Afganistán, el espejo roto de Irak
21 de agosto, 2009
21 de agosto, 2009
Afganistán, el espejo roto de Irak
Un país apenas sin Estado, dividido y fragmentado, etnizado y tribalizado en clanes, anteriores al estado mismo. Sociedades desestructuradas, arcaicas, perdidas en costumbres ancestrales, límites porosos, inexistentes instituciones, faltas de legitimidad y credibilidad; corrupción larvada, depravada y asfixiante. Pastunes, uzbekos, tayikos, turcomenos, chiíes y otras etnias deambulan por un país en el que el poder sólo pendula en los primeros y sus alianzas. Sharia o democracia parece la dualidad, pero todo seguirá igual, la división en clanes y señores, predominio de la etnia pastún. Búsqueda de pactos entre clanes, etnias, reparto de prebendas, impunidades y derechos, también abusos. Democracia, concepto imposible. Islamización progresiva, nadie la detiene, ni siquiera el gobierno de Karzai.
En Afganistán se libra una guerra, una guerra perdida, asimétrica, ocultada y silenciada a la comunidad internacional. Estados Unidos y la Otan, y con ella la Unión Europea la están perdiendo. Cuarenta y dos países componen una fuerza internacional (ISAF) que no vino a hacer la guerra, y ahora la libra sin estrategia definida, sin apenas estar cohesionados, sin ánimo ni voluntad. Ocho años después el caos, la miseria, el terror, la corrupción, la talibanización siguen siendo la pauta. No hablemos de las causas de esta guerra y la complicidad de todos en el camino hacia la misma.
Hay elecciones en Afganistán, el espejo roto de Irak, donde se reproducen los mismos errores, las mismas estrategias de laboratorio pero que distan de realismo. Algunos hablan de la iraquización del país, otros de la bagdadidación de Kabul. Nada es igual. En Irak había Estado, había estructuras, había un país laico. En Afganistán todo cambia, desde su orografía a la ayuda cierta pero disimulada desde Islamabad. El gobierno apenas tiene poder, rehúsa tenerlo. Es un mero títere. No hay seguridad en el país. Todo se reduce al perímetro de Kabul. El mismo donde se pierden los miles de millones de dólares que han sido donados para reconstruir el país y ayudar a un pueblo encerrado en sí mismo y una edad feudalizante que jamás pasa. Es Estados Unidos quien impone y necesita estas elecciones, necesita dotarlas de apariencia, de normalidad democrática. Pero la ceguera es amplia. Karzai ya no le vale, pero tal vez siga siendo por el momento el mal menor. No hay censos, no se sabe bien quién vota y cómo vota. Hay zonas del país donde ni siquiera son posibles las urnas.
Los talibanes han recuperado terreno, presencia, fuerza. Los atentados de los últimos días son su carta de presentación y el rechazo a unas elecciones que desprecian. Vuelven a sentirse fuertes. El cobijo de Pakistán, pese a los duros enfrentamientos habidos en las últimas semanas con el ejército del país vecino, el opio y la corrupción del gobierno afgano, les da aliento. Como sombra a los mismos, perdidas las identidades, Al Qaeda sigue golpeando con su brutal terrorismo e inyectado su virus y su odio radical.
Todo es incierto en este árido pedregal. El mañana es aún lejano, el hoy demasiado intenso como para pensar en un futuro próximo. Este país ha resistido numantinamente a imperios y ejércitos que han tenido que doblegarse. La historia es cíclica, no caprichosa, sólo los ignorantes tratan de burlarse de ella, y salen burlados. Las democracias no son exportables a cañonazos, tampoco con ejércitos y dólares. Hay algo enraizado en la idiosincrasia de este pueblo que les hace indomables. Nada cambiará pasado el 20 de agosto. Es la hora de la guerra por desgracia. La guerra que se está perdiendo y que nadie quiere.
El autor es Profesor de Derecho en ICADE
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