peor vestido del continente, característica que, según Time, comparte con Chávez, el difunto Pinochet y Morales.
No seamos, sin embargo, tan mal pensados. Dejemos a los semiólogos hacer su trabajo. Quizás Castro está en vías de hacerse santo.
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